¡Hola! ¿Cómo está yendo la vuelta al trabajo?
Hoy os traigo la receta de unos muffins de arándanos deliciosos. No tenía pensado subirla, simplemente tenía unos arándanos que quería gastar y decidí preparar esta receta que vi en el libro "Objetivo: cupcake perfecto 2" de Alma Obregón, pero cuando los probé supe que tenía que compartirla aquí con vosotros también. Es increíble el delicioso aroma a mantequilla y almendra que queda flotando en el aire durante su horneado y después. y luego, al degustarlos, la combinación de un bizcocho esponjoso y delicado con la frescura de los arándanos y el crujiente del streuzel de almendra es, sin duda alguna, un golpe de éxtasis de puro deleite gastronómico. ¡Me están entrando ganas de comerme uno!
Pero bueno, vamos a dejarnos de descripciones y vamos a ponernos en faena, que prepararlos es la mejor forma de hacernos una idea de lo ricos que están. Os dejo con el desglose de los utensilios, ingredientes, preparación y trucos necesarios y ¡con un nuevo relato!:
Me despertó el sonido del mar embravecido golpeando con furia contra el roquedal. La arena, llena de pequeñas piedrecillas y conchas, me arañó la piel cuando de improvisto se alzó en un remolino llevado por el vendaval. Me había quedado dormido sobre la esterilla y notaba el cuerpo entumecido. Me levanté despacio y recogí mis cosas mientras parpadeaba repetidamente, confuso y distráido en el sonido de las olas. Despegué los párpados y eché un último vistazo al mar. La marea había bajado y ahora se podía divisar claramente la hilera de pequeñas rocas que se adentraba hacia el horizonte, en diagonal, y entre las cuales, varios señores armados con sendas camaroneras con sus correspondientes rastrillos, se disponián a recoger la pesca del día. El grito del chico de los helados terminó de difuminar mi embotamiento.
De seguida, comencé a alejarme de la orilla, dejando un camino de huellas con mis pies descalzos que se fueron difuminando poco a poco en forma de pequeñas volutas de polvo tostado.
Un camino de tablillas serpenteaba hacia una sola ducha cubierta de óxido y musgo que precedía, a su vez, al paseo. Me apresuré a alcanzarlo y, poco después, me encontraba inmerso en las calles de aquel pueblo de pescadores que en esa época del año recibía tantas visitas en forma de turistas deseosos de cerveza y pescaíto.
Me esperaban en casa de los conocidos de unos amigos en cuyo apartamento estábamos pasando las vacaciones. Mi padre prepararía una paella. Contaba yo entonces con poco más de 11 años y mi mente desbordaba sueños e ilusión, pero mi rostro muchas veces solo mostraba frustración y señales de la indeferencia y la autoexclusión que trae consigo el comienzo de la adolescencia. Siempre fui un niño tímido y, francamente, no me apetecía nada acudir a la comida, por lo que me demoré un poco mientras paseaba por calles de piedra vieja enmarcadas en jazmín y azahar. Recuerdo perderme en el aroma de aquellas flores mientras con una media sonrisa inventaba historias sobre el pasado de aquel camino que en otros tiempos, otras gentes hubieron de recorrer, tal vez con pensamientos parecidos a los míos.
El irremediable Tiempo ha logrado difuminar el resto de aquel paseo, quemando las pruebas de su existencia, que poco a poco solo han dejado una hoquedad negra bordeada de ceniza y muy difícil de interpretar.
Tanto tiempo ha pasado que gran parte del trazado de aquel pueblo se ha difuminado también en mi maltrecha memoria. Sin embargo, hay algo más de aquel día que sigue echando chispas en mi imaginación, un recuerdo bañado de un aura cálida y casi táctil todavía. Comienza con una imagen vívida en la que yo, entonces imberbe y mucho menos cansado, aparezco sentado -cabizbajo y con los ojos cerrados con fuerza- en un banco de madera y clavos mientras me deleito con los últimos granos de arroz. Al terminarlos, despego los párpados y alzo la cabeza del plato para descubrir algo que me deja hechizado. En la mesa, sobre una humilde bandeja de vidrio cromado, se erige un flan de huevo casero que desafía la ley de la gravedad. Su superficie está barnizada con el más dorado de los caramelos y a sus pies, esparcida con holgura, destaca una sustancia cremosa y de color morado que despide un aroma sutil pero fresco, embriagador...
Lo siguiente que recuerdo es la felicidad estallar dentro de mí mientras saboreo despacio esa deliciosa combinación de dulces caprichos. Tan impactado quedé, que abandoné mi habitual timidez para preguntar por la naturaleza de la deliciosa salsa que acompañaba al flan. Se trataba de una confitura de arándanos que el anfitrión –un hombre mayor de rostro manchado por el sol, mirada centelleante y afable carácter– preparaba cada año para acompañar, exclusivamente, aquel suculento flan del que se sentía tan orgulloso.
