Madrid, Carabanchel, 0:30h de un domingo [ya lunes] de invierno.
Vuelvo a casa. Viajo desde hace cuatro horas montada en el coche de un chico al que conocí hace dos días. Sé que os suena precipitado.
Volvemos de mi pueblo, del pueblo de mi madre, donde he pasado el fin de semana.
Viajo, como os decía, en el coche de un completo desconocido [ahora somos ocho horas más conocidos, a decir verdad… venga, os lo presento: se llama Sergio]. La razón, es que nos hemos encontrado en una de esas páginas que ponen en contacto a viajeros con coche, y viajeros sin coche, para que podamos hacer juntos esos viajes que nos unen.
Y con Sergio, me une que nuestros pueblos están a muy poca distancia, casi nada, y hemos decidido viajar juntos y compartir el gasto de gasolina. Es más económico para los dos, y mucho más cómodo para mí. También nos une una foto de su matrícula enviada por whatsapp a mi madre sin que él me viera, que una no se monta así a las locas en el coche de cualquiera, y una investigación previa de mi familia sobre la veracidad de la identidad del chico [poca cosa, en los pueblos enseguida conoces a alguien que lo ubica y te dice que es quien dice ser, que su padre es panadero y que el chaval parece majo]
Vuelvo a casa, que es lo que os iba contando. Tras cuatro horas de ida, raja que te raja, y cuatro horas de vuelta al cabo de dos días, raja que te raja, me despido de Sergio venga maja, pues hablamos para el próximo viaje, yo te aviso y si te apuntas, te llevo y yo sí, avísame, que si me cuadra la fecha me voy contigo, adios, adios media vuelta, arranca el coche y cuando desaparece de mi campo de visión, me doy cuenta de que sí, he cogido la maleta, la bolsa de viaje, las verduras y legumbres que me traigo siempre del pueblo… he cogido todo… menos el bolso. El bolso está en el asiento del copiloto del coche de un [casi]completo desconocido. Y con el bolso, las llaves, el móvil y mi monedero.
Y no hay nadie en casa como pronto hasta el día siguiente.
Doce y media de la noche, de un domingo de invierno. Y a ver que haces plantada en mitad de la calle, con una maleta, una bolsa, unas alubias de Tolosa, un puñado de alcachofas y medio cardo.
Primero, entras en pánico. Y cuando por fin te relajas, como puedes, empiezas a pensar.
No puedes llamar a nadie, no tienes dinero para una cabina y tampoco teléfono.
Calle arriba. Calle abajo.
Busco alguien que me preste un móvil. Pero las pocas personas que van por la calle a esas horas, afirman no llevar móvil encima, o directamente no me contestan cuando les hablo.
Calle abajo. Calle arriba.
Me crucé con unas seis o siete personas en media hora, y nadie me dejó un móvil hasta que apareció un chico de origen pakistaní con un teléfono más grande que mi tele del salón, y me lo prestó, tras contarle mi aventura casi con señas porque no parecía hablar demasiado castellano. El chaval me miró un poco desconfiado, como pensando qué le puede haber pasado a esta pobre criatura que va por la calle a la una de la mañana, con una maleta y pidiendo un teléfono… Le debió sonar tan raro, que acabó aceptando que algo me pasaba y que necesitaba su ayuda.
Llamé a mi teléfono, por si Sergio decidía cogerlo, y así fue, más o menos. Lo oyó sonar, entonces vio el bolso, paró y me devolvió la llamada con la esperanza de que fuera yo. Bingo! Sonó el móvil del muchacho y me pasó la llamada. Sergio dio la vuelta, otra vez para mi casa.
Calle arriba. Calle abajo. Ya podían haber abierto una cafetería 24h en mi calle, que falta hacen a veces esas pequeñas cosas [claro que hubiera tenido que pagar el café con un puñado de alcachofas o haber dejado las alubias en depósito, pero bueno].
