Una, que tiene aires de diva, aunque sea de diva de andar por casa, se enorgullece de que aunque tarde ha aprendido a comer de todo y no hacerle ascos a nada.
Mentira.
Tengo un par de espinitas en mi talón de aquiles (el alimentario, se sobreentiende) y es que cuando de alcachofas, rábanos o remolacha se trata hago mutis por el foro y parezco Shin-chan con un plato de pimientos delante.
Y lo he intentado, puedo prometer que lo he intentado con todas mis fuerzas, pero son superiores a mí.
La remolacha (y el rábano) saben a tierra. Lo sé, sueno igual que Tito, de Verano Azul, cuando aseveraba que la leche sabía a vaca y no le gustaba.
Y por mucho amor que yo le tenga al olor a tierra mojada no me apetece nada tener la sensación de estarla comiendo.
Si la remolacha está rallada puede colar en una ensalada (y hace años en una patata asada en las madrugadas de feria, pero es que entonces, habida cuenta del estado que se cotizaba a esas horas, hubiera colado cualquier cosa para asentar el estómago) pero en trocitos...¡por ahí sí que no paso!
Es superior a mí.
Mira que la veo con ese precioso color de rosáceo a violáceo y me pone ojitos, pero es olerla o probarla y el amor a primera vista se hace mil añicos.
Y me fastidia. Porque soy muy exigente y me enfado conmigo misma por andar haciéndole ascos.
Con la receta de hoy me resarzo. Al menos en parte. Me intento convencer de que por algún lado hay que comenzar y este inicio no ha sido malo.
Hace tiempo que me rondaba por la cabeza la idea de usarla en repostería, pero como siempre se cruzaba otro ingrediente que ya tuviera en casa o cualquier receta que se me hubiera antojado nunca le llegaba el momento.
Hasta que hace unos días, en uno de mis arrebatos de reorganización me encontré un paquete de remolachas que suele comprar mi marido (y que se las zampa él solito sin necesidad de compartir con nadie) y que llevaban bastante tiempo allí.
Estoy segura de que se le habían olvidado, porque nada en sus manos dura demasiado.
De hecho habían cambiado de color y en lugar de ese color violáceo tan bonito estaban tirando a marrón.
Lo abrí pensando que igual no estaban buenas, y como sí lo estaban decidí que el universo me estaba hablando y que había llegado el momento de enfrentarnos cara a cara reposteramente hablando.
El tema del color me fastidió. Yo quería una masa rojiza, pero como de antemano sabía que era una batalla perdida decidí que con chocolate todo mejora y la cosa fue rodada para acabar horneando unos muffins ¿qué si no podía ser? y es que no me canso de estos pastelitos que alegran mis desayunos al romper el alba.
Mientras los preparaba recordé que en una serie (no recuerdo cual, pero bien podría ser The Big Bang Theory, pero si alguien sabe la que es con exactitud agradecería me lo dijera en los comentarios) los protagonistas juegan a una cosa muy boba pero bastante interesante: tienen que decir un alimento que no mejore con chocolate o con salsa barbacoa.
Cuanto menos es una cosa curiosa, porque te pones a darle vueltas y hay pocas cosas que no mejoren con esos dos ingredientes.
La cuestión es que el tándem chocolate & remolacha funciona más que bien y estos muffins desprendían un olorcito absolutamente irresistible que no solo inundó toda la casa sino también las zonas comunes de mi edificio.
No es por presumir, pero pasadas un par de horas de haberlos horneado regresé de recoger las niñas y Lara en el portal dice "Mamá, huele muy bien ¿qué has estado cocinando?"
Y ahí estaba yo que casi no entraba en el ascensor de lo orgullosa que estaba.
Y me voy a permitir hacer un inciso para aclarar que únicamente tomo el ascensor cuando voy con Elena en el carro o cuando llegamos de hacer la compra y hemos arrasado con las existencias de medio supermercado.
Aclarado esto, y siguiendo con los muffins, confesaré que en los dos primeros notaba el sabor a remolacha. Muy al final, muy sutil, pero ahí estaba yo paladeando cada bocado como si la vida me fuera en ello a ver si se adivinaba el ingrediente "secreto"
A partir del segundo sólo era consciente del delicioso sabor del chocolate y de la textura jugosa y húmeda que aporta la remolacha.