Desde entonces, cohabitó en mi mente el recuerdo de estos deliciosos frutos con la imagen de aquella mirada humedecida de satisfacción que revelaba un alma cargada de ilusión y buenas intenciones. A ambos tuve la suerte de conocerlos aquel verano del que poco más consigo recordar.
Los arándanos se convirtieron entonces en unos de mis frutos preferidos. Resulta, no obstante, acaso sorprendente que no haya preparado ningún dulce con ellos hasta ahora. Creo que la explicación más sencilla es que no quería enturbiar el recuerdo que me dejó aquel delicioso postre. Así que podréis imaginar que existe una poderosa razón por la que me haya atrevido, no solo a preparar estos muffins con ellos, sino a publicarlos aquí. Y es que están verdaderamente deliciosos. Huelga decir que son los mejores muffins que he probado jamás y aquí no estoy exagerando valiéndome de mi sangre andaluza.
Cantidad: para unos 8 muffins.
Tiempo: poco más de media hora.
Utensilios
Báscula
Un par de bols.
Un tamiz
Molde de metal para muffins (opcional)
Cápsulas de papel para muffins. Si las compráis rígidas, no necesitaréis el molde de metal –que sirve para ayudarles a mantener su forma.
Varillas
Lengua de silicona.
ELABORACIÓN
MUFFINS DE ARÁNDANOS
215 gr de harina floja
1 cucharadita y media de levadura química
1/2 cucharadita de sal
150 gr de mantequilla derretida
150 gr de azúcar blanco
2 huevos M
Unos 100 gr de arándanos
180 ml de leche
Precalentamos el horno a 180ºC (160ºC con ventilador) con calor arriba y abajo y la rejilla dispuesta a media altura.
Preparamos las cápsulas de papel.
Fundimos la mantequilla y con una espumadera retiramos los sólidos que hayan subido a su superficie.
En uno de los bols, tamizamos la harina, la levadura y añadimos la sal. En el otro, mezclamos la mantequilla fundida con el resto de los ingredientes, a excepción de los arándanos, con unas varillas.
Añadimos los ingredientes líquidos a los secos y mezclamos envolviendo con una lengua de silicona.
Romovemos un máximo de 15 a 17 vueltas. Si queda algún grumo no pasa nada, porque se consumirá mágicamente en el horno.
Añadimos los arándanos, removemos muy poco y dejamos la masa reposar un rato.
Mientras la masa reposa un poco, hacemos:
STREUSEL DE ALMENDRA:
Si no os gusta el toque crujiente, podéis prescindir del streusel, pero la verdad es que le da un contraste de texturas muy agradable en boca.
60 gr de mantequilla fría cortada en dados.
35 gr de harina floja
45 gr de polvo de almendras
2 cucharadas de azúcar moreno
Con la ayuda de una rasqueta de metal o de dos cuchillos, mezclamos la masa sobre una superficie lisa hasta que tenga la apariencia de unas migas.
Cuando tenemos las dos preparaciones listas:
Llenamos las cápsulas casi hasta el borde, pero dejando un espacio como de medio dedo sin llenar. Disponemos sobre la masa un poco del streusel de almendra.
Horneamos a 180ºC y sobre una rejilla dispuesta a media altura, durante 25 a 30 minutos. Su superficie tiene que quedar un poco dorada para que luego, al enfriarse, quede crujiente también.
Dejamos enfriar 5 minutos dentro del molde y luego los pasamos a una rejilla hasta que se enfríen por completo, cuando los guardaremos en un recipiente hermético.
Se pueden comer tibios o fríos, tal cual o con una pieza de fruta, un yogur, un vaso de leche... o ¡todo junto!
Variaciones
En esta ocasión, yo no tocaría nada de la receta, pero quizás, si os gustan los cítricos, podéis añadirle un poco de ralladura de limón o naranja al streuzel o a la masa del muffin.
Conservación
Los podéis conservar a temperatura ambiente dentro de un recipiente hermético. Aguantan unos 4 días tiernos.
También podéis congelarlos de uno en uno y dentro de bolsas de congelación e ir descongelándolos a temperatura ambiente.
También podéis descongelarlos dándoles un golpe de horno para que parezcan casi recién hechos.
¿Podéis apreciar la miga tierna y el interior cremoso? ¡Qué pena que no podáis olerla!
Muchísimas gracias por emplear un poquito de vuestro tiempo en pasar a ver la receta.
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Hasta pronto,