Recuerdo como si fuera ayer el día que fuimos a presentar la solicitud con Lara en su carrito que no paró de llorar desde que salimos hasta que regresamos a casa.
Recuerdo la buena impresión que me causó el centro, lo familiar que me pareció todo, lo felices que parecían los niños allí y las ganas de conseguir una plaza con las que llegué a casa así como el miedo a que la niña no entrara en esa guardería que me conquistó en aquella primera visita.
Recuerdo las dudas que me dejé sembrar unos días antes de que comenzara su primer curso acerca de estar haciendo lo correcto. Tuve que escuchar tonterías del tipo "es una pena que siendo tan pequeña la dejes en la guardería" "con el tiempo comprenderás que igual te compensa dejar de trabajar y poder comprar menos cosas pero estar con tu hija" pero siendo primeriza te dejas arrastrar y dudas de tus convicciones.
Como anécdota os contaré que una de las que me lo dijo, al año siguiente llevó a su bebé recién nacido a la guardería ¡sin estar siquiera trabajando! Y ahora con Elena, que ha intentado hacerme sentir de nuevo mal por regresar a mi trabajo se ha tenido que comer mi respuesta que os podéis imaginar y que para nada se esperaba.
No sabéis como me acuerdo del primer día de guardería de Lara. Como si la hubiera dejado esta misma mañana. No se me ha olvidado ni la ropa que llevó ese día y han pasado casi tres años.
Ni qué decir tiene que esas dudas y miedos se disiparon rápidamente. Los habituales de mi cocina virtual sabéis lo contenta que estoy con el centro y como muestra Elena entrará en septiembre.
Cuando nació Lara escuché (y leí en vuestros comentarios miles de veces) que lo disfrutara todo que el tiempo pasa muy rápido. Y no lo comprendía. Lo estaba viviendo y no era capaz de verlo.
Aquellos primeros meses fueron muy duros para mí y los días se sucedían todos iguales y no veía ningún avance en un bebé que lloraba día y noche así que yo sólo quería que el tiempo pasara muy rápido y encontrarme con una niña que hablara y pudiera expresar lo que le pasaba para ponerle solución.
Las cosas comenzaron a ser más sencillas sin necesidad de que el tiempo corriera tanto y la realidad me ha dado en la cara cuando he comprendido que Lara ha vivido ahí tres cursos completos, que ya hemos disfrutado de tres fiestas de fin de curso y sobre todo que entró siendo un bebé de seis meses y sale siendo una niña de tres años muy dinámica, muy parlanchina, con una curiosidad enorme por todo lo que le rodea y que sabe tantas cosas que me quedo alucinada muchas veces con ella.
Lara cierra esta etapa y a mí me entra una pena infinita porque dejamos atrás muchas cosas bonitas.
Bien es cierto que llega el turno de Elena y que no nos desvinculamos (aún) del centro, pero en septiembre todo será diferente porque nos toca volver a empezar.
Lara ha tenido muchísima suerte con las profesoras que le han tocado. Este año hemos tenido la fortuna de trabajar con una persona tan maravillosa que lo ha hecho todo tan sencillo que ahora duele pensar que el próximo curso ya no la tenga.
Quien se dedica a esto tiene que tener una vocación muy grande, nadie trabaja con niños por descarte o porque "algo hay que hacer", tengo clarísimo que trabajar en una guardería es vocacional, pero cuando además das con alguien que trata a los pequeños como si fueran suyos propios entonces no quieres que los días pasen para que tu pequeña pueda seguir disfrutando y aprendiendo de alguien así.
Porque Lara no sólo ha recibido unos conocimientos y una atención docente, Lara ha recibido cada día cariño, apoyo, comprensión, risas, juegos, cuentos, canciones, complicidad, toneladas de besos y abrazos y purpurina ¡kilos y kilos de purpurina, sellos y pegatinas!
Ella no lo sabe, pero ha recibido unos cimientos maravillosos para el resto de su vida, y esto no hay dinero que lo pague ni palabras suficientes que lo agradezcan.
Es una maravilla ver cómo va feliz a la guardería porque tiene ganas de estar con "su seño" y se te parte el alma cuando le tienes que explicar que el próximo curso estará en otro "cole" y que en ese cole hay otras seños pero no su seño Isabel.
Pero el tiempo corre, para bien o para mal, y esta etapa toca a su fin.
Al principio lloraba mucho. Ella quería su cole nuevo pero con la seño Isabel. Poco a poco ha ido comprendiendo que hay que cambiar y de repente un día dijo "vale mamá. La seño Isabel para el Elena" y la pobre está convencida de que el próximo curso seguirá viendo cada día a su seño cuando dejemos a Elena en la guardería.
