Una época en la que muy pocas personas podían permitirse el lujo de comer pollos asados, ya no sólo por el costo económico que suponía tan plumífero animal.
Independientemente, aunque las casas podía tener un horno de leña como era el caso de la casa de mi abuela, elemento imprescindible sobre todo en las zonas rurales, ya era todo un lujo poder comprar leña o carbón para encenderlo.
A veces, se encontraba situado en la cocina y otras, en una esquina del patio trasero.
Se construían de piedra o adobe, y de forma circular u oval, con una bóveda curva que facilitaba la circulación del aire caliente.
El patio de mi abuela era muy hermoso, de un blanco inmaculado, encalado año tras año, siempre por mi madre que manejaba la caña y la escobilla de blanquear como nadie, con un pequeño corral cerrado donde de vez en cuando se crió algún que otro cerdo o algunas gallinas, en una esquina, al fondo un gran lebrillo lleno siempre de agua limpia calentada por el sol, y muchas macetas que en primavera sobre todo le daban una alegria y olor especial, flores, muchas flores: claveles, geranios, gitanillas, azucenas blancas, begonias, hierbabuena y albahaca. Un poyete con su pila para lavar y un botijo blanco con agua fresquita, siempre rodeado de flores y al fondo en una esquina: el horno, que nunca llegué ver encendido, ni funcionando.
En su casa mi madre no tenía horno.
En esos años comenzaron a proliferar en Málaga los establecimientos de ventas de pollos asados, ristras de ellos ensartados, dando vueltas asándose y los clientes haciendo cola a la espera de poder comprarlos y llevarlos a casa.
Esos establecimientos se convirtieron en el lugar preferido para aquellas personas que en días festivos sobre todo “colgaban el delantal”, donde un pollo en un plato de aluminio tapado con cartón, huele que alimenta, con ése olor tan característico que inunda la calle entera y los alrededores de donde se encuentre el establecimiento.
Asar un pollo en “Mi cocina” es normal y habitual, consigo disfrutar no sólo porque huele a ése aroma inconfundible tan peculiar en algunas calles malagueñas y escuchar: Uuummmm, “pollito asao” qué rico !!!!
Esta es la forma más clásica para prepararlo en “Mi cocina”.
Poner dentro del pollo (limpio y vacío totalmente), la piel de un limón, una buena rama de tomillo, una cabeza mediana de ajos cortada por la mitad (dejando incluso la piel) y dos o tres hojas de laurel.
Untar el pollo con manteca de cerdo blanca (en su defecto mantequilla) y salar al gusto.
Ponerlo en una fuente especial para hornear y regar con aceite de oliva virgen.
Meterlo en el horno precalentado a 180º C, en el centro y encendido arriba y abajo (por lo menos en el mio).
Dependiendo del tamaño del animal, una hora y media aproximadamente, dándole la vuelta y regándolo de vez en cuando.
Los últimos minutos encender el grill para dorarlo.
Aconsejo acompañar con patatas a lo pobre, patatas al horno o en puré y menestra de verduras.
¡¡ Buen provecho !!