Las sardinas son castigadoras.
Llega el verano. Y vas tú paseando por la playa, libre de complejos, de pelo y de durezas en los pies [libertades restringidas al verano, que en invierno ya pasas de todo] y te llega ese olor, ese, el de los espetos de sardinas.
Como eres un ser inmoral y falto de escrúpulos, tú ese día te has ido a la playa con el bocata de mortadela con aceitunas, y tu pastelito plastificado del super de postre -que no se diga-. Y entonces las hueles.
Porque los espetos de sardinas tienen el don de la ubicuidad. Los haces aquí y los huelen en Dubai. Y se te abre el apetito, claro. Pero en tu bolsa solo hay crema bronceadora y un bocata de mortadela, para que elijas.
De modo que te comes resignado la mortadela, con la lorza castigadora asomando [porque las sardinas no fomentan la lorza pero el bocata sí] y al día siguiente bajas a la playa a lucir depilación brasileña con lorza incipiente, sin bocata y sin pastelito… y te das de bruces con que el señor de las sardinas no está. Ale, a pasar hambre, que toca compensar.
Y es que a ti las sardinas te quieren mal. Porque luego te vas a tu casa [en la ciudad, claro, que tú no vives en la playa] y te compras las sardinas para vengarte de tus frustraciones veraniegas. Y la primera en la frente: que tienes que limpiarlas, que no se limpian solas. Te resignas y cuando has acabado con aquel kilo de sardinillas [que encima trajiste las pequeñas porque eran más baratas y acabas de descubrir por qué] ya la cosa ha perdido todo el encanto y se ha apagado la musiquita ambiental que sonaba en tu cabeza, y ya solo escuchas a tus tripas hambrientas.
La segunda viene de seguido: ¿Dónde pensabas hacer el espeto, alma de cántaro? ¿En la terraza? ¿Esa que tú NO tienes? Resignado de segundas, coges una sartén. Según las empiezas a cocinar, aquello empieza a desprender un olor que no vas a sacar de las cortinas del salón hasta pasado nochebuena.
Y la tercera: ¿A que no habías pensado que los niños no comen pescado?
Pero cuando ya habías perdido toda ilusión por estos pequeños pececillos a los que ibas a encargar un vudú al salir de la oficina mañana, llega la Tia Alia, que es maja, pero maja, maja. Y te enseña a cocinar unas sardinas en tomate no-creadoras-de-traumas, sin estropicio de sartenes, sin olor en las cortinas y que no te recuerdan a aquellas pérfidas sardinas en espeto que se batieron en duelo con tu bocata de mortadela con aceitunas en aquel verano que ya no recuerdas.
Es que Alia es un encanto. Y una mujer práctica, que eso vale mucho.
INGREDIENTES
[PARA DOS PERSONAS, COMO PLATO ÚNICO]
Sardinas, 500 g
Tomate triturado, 400 g
Cebolla, 1 mediana
Ajos, 2 dientes
Clavo de olor, 3 unidades
Laurel, 2 hojas
Aceite, 1 cucharada
MODUS OPERANDI
Esto lo podemos hacer de dos maneras: versión sardinas enteras [más fáciles de cocinar, pero luego tienes que sacar las espinitas mientras las comes] o versión en lomos. Yo he optado por los lomos porque odio encontrar espinas, pero lo explico de las dos formas.
Lo primero de todo, es lavar bien las sardinas y quitar las posibles escamas que hayan quedado. Es de suponer que el pescatero es un tipo majo y les ha retirado las cabezas, que eso siempre te hace sentir un poco mal.
Si vamos a hacerlas en lomos, abrimos la sardina con un cuchillo bien afilado, sacamos la espina central y las lavamos ligeramente bajo un chorrito de agua, lo justo para retirar cualquier espinita que se haya quedado pegada a la carne.
Cuando tengamos todas las sardinas ya preparadas, nos liamos con el sofrito. Pelamos y cortamos en juliana la cebolla, y picamos los ajos.
En una cazuela ancha [si son lomos, muy ancha, si son enteras no es tan importante] ponemos a calentar el aceite y pochamos la cebolla y los ajos. Cuando los tengamos ya blanditos, añadimos el tomate triturado, los clavos y el laurel, salpimentamos y lo dejamos cocer todo junto unos 15 minutos, hasta que el tomate esté frito.
Cuando el tomate ya esté en su punto [no lo dejes reducir demasiado] vamos incorporando las sardinas a la sartén, cubriendo todo el fondo. Si sobran, podemos rescatar un poco del tomate de debajo y añadirlo por encima, y montar una segunda capa. Como las sardinas todavía te guardan un poco de rencor por el feo que les hiciste ese día, tenderán a romperse, así que debes tener un cuidado exquisito al manipularlas.
Al cabo de 5 minutos están cocinados los lomos. Si son enteras, dales dos minutos más. Y si son lomos, al sacarlas de la olla, hazlo con una espátula ancha, que las coja enteras de cabeza a cola para que no se rompan, o dejarás tras de ti un paté de sardinas… que siempre podrás untar en pan, claro.
Las sardinas enteras tienen la ventaja de que no se rompen con tanta facilidad, aunque si hay niños de por medio, no te aconsejo que les des pescado con espinas, podrías arrepentirte demasiado pronto.
Receta elaborada para el reto Tia Alia viajero, cuya anfitriona es la encantadora Paula de Con las zarpas en la masa