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INGREDIENTES (4 personas)
1 solomillo de cerdo ibérico troceado
Queso azul (1 cuña)
8 obleas grandes de empanadilla
1 yema de huevo (para pincelar las obleas)
Sal, pimienta y aceite de oliva
Para el puré de coliflor1 coliflor pequeña1 bote de nata (crema de leche)Medio vaso de leche2 cucharadas de curry1 cucharada de cúrcumaSal y pimienta
Para la cebolla caramelizada2 cebollasAzúcar moreno1 chorrito de brandyAceite de oliva y sal
Tiempo: 45 minutos
Como nuestro carnicero es una persona de naturaleza amable, nos cortará en tacos gruesos el solomillo de cerdo ibérico. Bien limpio y preparado para manejarnos con él. Salpimentamos todas las piezas por las dos caras y reservamos. Vamos haciendo nuestra cebolla caramelizada, que le va genial a este plato aunque lleve un poco de tiempo. Cortamos la cebolla en juliana (tiras) y la vamos pochando a fuego suave en un cazo con aceite de oliva y una pizca de sal para que sude mejor. Habrá que ir removiendo constantemente para que no se nos queme y quede blandita. Unos 10-15 minutos después añadimos el azúcar moreno y removemos. La cantidad de azúcar dependerá de vuestro gusto. Añadimos un chorrito de brandy (o vinagre) y dejamos que evapore el alcohol. Mezclamos bien y ya lo tenemos. El puré de coliflor. Lavamos la coliflor bien y sacamos los ramilletes. Los cocemos en agua hirviendo con sal unos 10 minutos. Colamos. Los echamos en un cazo y trituramos con la batidora. Añadimos nuez moscada y damos calor. Vamos vertiendo la nata (crema de leche) y removiendo para que vaya cogiendo cuerpo la salsa. Añadimos el curry, la cúrcuma y seguimos mezclando. Yo añadí además un poco de leche para no hacerla tan densa, pero ahí ya a ojo. Corregimos de sal y listo. Los saquitos: Disponemos las obleas en la tabla de trabajo. Sobre una de ellas colocamos el trozo de solomillo, una cucharada de nuestra cebolla caramelizada y un trocito de queso azul. Cubrimos con otra oblea y sellamos bien. Nos servirá tener las manos ligeramente húmedas. Poco a poco, y con paciencia, vamos haciendo una especie de greca con los bordes de las dos obleas. También se puede usar la típica técnica de empanadilla, es decir, sellando los bordes con la ayuda de un tenedor. Ahí ya, como siempre, a gusto del cocinero/a. Batimos un huevo y pincelamos nuestros saquitos antes de meterlos al horno. Con el horno precalentado (con calor arriba y abajo) a unos 190-200º, metemos los saquitos en una bandeja de silicona o de Pyrex ligeramente untada de mantequilla o aceite, para que no se nos pegue por debajo. O también se puede colocar papel de hornear. Los dejamos cocinarse durante 10-15 minutos, vigilando que se doren pero que no se quemen. Los sacamos del horno con cuidado y emplatamos. Disponemos unas tiras de nuestro puré de coliflor. Encima colocamos los saquitos y abrimos uno para comprobar que el queso se ha fundido. Una mezcla interesante, distinta y llena de matices y sabores para degustar de una forma original un exquisito solomillo de cerdo. ¡Que aproveche, hitchcookianos! Película ideal para degustar este platoCLOSE ENCOUNTERS OF THE THIRD KIND("Encuentros en la tercera fase" de Steven Spielberg - 1977) Vale. Partamos de una evidencia algo loca, para variar. Esta receta tiene un punto de marciana en muchos aspectos. Por un lado nos topamos con una idea poco convencional (y pocas veces avistada), y por otro nos encontramos con un resultado final que nos deja intuir una especie de platillos volantes sobrevolando en el cielo oscuro del plato. Y por último afrontamos a estos "seres-saquitos" desde un punto de vista benévolo, optimista. Porque esa es la originalidad de esta obra: mirar por primera vez a los alienígenas como entes pacíficos. Ese era el mensaje cifrado de estos Encuentros en la tercera fase. Cinco años antes de dar con el extraterrestre más famoso y taquillero de la historia (E.T, por supuesto, en 1982), Spielberg estaba sumido en una de sus mejores y más atrevidas décadas: los setenta. Una fase creativa que supuso su gran explosión como cineasta, armador de historias y sobre todo, heredero de un Hollywood ya no tan dorado. En este despertar deja obras atrevidas como El diablo sobre ruedas, Loca evasión y sobre todo, su gran obra Tiburón. Por primera vez se nos presenta a unos alienígenas "buenos", nada amenazadores, hasta tímidos si nos ponemos. Lejos quedan las guerras catastrofistas y aniquiladoras entre humanos y marcianos. Spielberg hace un ejercicio existencial, filosófico, incluso religioso (Moisés en el monte), donde prima la curiosidad (y la obsesión) por lo desconocido. A través de los ojos de Richard Dreyfuss (su musa), somos testigos de ese periplo que lleva a un hombre normal a descubrir cosas extraordinarias. Un avistamiento nocturno. La visión de una montaña. Abducciones. Y una melodía como lenguaje interplanetario. Estos son los elementos narrativos por el que el joven Spielberg (por aquel entonces 28 añitos) nos conduce para adentrarnos más allá de la realidad. Nuestros saquitos surgen en mitad de la cielo nocturno, su forma circular catapulta nuestra mente a esos platillos volantes muy de los años 50 y de los que claramente bebe Spielberg. Nos encontramos solos en esa carretera oscura (que bien pudiera ser nuestro plato pizarra) y de pronto avistamos la presencia de esos objetos que caen sobre nosotros. En un principio no sabemos nada de ellos, sólo nos dejan un rastro que perseguir, aquí ejemplificado con el puré de coliflor. Ese desconocimiento que nos propicia la capa de la oblea (o la coraza multicolor de la nave extraterrestre) nos suscita curiosidad por lo que ignoramos, es decir, por el relleno. O dicho de otro modo, por las intenciones de nuestros galácticos visitantes. No hay maldad en ellos, pues pese a su aspecto rudo (otorgado por la carne) y su intenso aroma (el queso azul), quedan suavizados y dulcificados por la generosa ración de cebolla caramelizada. Así pues hemos seguido el espíritu del bonachón de Spielberg. La maravillosa fotografía y luminotecnia de la película se ve aquí en el juego de colores con el dorado de los saquitos y la huella amarillenta del puré al curry. No ha sido tarea fácil, pero tampoco lo fue para él. Pues en aquel momento todavía estaba a punto de demostrar al mundo que, si le diera la gana, sería el mejor director vivo. Desde luego es uno de los más taquilleros, y eso en cocina, sólo significa una cosa: que tu obra guste a todo el mundo. Ése es el único encuentro que nos debería interesar...