Lo de que Sergio, que no conoce Madrid y no tiene GPS tardara una hora más en volver a mi casa fue otra película. Que hasta conseguí volver a llamarle desde el teléfono de un taxista, para ver si se había perdido. El pobre que se pierde si da una vuelta a la manzana, y le pongo en el aprieto de devolverme el bolso a las dos de la mañana en el centro de Madrid, en un barrio a la otra punta de donde vive él… pobrecito, si le tenía que haber hecho un altar y no galletas para darle las gracias.
Después de aquella, Sergio, que es muy majo, me ha traído y llevado al pueblo más veces, y nos hemos echado unas buenas risas a cuenta del bolso olvidado. Hace tiempo que no coincidimos porque con su trabajo cada vez viaja menos en fin de semana, y más entre semana. Yo echo de menos la comodidad de ir de puerta a puerta [y no pagar el exorbitado precio del bus], y él el arsenal de galletas de avena y manzana que nos zampábamos en cada viaje. Y encima me he perdido el último capítulo de su ruptura sentimental, que no veais lo interesante que estaba [pobre, que lo ha pasado mal, pero era una de esas historias que te entretienen], pero en fin.
INGREDIENTES
[PARA 4 PERSONAS]
Alubias de Tolosa, 500 g
Cebolla, 1 mediana
Agua, 1,5 litros*
Aceite de oliva, 4 cucharadas soperas
Sal
MODUS OPERANDI
Lo primero que debemos saber es si las alubias son del año, o son viejunas. No pasa nada si no son jóvenes, de verdad que no, no os vayáis a agobiar porque tengan dos años, que no se pasan. Pero se cocinan distinto.
Si la alubia es joven, usaremos 1,5 litros de agua por 500 g de alubia de Tolosa, y no las pondremos en remojo.
Si la alubia tiene más de un año, usaremos 1,25 litros de agua por 500 g de alubia de Tolosa [peso en seco] y las pondremos en remojo la noche anterior en agua abundante.
Lo segundo que debemos saber es que las alubias están mejor reposadas, es decir, que las cocines con un día de antelación si quieres de verdad morirte del gusto, para que cojan sabor, ligazón y espesen.
Sabido esto, procedemos con la receta, que es simple pero absolutamente deliciosa.
Ponemos las alubias en una olla junto al agua, el aceite y la cebolla bien picada. Siempre las pondremos en frío y no les añadimos sal. Ponemos la olla al fuego y cuando rompa a hervir, bajamos el fuego y nos buscamos algo que hacer no muy lejos de la cocina por espacio de unas dos horas.
Cada media hora, conviene remover la olla. No metas nada dentro, ni remuevas el contenido. Coge la olla por las asas, y suavemente gírala varias veces a un lado y a otro, para que el contenido se mueva sin que lo toques.
A partir de la hora y media de cocción, ya podemos ir probando si van bien de punto, y cuando las notemos cocidas y tiernas, sólo entonces, añadimos la sal, dejamos la olla al fuego unos 5-10 minutos más, removiendo suavemente como las veces anteriores, y las dejamos enfriar con el fuego apagado. Salvo que las vayamos a servir al momento, cosa que no te recomiendo que hagas.
Las alubias de Tolosa se sirven con infinitas guarniciones al gusto de cada cual. Solas, con unas piperras o guindillas dulces por encima, son un pecado capital. Si vas a añadir algún aderezo, lo tienes que cocer aparte, nunca jamás eches a la olla manitas de cerdo, tocino ni chorizo, ni una mísera hoja de col. No. Sacrilegio, puerta abierta al infierno de los maltratadores de alubias.
También, si eres una persona sin escrúpulos, puedes cocerlas en olla exprés. Dicen por ahí que tardan 30 minutos, y no tengo constancia de que tal herejía haya quedado impune. En todo caso, si te la juegas, ajusta la cantidad de agua. Y que haya suerte.