Tengo los pies sobre la almohada ya que estoy un poco cansado del ajetreo del servicio del medio día. Hemos servido a mas de doscientos comensales entre carta y menú y como falta personal en la cocina ha sido un verdadero desgaste tanto psicológico como físico. Aquí estoy, compartiendo habitación con el cocinero Raul donde hoy, vamos con dos amigas a cenar a un restaurante de cierta categoría donde tiene fama por sus cenas románticas. Hace ya media hora que me he duchado y Raul poco más de diez minutos, por eso, veo que se dirige hacia el gran armario que compartimos. El hotel restaurante donde trabajamos nos ha habilitado esta habitación y menos mal que solo dormimos dos personas, ya que a lo largo de mi vida profesional he trabajado en hoteles donde pernoctábamos siete u ocho, entonces, imaginaros el olor a sudor, a pies y la parte acústica de ronquidos varios.
Mi compañero de fatigas abre la puerta corredera del armario y veo que está dudando entre dos o tres camisas. Al final, se ha decidido por unos pantalones grises y camisa azul. Solo le falta la americana y la corbata para parecer un autentico hombre de negocios complementado por la brillantez de sus zapatos negros los cuales terminan de dar el broche de oro a su vestimenta. Es muy clásico en el vestir, y yo más informal, pero claro, como se trata de una cena en un restaurante elegante, también tendré que cuidar mi vestimenta al igual que cuando se hace un plato para un restaurante de alta categoría que en este caso, según marcan los cánones la presentación tiene que ser super esmerada y la cantidad mucho menor que un restaurante rápido de carretera donde acuden obreros que gastan muchas calorías y requieren platos más llenos sin importarles tanto una presentación Daliniana y si, algo más completos en ración. Bueno, eso es lo que siempre me decía un chef con el que trabajé casi dos años y casi le doy la razón. Las raciones tan pequeñas y caras son contraprudentes entre si.