Otra cosa que me encanta de esta receta es que tardas poco más que lo que te lleva sacar los ingredientes del frigorífico y los armarios porque va todo a la batidora y se mezcla en un pispás y sin necesidad de ensuciar muchos cacharros
Es la primera receta que preparo con remolacha y probablemente no sea la última. Tengo que seguir experimentando y espero conseguir algún postre con un bonito y natural color rojizo.
Dadme tiempo.
Y ahora permitidme que os invite a unos deliciosos muffins ideales para el desayuno o la merienda. En realidad para cualquier momento del día ¡no vamos a engañarnos!
¿Alguien se apunta?
Ingredientes:
* 250 gramos de remolacha cocida
* 150 ml de leche
* 1 cucharadita de vinagre de manzana (se puede sustituir por zumo de limón)
* 2 huevos
* 100 gramos de azúcar
* 80 ml de aceite de oliva virgen extra
* 1 cucharadita de café soluble
* 16 gramos de levadura química (impulsor)
* 20 gramos de cacao en polvo
* 300 gramos de harina integral
* 100 gramos de pepitas de chocolate
* 1 cucharadita de harina
Elaboración:
1. En una jarra ponemos la leche, añadimos el vinagre (o zumo de limón) y dejamos reposar unos cinco minutos. Removemos y reservamos.
2. En un bol amplio ponemos los huevos, la remolacha cortada en trozos, el aceite, la leche con el vinagre, el azúcar, el café y la levadura y con la batidora de brazo trituramos hasta obtener una masa lisa y sin grumos.
3. Añadimos el cacao y la harina mezclamos.
4. Tapamos y dejamos en el frigorífico hasta el día siguiente o al menos un par de horas. Si no tenéis tiempo podéis obviar este paso.
5. En un bol ponemos las pepitas de chocolate, añadimos una cucharada de harina y mezclamos bien. Las añadimos a la masa y repartimos con ayuda de una espátula.
6. Ponemos las cápsulas en nuestra bandeja para muffins y repartimos la masa con ayuda de una cuchara para helados.
7. Introducimos en el horno precalentado a 210º C y horneamos unos 25 minutos.
8. Sacamos, retiramos de la bandeja para muffins y dejamos enfriar por completo sobre una rejilla.
Se conservan estupendamente en un táper bien cerrado dentro del frigorífico.
Otra opción es congelarlos y sacarlos un rato antes de ser consumidos ¡estarán como recién hechos!
Mientras redacto esta entrada no puedo dejar de acordarme de que el último está en la nevera, aguardando al desayuno de mañana y puedo prometer que no me importa siquiera el madrugón porque con chocolate y además en versión muffins, la vida se ve de otra manera ¿no os parece?
La semana pasada os dejé intrigados y preocupados a partes iguales. Quiero tranquilizaros porque en casa estamos todos bien.
Mi ausencia se debe a una carga brutal de trabajo, no hay que olvidar que estoy en plena liquidación trimestral de impuestos, y a que el bichito que ha convertido 2020 en una pesadilla ha vuelto a pasarnos muy de cerca y afortunadamente hemos vuelto a escapar (pero yo no me he librado del bastocillo en la nariz y el correspondiente miedo a haberlo metido en casa. Nunca un resultado negativo fue acogido con tanta alegría, os lo puedo asegurar)
Con toda la suerte que llevamos gastada creo que no compraremos lotería de navidad, mejor reservarla para estos reveses que a buen seguro nos quedan unos cuantos por el camino.
Gracias por vuestros comentarios y preocupación, no era mi interés inquietaros. Y por supuesto gracias por seguir visitando mi cocina a pesar de mi desaparición casi total a lo largo del mes, pero no me da la vida (de hecho ni siquiera he tenido puente, he tenido que estar al pie del cañón en la oficina para llegar a tiempo con el trabajo)
Disfrutad del fin de semana y nos leemos el jueves próximo ¡Sed felices!
Manos a la masa y ¡bon appéti!