Feria del libro. Madrid.
Paseo disfrutando de un día de sol, hojeando libros aquí y allá y de pronto, la megafonía Atención señores visitantes, se ha perdido un perro, es blanco, tiene un collar rojo y responde al nombre de Sandokán.
Vaya, qué penita me dan los animales perdidos, pero digo yo que si tienes un perraco al que llamas Sandokán ya lo podrías llevar atado.
Atención señores visitantes, se ha perdido un perro, es blanco, tiene un collar rojo y responde al nombre de Sandokán.
Que sí, que sí, que ya me he enterado. Sandokán está perdido y su dueña está triste. Echo un vistazo a mi alrededor: no hay perros sueltos.
Atención señores visitantes, se ha perdido un perro, es blanco, tiene un collar rojo y responde al nombre de Sandokán.
Vale. Esto es una dueña histérica. No hay duda. El de megafonía está frito, que no dieron tantos avisos ni para encontrar a Chencho.
Llego al final del paseo, y en la caseta de megafonía me encuentro de bruces con la dueña histérica y… un caniche.
Sí. Sandokán es un caniche. Un perro-puntapié. Un llavero que ladra. Con todos mis respetos por los caniches. Pero es que si eres la dueña de un perro pequeño y con rizos, no puedes llamarlo Sandokán. Le llamas Lulú, Fliflí o Petisú. Pero jamás de los jamases Sandokán. ¿Estás de broma? Le vas a crear un trauma. El animalillo tiene un complejo que no se sujeta, acabarás dando anxiolíticos a tu perro y todo ¿por qué? Porque se te ocurrió que se sentiría más poderoso si lo llamabas Sandokán.
Y con un collar de strass que lo llevaba. Sí, strass, cristalitos de colorines en tonos rojizos para un caniche inquieto de ladrido agudo y molesto.
Después de esto, he pensado que por respeto a la dignidad animal, voy a proponer al Parlamento que cree una ley-tipo que proteja a las mascotas de dueños descerebrados y horteras, porque las mascotas no se lo merecen. Porque ellos no te lo harían a ti.
Tu mascota vigoréxica no te daría complementos proteínicos para desarrollarte músculos que no necesitas. Tu mascota vegana no te alimentaría con chorisano de soja. Y tu mascota con dos dedos de frente, no te llamaría Vladimir Illich si eres negro africano nacido en Mali.
Los animales nos quieren. Queramos a nuestros bichos, que por algo somos sus mascotas humanas y han elegido vivir con nosotros.
Y esta es mi aportación al #asaltablogs de este mes, con una receta de Rebuscando en la despensa
INGREDIENTES
[ENTRANTE PARA IR PICANDO UNAS CUATRO PERSONAS]
Calabacín, 300 g
Queso parmesano, 50 g
Pasas, 30 g
Piñones, 30 g
Aceite de oliva, 25 ml [5 elementos, de Finca La Pontezuela]
Sal maldon
Opcional: Pan de semillas tostado
MODUS OPERANDI
Esto no tiene mucho que contar, en verdad.
Cortamos el calabacín en láminas finísimas casi transparentes [con un cuchillo afilado y mucho pulso, o ayudándote de una mandolina... es obvio que yo no tengo ni mandolina ni pulso ejem...] y lo reservamos en agua con hielo para que esté crujiente y firme, salvo que vayas a darte mucha prisa en terminar el plato [yo me dejo todos los ingredientes listos y a mano, y me ahorro este paso... hago esta receta de vez en cuando]
En una sartén muy caliente y sin aceite, salteamos los piñones un par de minutos. Los apartamos en cuanto empiecen a tomar un poco de color: de ahí al carbonizado hay un pestañeo de tiempo. Los pasamos a un plato [si los dejas en la sartén: carbón]
Disponemos en un plato o sobre una tosta de pan las láminas de calabacín [secadas con un papel de cocina si las has puesto en agua con hielo], y añadimos por encima los piñones tostados, las pasas [puedes hidratarlas en brandy o en zumo de naranja, a mí me gustan secas], unas lascas de parmesano, y aliñamos con sal maldon y un chorrito de un buen aceite de oliva [este me lo regalaron en #GastroMad 2014].
Se toma crudo, tal cual, y un consejo: no demasiado frío, o no sabrá a nada.
Esta vez, opté por hacer pequeños bocaditos con un pan de semillas tostado y el carpaccio encima, estaba espectacular.