(AVISO AL PÚBLICO LECTOR: Hoy toca rollo filosófico, así que, los que no tengáis tiempo ni ganas de leerlo, podéis pasar directamente a la receta, jajajaja.
Que es muy rica, y merece la pena, no vayáis a perdérosla por evitar el rollo).
Últimamente, publico con menos asiduidad.
Y es que, por un lado ando hasta arriba de trabajo.
Y, por otro, intento mantener la calma. Este mundillo de los blogs de cocina, a mi juicio, está cada día más descontrolado e inabarcable. Redes sociales, "talleres", técnicas de posicionamiento, ofertas de publicidad, páginas de buscadores, sorteos, eventos blogueriles, retos constantes, "días" del pan, del vino, de las verduras, del jamón, del queso, de los boquerones en vinagre y de los mejillones rebozados...
Es un fenómeno que lleva dándose unos cuantos años, pero que, en los últimos tiempos, se ha acelerado considerablemente. Y arrastra, aunque uno se resista.
Veo a otros blogueros cada vez más agobiados, superados por los acontecimientos. Veo cosas que no me terminan de convencer...
Se respira un cierto aire de "mercantilismo", de "seguimiento de modas", y de "competición" que me gusta bastante poco.
Algunos cierran sus blogs. Cada vez más blogueros desactivan los comentarios, porque sienten que no tienen tiempo de responder a todos. Otros apenas publican entradas nuevas. Y, por último, algunos que quieren mantener el tipo, andan locos por intentar llegar a todas partes con un mínimo de dignidad.
Yo no quiero llegar a ese punto. Me entretiene mucho el blog, aprendo mucho, he conocido a gente estupenda... y no me gustaría alcanzar un grado de agobio o de hartazgo que me hiciera dejarlo.
Así que, como ya os he dicho alguna vez, cada día que pasa tengo más clara la línea que he de seguir: tranquilidad (y buenos alimentos, nunca mejor dicho, jajaja). A mi ritmo, en todo: en las visitas, en las publicaciones, en los comentarios, y en las redes sociales. Publicidades, poquitas, y eventos y follones, contados con los dedos de una mano.
No entré aquí para ser campeona de nada, ni para convertirme en una estrella de la cocina (¡pues anda que no es difícil eso, jajaja!). No vivo de esto, me gusta aprender, divertirme y compartir, y bastante competitividad hay en nuestra vida diaria como para trasladarla también a una afición.
Temo que, a medio plazo, todo esto alcance el punto de saturación. Pero quizá sea necesario para poner las cosas en su sitio.
Bueno, y después de este rollo pseudo-filosófico que no he podido evitar soltaros, vamos al grano cocinil. A la receta.
Me encantan los calamares. Pero, para ser sinceros, tienen un riesgo: a veces, salen duros.
Sin embargo, con esta receta no pasa. Quizá sea la cebolla, o el vino, pero quedan blanditos, y deliciosos. Y la salsita es para no parar de mojar pan.
Eso sí, no hay que tener prisa. Se tardan en cocinar una media hora, o 40 minutos, pero, si necesitamos más tiempo, no pasa nada. Yo voy pinchándolos con un palillo para comprobar el punto de dureza.
Vamos con la receta:
INGREDIENTES:
1 kg de calamares limpios, cortados en aros. Utilizaremos también las patitas.
Se puede preparar con también con chipirones, chocos o sepionet.
1 cebolla mediana
2 dientes de ajo
Un puñado de perejil picado
Sal
Pimienta recién molida (yo uso el molinillo de 5 pimientas)
1 vasito de vino blanco (utilicé "Castillo de San Diego" de Bodegas Barbadillo)
Harina para rebozar
Aceite de oliva virgen extra
1/3 de pastilla de caldo de verduras (utilizo las marcas "Soria Natural" o "Santiveri")
Agua
PREPARACIÓN:
Picamos la cebolla en juliana finita.
En una cazuela baja o sartén honda, ponemos un chorrito de aceite, añadimos la cebolla, y rehogamos a fuego suave.
Pasados unos minutos, tapamos la cazuela, hasta que la cebolla quede blandita y tome algo de color.
Agregamos los ajos muy picaditos, el perejil, una pizca de sal, y la pimienta. Rehogamos durante unos minutos, a fuego medio.
Pasamos por harina los calamares,y los rehogamos en la cazuela. Si es necesario, agregamos algo más de aceite.
No hace falta rehogarlos durante mucho tiempo, sólo "vuelta y vuelta".
Añadimos el vino, la pastilla de caldo desmenuzada, y agua, que casi cubra los calamares.
Cocinamos a fuego medio, durante una ½ hora o 40 minutos (puede que haga falta añadir más caldo, así que controlaremos la cocción).
Vamos pinchando los calamares con un palillo para comprobar el punto de dureza. Cuando estén blanditos, los servimos.
Y, como os decía antes, preparad pan.
Espero que os gusten.