Describía el maestro Manuel Alcántara, como sólo él sabe hacer, en una de sus columnas periodísticas, los mejores momentos de su vida diaria: un dry martini, contemplando el mar. Ese mar de todos los veranos - decía - en cuya orilla siempre hay un niño empeñado en meterlo en su cubito de playa. Supongo que yo también me afanaba en meter nuestro mar Mediterráneo en mi cubito, aunque lo que nunca quise fue tragármelo, como pasaba a menudo los días que soplaba el Levante y rodaba como una croqueta en el rompeolas intentando respirar. Eran los veranos de mi infancia en el Club Mediterráneo.
Los ingredientes
Lavar bien las coquinas
Íbamos muy temprano las mañanas a bañarnos al Club, con mi madre, acarreando cubitos, palas, rastrillos y toda la parafernalia. Paco, el portero nos daba la llave de la caseta que estaba en los bajos del edificio. Un espacio fresco y húmedo que olía a zotal - eran muy limpios -, al que se entraba por una puerta donde anotaban todos los días con tiza la temperatura del agua en una pizarra, que mí me siempre se me antojaba fría. A la derecha, el vestuario general de mujeres y niños, a la izquierda el de hombres. Más adelante, el mostrador donde nos daban un trapo empapado de gasolina para quitarnos las manchas de alquitrán cuando la orilla se cuajaba de manchas negras, y vinagre para las picaduras de las medusas los días en que el agua estaba templada. A continuación, las casetas en filas ordenadas como los pasillos de los supermercados, todas numeradas con sus candados. La nuestra era la 111 y se encontraba justo al lado de una de las duchas que encabezaban cada fila. Al principio eran de agua fría, luego llegó la civilización y por fin dejé de tiritar con el enjuague para quitarnos la sal del agua de mar. En esa caseta aprendimos todos a dejar las cosas de mi padre exactamente como las tenía él, que la usaba durante todos los días del año porque iba a jugar al frontón con sus amigos del Club. Tenía un amor por el orden rayano en lo obsesivo y se daba cuenta si movíamos algo aunque fuera mínimamente. Más nos valía no enredar.
Sofreír los ajos
La cebolla y el tomate
Nos poníamos el bañador, agarrábamos las toallas y ya estábamos listos para bajar a la playa. Había dos: la grande y la pequeña, a la que se accedía por un caminito que rodeaba la pérgola del restaurante de verano. A mi madre le gustaba la playa grande, y a mis hermanas y a mí, cuando ya íbamos solas nos gustaba la pequeña, era más recoleta. Una vez en la arena, empezaba el ritual diario: un buen embadurnamiento de Nivea por todo el cuerpo, nada de factores de protección; y a chapotear en el agua previo permiso materno. Aprendimos a nadar uno tras otro, agarrados a las manos de mi madre o directamente a base de hundirnos como piedras y bracear para sobrevivir. A bucear, ya aprendimos por iniciativa propia, gracias a las ahogadillas que nos dábamos unos a otros, culo en pompa, pataleos furiosos, y de los que salíamos con los pelos chorreando pegados a la cara. ¡Idiota, que me estaba ahogando, so bruto! Y ahí empezaba la guerra de empujones, salpicaduras de agua, persecuciones a nado y agarrones de los bañadores. Nunca llegó la sangre a alta mar, eran cosas de chiquillos.
Una vez sofrito, el pimentón dulce
Pasar por el pasapurés sobre la olla
Muy de tarde en tarde, mi madre nos daba dinero para que compráramos patatas fritas "a la inglesa", caprichos, pocos. Así que siempre pensé que éramos pobres, nos educaron en ausencia de despilfarro. Pero no se puede negar que las patatas fritas saben mejor en la playa, misterios de la vida. Hacíamos hoyos en la arena, intentos de castillos que se caían indefectiblemente, nos enterrábamos hasta el cuello y no parábamos un momento. Alguna que otra vez, sacábamos coquinas enterradas en la arena mojada de la orilla. Había que escarbar donde veíamos un agujero muy pequeño, por lo visto era por donde respiraban o algo así, por lo menos eso es lo que decíamos nosotros. Y cangrejos pequeñísimos en las rocas que llevábamos en los cubos hasta casa, donde nos los tiraban: niña, valiente porquerías que traes.
Añadir caldo de pescado o agua
Y las coquinas escurridas
Solíamos comer allí, nos traían la comida desde casa. Nos colocaban en mesas y sillas de tijera, junto a la barra de verano, y a comer .En otras mesas cercanas, también acomodaban a los Caparrós que eran tantos como nosotros y entre todos, como los Cien Mil hijos de San Luis. Yo que era inapetente, lo pasaba fatal. Bola para un lado de la boca, bola para el otro, hasta que mi madre se hartaba y me zarandeaba de los nervios. La pobre... Menos mal que aparecía mi padre a recogernos y me ayudaba dando unas cuantas "pinchaditas" en mi plato, mientras mi madre hacía que no se daba cuenta de nada. Más tarde, ya en casa nos teníamos que echar la siesta que no dormíamos, nos dedicábamos a jugar, siempre procurando no hacer ruido. A las adivinanzas, al veo-veo, a contarnos cuentos, a los cromos, o al juego de las chinas. Eran cinco piedras pequeñas y redondas que cogíamos en la playa y lanzábamos por turnos al aire. De una en una, de dos en dos... así hasta las cinco a la vez. No he vuelto a jugar a las chinas, puede que lo intente el día menos pensado. Cuando nos daban permiso para salir del dormitorio, la merienda, y a la calle a jugar.
Los fideos cabello de ángel
La hierbabuena, apagar y tapar unos minutos
Y es que siempre que veo coquinas revivo aquellos veranos largos, de juegos infantiles en la playa y siestas interminables en las que nos aplicamos en lidiar con el aburrimiento. Cuando éramos felices y no lo sabíamos.
Sopa de coquinas con fideos cabello de ángel
Ingredientes. (4 personas)
300 gr de coquinas.
1 cebolla de 150 gr aproximadamente.
3 dientes de ajo.
250 gr de tomate natural pelado, despepitado y rallado, o tomate triturado.
1 cucharadita de pimentón dulce.
1 y 1/2 taza de fideos cabello de ángel.
1 l. o litro y medio de agua de cocer las coquinas o caldo de pescado.
1 ramita de hierbabuena.
Aceite de oliva.
Sal.
Elaboración.
Disponer las coquinas en un cuenco amplio con agua de mar o agua salada para que suelten la posible arena que tengan. En mi pescadería me las dan ya en agua de mar. Para saber si tienen arena, abro dos o tres y eso es suficiente para comprobarlo. Si tienen arena a pesar de todo, abrirlas en agua y colarla bien con una estameña. Si no tienen arena, lavarlas en agua dulce, escurrirlas y reservar.
Hacer un sofrito con los ajos fileteados, la cebolla y el tomate rallado o triturado.
Añadir el pimentón dulce al final. Apartar y pasarlo por el pasapurés sobre la olla donde vamos a preparar la sopa.
Llevar al fuego, verter el caldo y cuando esté caliente, las coquinas si están sin cocer. Inmediatamente, los fideos. A los 3 ó 4 minutos, la hierbabuena bien lavada. Añadir ahora las coquinas abiertas para que cojan temperatura, si las hemos cocido.
Apagar y dejar reposar tapado unos minutos.
Servir caliente.