La cita anterior es de T.S. Eliot (Poeta americano).
Para ser honesta no recuerdo cuando empecé a tomar café pero supongo que sería muy joven, ya que mi padre era un empedernido bebedor de café. Y mi afición al café (¿lo podemos llamar afición o mejor adicción?) me ha acompañado durante toda mi vida adulta.
No concibo un día sin café. Una buena taza siempre me ha preparado para trabajar, pensar, crear… El café me despierta por la mañana y el resto del día me inspira y me ayuda.
El café es la bebida de mayor consumo en todo el mundo, después del agua, siendo Estados Unidos el país que más consume.
El Blog Baqué Café nos regala un decálogo del buen cafetero que podéis consultar pulsando el link blog baqu.com. Admito que no lo cumplo en su totalidad. Mi axioma es que si no hay cafés arábicas, tomo lo más parecido, o lo que sea, incluso el que salga de una máquina de vending. Pero tomo café caiga quien caiga. Eso sí, con un poquito de leche.
Si has leído hasta aquí presumo que te gusta el café pero ¿natural o torrefacto?
El café de tueste natural es el aquel que lleva café verde como único ingrediente
El café de tueste torrefacto es un tipo de tueste que resulta añadiendo azúcar a los granos de café mientras se tuestan. El resultado son granos de tonalidad muy oscura y brillante, con aspecto de quemado. El resultado en taza suele ser amargo.
Al café torrefacto se le añade azúcar en la última etapa del tueste. Puede llegar a constituir el 15% del peso total. El azúcar se carameliza y se adhiere al grano de café. Con este proceso se obtiene un café más oscuro con un sabor ligeramente amargo.
El azúcar disfraza muchas de las propiedades del café, arruinando particularmente el aroma. Únicamente sería justificable cuando se utilizan cafés de muy mala calidad.
Además de lo dicho, el café torrefacto es perjudicial para la salud y de hecho está prohibido en algunos países Europeos por considerarse cancerígeno.
En España, a mediados del siglo pasado, el café era difícil de conseguir y además muy caro. Recuerdo a mi padre, en los años 60, utilizar sustitutos a partir del tueste de raíces de plantas como la achicoria o granos de cereales como la cebada, mezcladas con azúcar quemada. Eran los sucedáneos del café en muchas casas. Dada la situación de escasez parece lógico el éxito que tuvo el café torrefacto. Rebajado con el azúcar ofrecía una bebida mas oscura y amarga, una sensación de café mas fuerte utilizando menos café.
Lo malo es que este uso del torrefacto, justificable durante esos años, se convirtió en costumbre y se continuó tomando aún cuando después de muchos años las condiciones económicas ya eran buenas.
El sector del café se liberalizó en 1980 y se autorizó la venta de café molido, promoviendo la llegada de grandes empresas internacionales de la alimentación al sector. Sin embargo el café torrefacto continuó siendo comercializado también por las empresas multinacionales. Aprovecharon la presencia aceptada de un producto permitido para ofrecer un café barato, y reconocido por el consumidor español.
De esta manera bebedores de café a diario y muy poco exigentes ayudaron a que España se acomodara a una oferta muy pobre en la mayoría de los establecimientos.
Lentamente el café natural ha ganado terreno aunque la presencia de torrefacto, actualmente mezclas, tanto en el mercado doméstico como en la hostelería, dejan claro que queda un largo camino por recorrer con respecto a la calidad del café.
Mayor información en el artículo de “El Economista” 25/04/2018, “El Café torrefacto en España, una mala costumbre que nos encanta y vende”