La mar calma, azúl intenso su color, un ligero viento de poniente, quizás de “terrá”, el mar estará helado, seguro, pero el agua estará cristalina.
Razonamientos por la mañana bien temprano, pensando como encontraré el mar, al ir a bucear por la costa malagueña, siempre buscando roqueos, donde encontrar “vida” marina.
Todo un ritual: empiezo en el rebalaje a vestirme con mi traje de neopreno de 5 milimetros, de dos piezas: escarpines, pantalón con peto, la parte de arriba que me cubre la cabeza, coloco en mi pie derecho las correas con un cuchillo a presión, las pesas en mi cintura (seis kilos que me ayudarán a bajar en apnea), los guantes, escupo en las gafas y las enjuago (indispensable para que no se empañen), coloco el tubo en ellas y me las ajusto en la cara y por último las aletas.
Suavemente me deslizo en el agua, noto el frescor en la única parte de mi cuerpo en contacto con ella: los labios; el agua va entrando poco a poco, un ligero repelús recorre mi cuerpo hasta que se aclimata, pero se olvida viendo las maravillas con las que me encuentro, se abre un fascinante mundo ante mis ojos y entro en otra dimensión.
Ante todo un sinfín de plantas que hacen de la flora submarina un verdadero jardín rico en formas, entre las que destacan verdes praderas de posidóneas.
A escasos metros diviso un gran número de erizos negros, marrones y morados que conviven en perfecta armonía con anémonas que mecen sus tentáculos a merced de las corrientes marinas en un suelo yermo de piedras lisas.
Aleteo despacio, suavemente para que no se asusten los peces, buscando los roqueos cubiertos de mejillones y cañaillas y de vez en cuando un espirógrafo sale de su tubo y me da la bienvenida, lugares donde el chocar de pequeñas olas nos regala una espuma constante como si de abrirse un buen vino espumoso se tratara, observo los cohombros y las estrellas de mar.
Peces multicolores, casi tropicales, que vienen a comer de mi mano, ofreciéndoles los mejillones y erizos que suelo abrir con mi cuchillo: doncellas, gobios, vaquetas, señoritas, gallitos e incluso herreras, doradas y los sargos más pequeños y confiados acuden hacia mi.
Bancos de boqueroncitos, jurelitos nadan a mi alrededor y sin miedo miran a mis ojos.
Algún que otro serrano durmiendo enrocado, pequeñas castañuelas azules fluorescentes, y chanquetes resguardándose de las corrientes entre las rocas.
Grandes sargos, de vez en cuando una lubina pasa rápidamente, palometas bien hermosas, salmonetes buscando pequeños crustáceos en la arena con sus dos barbitas.
Miro durante unos minutos a dos grandes centollos bien mimetizados entre las rocas y cerca una pareja de jibias que al percatarse de mi presencia amenazan con sus tentáculos, pero enseguida notan que no soy un peligro y me obsequian con un sinfín de cambios de color y con un movimiento de sus “volantes” como si de un baile andaluz se tratara. Se cruza rápidamente una morena con pintas amarillas, serpenteando hasta su cueva.
Miro en la distancia y una gran medusa, más de media hora observándola; gran espectáculo que me deleita y me fascina, maravilloso animal.
Miro hacia abajo y nada más veo arena, cáscaras de almejas, currucos, navajas, conchas finas y coquinas por doquier, pasa nadando un lenguado y sin querer levanta la arena con la que se cubre una raya.
Y entre la parte arenosa y el roqueo, unas piedras bien colocadas y rodeadas de conchas de mejillones: una tana, por lo tanto bajo dando un golpe de riñón y le veo, me mira con esos ojos tan penetrantes, tan inteligente, lo puedo coger, es pequeño, se pone blanco por el miedo, pero enseguida vuelve a su color, le acaricio y durante unos minutos se queda en mi mano, decide irse expulsando un buen chorro de tinta y se aleja: el pulpo.
Ese pulpo malagueño, tan moreno, con tan buen color, con un sabor indescriptible y sabroso que en algunas ocasiones ha llegado vivo a “Mi cocina”.
¿Cómo lo preparo?
Suelo tenerlo congelado, por lo que un día antes, a temperatura ambiente lo descongelo
De lo poco que cocino en olla rápida.
Lo cuezo entero, tal y como sale del mar, enjuagándolo previamente a fin de quitar todo posible rastro de algas, arena, etc.
Introduzco el pulpo en la olla expres cubriéndolo totalmente de agua, salándolo al gusto, junto con dos hojas de laurel; dependiendo del tamaño, suelo dejarlo aproximadamente unos cuarenta y cinco minutos aproximadamente.
En olla y de forma tradicional:
Poner agua a hervir, coger el pulpo por la cabeza e introducirlo en el agua previamente salada.
Dejar que hierva el agua nuevamente y repetir la operación tres o cuatro veces.
Dejar el pulpo junto con un trozo de cebolla, cocer durante una hora, siempre dependiendo del tamaño del animal.
Cocer patatas en rodajas en agua aparte y reservar.
Una vez cocido cortar las patas en rodajas.
Emplatar en tabla de madera y colocar el pulpo encima de las patatas, salar con sal gorda, echar pimiento molido (dulce o picante al gusto del consumidor) y un buen aceite de oliva virgen extra (uso el de Periana, Málaga).
¡¡ Disfrútenlo !!
Gracias a mi marido por descubrirme ese maravilloso mundo y poder vivir y disfrutar de tan increíbles sensaciones.