Yo ya he dejado caer en el centro que el próximo curso estaría encantada de que Isabel estuviera en nido con Elena. Lo he repetido varias veces, hasta Lara se lo ha dicho a la directora, a ver si el universo se alinea y tenemos la suerte de compartir tres años más con ella. Seguramente la suerte no nos acompañe, pero cruzaremos los dedos por si acaso.
Cuando Lara comenzó en la guardería pensé que yo no podría trabajar alli. Pensaba en encerrarme en un aula sola con diez o quince niños con los que había que trabajar, enseñarles cosas, conseguir su atención, darles de comer, cambiarles el pañal, jugar...y me entraba pánico.
Tres años después sigo pensando que yo no podría trabajar en una guardería. Pero no por el miedo a quedarme con un puñado de niños a mi cargo. Yo no podría trabajar en una guardería, querer y criar a un puñado de niños y verlos partir de mi vida para siempre cada dos o tres años. La capacidad de dar amor de estas mujeres es infinita así como también lo es su capacidad de pérdida. Y sinceramente yo no sería capaz.
Así que aprovecho mi rinconcito para darle las gracias a todo el personal del centro y muy especialmente a Isabel por todo lo que nos llevamos de ella y por haber formado parte de nuestras vidas. Ojalá el año que viene pase a ser parte de la vida de Elena ¡nada nos gustaría más!
Y al hilo de esta entrada tan melodramática os traigo una receta muy golosa, mega calórica, muy poco saludable (así que los amantes de lo healthy, fit y demás mejor cierren los ojos) pero que está tan tremendamente rica que no os vais a arrepentir de prepararla.
Todos sabéis que siempre estoy dándole vueltas a las cosas que tengo en el armario y que quiero que lo que tengo rote rápidamente en un intento de no acumular. La teoría es sencilla, la práctica no tanto como ya comentábamos la pasada semana.
Pues bien, hace no sé cuánto tiempo (años, confesemos) se me ocurrió la idea de hacer fondant de nubes. Mi señor esposo se presentó en casa con dos bolsas (es que una le parecía poco) y pasó lo de siempre ¡se quedaron en el armario!
De hecho no en un armario cualquiera de la cocina no. En el armario más inaccesible de mi cocina. Ese que es esquinero y que para alcanzar a la balda superior hace falta la escalera, subir hasta arriba y aún así cuesta trabajo llegar a lo que hay en el centro.
Ese fue precisamente el sitio que le dimos a las nubes (para no comérnoslas, creo que queda claro) y ahí continuaban día tras día.
En uno de mis arrebatos de limpieza durante la baja topé con las bolsas. La fecha estaba pasada, pero las nubes parecían intactas. Las abrimos, estaban bien, así que mi conciencia no me permitía deshacerme de ellas ¡había que hacer un reciclaje y cuanto antes mejor!
Cuando yo empecé a moverme en estos lares había una tarta de nubes que estuvo muy de moda durante un tiempo. Después no la he visto mucho más, así que empecé a mirar algunas recetas que tenía guardadas y al final terminé haciendo lo que a mí buenamente me pareció mejor.
Abramos la caja de los recuerdos ¿alguna vez habéis quemado nubes con el mechero? Yo lo descubrí en el instituto y hubo un tiempo en el que me volví adicta.
Y muchos os preguntaréis ¿qué hacía un grupo de adolescentes en el instituto con mechero? Obvio ¡quemar nubes! Y fumar, porque alguno fumaba. Que esto es previo a la ley anti tabaco y hasta los profesores fumaban por los pasillos por no hablar de que había algunos que hasta lo hacían en el aula.
Pero no es de esto de lo que yo quiero hablar. Si alguna vez habéis comido nubes derretidas con el mechero (o en el fuego, muy a lo campamento yanqui) ya conocéis el sabor de esta crema y seguramente os estarán entrando muchas ganas de prepararla.
Y no es para menos porque en casa fue un visto y no visto.
Os aseguro que para mí fue toda una sorpresa porque cuando se terminó de hacer el aspecto no me gustó nada. Como las nubes tenían tonos blancos, rosados, naranjas y amarillos, aunque todos muy pálidos, la crema tenía un color amarillento anaranjado nada apetecible así que tiré de colorante rojo (porque tenía unos tubitos de colorante líquido desde hace ni me acuerdo tampoco)
Al principio ponía una o dos gotas y mezclaba. Iba con mucha precaución. Al final me vine un poco arriba y ha quedado más rojo que rosa que era mi idea inicial, pero como ya había una base de color previa no puedo quejarme.
