Limpieza general.
Mocho, pelos atados, pijama y zapatillas, chaqueta viejuna de estar por casa. Y así, con el cubo de la fregona a mitad y apunto de terminar de fregar todos los suelos, mocho en una mano, móvil con whatsapp en la otra hablando con nosequién.
Música ambiente: Def con Dos.
El primer error fue guardar el móvil en el bolsillo de la chaqueta, que está tan vieja que es un puro harapo. El segundo, inclinarme para coger el cubo de la fregona. La gravedad hizo el resto.
Mi móvil [D.E.P.] no sabe bucear. Lo suyo es la vida social, las conexiones de datos que se agotan el día 25 de mes, y las llamadas del dentista confirmando la cita. Pero el submarinismo no cuenta entre sus aficiones. Que ya podría.
Cuando tu móvil, con un pequeño pero importante pedazo de tu vida se sumerge en el cubo de agua sucia de la fregona, pasan unos instantes hasta que puedes tomar una decisión sensata.
Yo no lo hice. La decisión que tomé fue lamentarme lo que una se puede lamentar de perder un móvil un poco viejuno que iba ya a pedales, sentirme tan idiota como la ocasión merecía, y dejar el móvil en la encimera sin querer enfrentarme a buscar una solución. Y prepararme para el golpe emocional de tener que pagar por un móvil nuevo.
Tras un rato sin prestar más atención a mi pequeño apéndice sumergido [que no sumergible] de pronto me di cuenta de lo sucio que estaba, y pensé que no había nada más lógico que lavar el smartphone bajo el grifo de agua fría para que se quede limpito y reluciente.
Sí, no me juzguéis. Me pareció buena idea. Ahora con distancia, lo cierto es que no me lo parece tanto.
Así que ni corta ni perezosa, dejé a un lado la limpieza de la casa por un momento, desmonté el móvil y metí todas y cada una de las piezas bajo el chorro de agua fría del grifo. Y oye, limpio, quedó.
Hecho eso, recordé aquella leyenda urbana que decía que podías meter el móvil en un recipiente con arroz y que se secaba entero y podía funcionar de nuevo. Hasta se decía que alguien conocía a alguien cuya prima tenía un cuñado al que le había ido bien con este sistema.
Abrí el armario de la cocina, resignada a sacrificar un puñado generoso de un muy buen arroz basmati que me hubiera hecho más feliz siendo un pilaf, y tras mucho pensarlo, decidí dar una oportunidad al cuñado de la prima de alguien, por eso de intentarlo todo antes de dar la batalla por perdida y el móvil por difunto.
La parte que sigue de esta historia os va a costar creerla. Pero podéis hacerlo, esto ocurrió así.
El móvil pasó una noche entera enterrado en arroz basmati [snif] y cuando al día siguiente arrejunté en orden todas las piezas, coloqué la batería en su sitio y cerré la carcasa… di al botón de encender… y se encendió.
Sí.
No sé si era un móvil resucitado o un smartphone zombie. Pero funcionaba.
Cierto es que no podías encenderlo ni apagarlo si no estaba conectado al cargador. Y que el táctil nunca volvió a ser el mismo y a veces tocabas un punto de la pantalla y se activaba otro. Pero oye, funcionar, funcionaba.
Que no es poco. La batería parece que también quedó un poco tocada tras el incidente, y duraba menos. Pero iba.
Al menos, las dos o tres semanas que me llevó elegir un nuevo teléfono, descargar toda mi información y hacer copias de seguridad de todo lo imaginable, y dejar este teléfono como ese teléfono viejuno que todos tenemos por algún cajón por si acaso un día se nos estropea el nuestro. Y hasta se lo presté unos días a una amiga y le funcionó y todo.
Y todo esto os cuento, worldbakers, que yo venía a traeros estas tortitas de anís de esta edición de #baketheworld pero se me va la pinza y os cuento la vida.
INGREDIENTES
Harina de trigo, 200 g [puedes usar harina floja, no tiene que ser de fuerza, aunque puede serlo si quieres]
Aceite de oliva, 75 g [imprescindible un buen aceite de sabor pronunciado]
Agua, 75 g
Azúcar, 10 g
Sal, 1 g
Levadura seca de panadería, 2 g
Anís verde en grano, 4 g [o media cucharadita]
Sésamo, 4-5 g [o media cucharadita]
Aparte
Azúcar para espolvorear las tortitas
MODUS OPERANDI
En un bol ponemos los líquidos, y batimos bien con unas varillas para que se integren lo que buenamente podamos, que no será del todo… es agua y aceite y tenderá a separarse.
Añadimos de una vez la harina, el azúcar, la levadura y la sal. Removemos hasta que se forme una masa y cuando lo tengamos, lo pasamos a la encimera, limpia y seca.
Comenzamos a amasar. Tardaremos unos diez minutos, es importante que quede bien amasado para que el resultado sea el que queremos, crujiente y hojaldrado. Cuando acabemos, añadimos a la masa las semillas de anís y las de sésamo, y amasamos de nuevo hasta que queden bien integradas.
A mí personalmente no me gusta amasar durante mucho tiempo masas con semillas duras incorporadas. Dicen que desgarran las fibras y que las masas no responden igual. Yo no os puedo asegurar que el motivo sea ese, o tal vez sea otro, pero sí os garantizo que los panes que se amasan con las semillas dentro, excepto si son granos hervidos y blandos, no levan igual y no quedan con la misma miga. Yo las incorporo al final del amasado y solo doy unas pocas vueltas para que se integren bien.
Dejamos levar nuestra masa en el bol, cubierta con un papel film, y en un lugar tibio y alejado de las corrientes de aire [el horno apagado o un armario son lugares perfectos]. Si es invierno podemos cubrirla con una mantita polar fina que no pese mucho, la ayudará a levar antes. Esperamos a que doble su volumen. Eso con calor serán 50-60 minutos y con frío hasta 120, es mejor ir vigilando la masa y no guiarse tanto por el reloj.
Una vez ha levado, partimos pequeñas porciones de masa usando un divisor de masas o un cuchillo afilado, nunca la desgarramos con los dedos. Las boleamos un poco, y las aplastamos con la mano hasta tener pequeños discos de masa de unos 10-15 centímetros de diámetro. Puedes usar un rodillo si te resulta más cómodo.
Las espolvoreamos con azúcar, y las metemos al horno: 180º unos 10-12 minutos, pero igual que con el tiempo de levado, cada horno es un mundo y es mejor vigilar que no se tuesten demasiado.
Las dejamos enfriar en una rejilla.
Si haces varias tandas [con estas cantidades salen unas 16 tortitas y en un horno doméstico serán dos tandas] no estires las tortitas de la segunda tanda hasta que la primera esté fuera del horno, no nos interesa que leven ni que se encojan, tienen que entrar al horno recién estiradas.