Y no sólo he reciclado parte de las nubes que había en casa ( la otra parte la empleé en otra receta que próximamente verá la luz) sino que salió sobre la marcha un yogur a punto de caducar, un sobre para preparar gelatina (que a mí no me gusta pero a mi costillo sí y mira que es tan simple como calentar agua pero nunca se la preparo ni él tampoco lo hace) un resto de mermelada y unos fideos de colores que estaban ahí muertos de risa.
La receta la he preparado con mi nuevo cacharrito. Algún despistado preguntó la semana pasada qué tipo de cacharro es. La Monsieur Cuisine es la versión "pobre" de la Thermomix así que la receta se puede adaptar perfectamente de un robot a otro, pero si no lo tenéis o preferís hacerlo en el fuego se puede hacer también sin problema alguno. Más abajo os indico el paso a paso.
Como hace mucho calor no me extiendo más que no pega demasiado estar delante del ordenador pasando calor pero sí disfrutando de uno de estos vasitos que con tanto cariño he reservado para vosotros.
Y después de dar buena cuenta de ellos todo el mundo a la piscina o a darse un largo paseo a la caída de la tarde para quemar esas calorías tan innecesarias pero tan tremendamente ricas ¡ya me lo diréis si os animáis!
Ingredientes:
* 200 gramos de nubes
* 500 mililitros de leche
* 125 gramos de yogur natural
* 120 gramos de mermelada de fresa
* Un sobre de gelatina de fresa
* Colorante rojo (opcional)
* Fideos de azúcar de colores para decorar.
Elaboración:
1. Ponemos en el vaso las nubes y 300 ml de leche. Programamos 4 minutos y medio, velocidad 2, 90 grados.
2. Añadimos el yogur, la mermelada y resto de leche y programamos 15 segundos velocidad 5
3. Añadimos el sobre de gelatina y programamos 4 minutos y medio, velocidad 3 90 grados
4. Cuando termine añadimos unas gotitas de colorante rojo si queremos un tono más intenso y programamos a velocidad 5 unos segundos para que se reparta de manera homogénea.
5. Vertemos en los vasitos en los que vayamos a servir, dejamos templar en la encimera, tapamos bien y pasamos al frigorífico.
6. Antes de servir ponemos unos fideos de colores en la superficie o cualquier otra cosa que se os ocurra.
Elaboración tradicional:
1. Ponemos a fuego bajo en una olla las nubes y 300 ml de leche.Vamos removiendo hasta que las nubes se hayan derretido
2. Añadimos el yogur y la mermelada y mezclamos hasta integrar.
3. Retiramos el fuego y añadimos el sobre de gelatina. Mezclamos hasta disolver y añadimos el resto de la leche. Removemos bien.
4. Añadimos unas gotitas de colorante rojo si queremos un tono más intenso y batimos para que se reparta de manera homogénea.
El resto de los pasos igual que con la preparación en Monsieur Cuisine.
Si usáis algún tipo de decoración de azúcar (ya sean fideos como yo, bolitas o cualquier otra cosita que tengáis en casa) os aconsejo ponerlos justo antes de servir o acabarán derretidos.
Falta no es que le haga, pero quedan más monos y de paso le daba salida a unos poquitos que quedaban en el armario.
Como mi receta es 100% de aprovechamiento, que no me cansaré de decir que no se debe tirar nada, también va para el reto 1+/-100 desperdicio cero de mi amiga Marisa en el que os invito a participar como cada vez que os hablo de él.
La entrada se me está alargando pero no quiero despedirme sin contaros que la fiesta de Lara fue estupenda a pesar del calor que caía sobre nosotros y la gran afluencia de familiares que hubo. Es la tercera fiesta a la que acudo y es la vez que más personas han asistido. Estaba tremendamente agobiada y menos mal que Elena estuvo durmiendo casi todo el rato.
Lara lleva el baile en las venas y cuando terminó mucha gente le decía ¡eres la que más has bailado de todo el cole! y es que la chiquilla lo dio todo.
A Elena le he cortado el pelo. Se le había caído por partes, el que no se le ha caído lo tenía muy largo y así no había manera ni de peinarla por lo que a la peluquería de cabeza. Y el martes le tocó la segunda vacuna de la meningitis. Igual soy una mala madre, pero a mí no me da pena vacunarlas, yo casi deseo que llegue el momento de hacerlo y doy gracias por tener acceso a tantas vacunas que pueden evitarnos males mayores. Además igual que hicimos con Lara estamos pagando todas las que no se financian en el sistema público pero que recomiendan poner a los niños como esta que le pusimos hace dos días. No voy a entrar en este tema hoy porque me gustaría sacarlo más adelante y porque esto se ha alargado ¡como viene siendo habitual en mí!
Nos leemos la semana próxima. Mientras tanto ¡sed felices y disfrutad del verano!
¡Manos a la masa y bon appétit!