Se me empiezan a acumular las recetas. En serio, vuelvo a aquellos tiempos blogueriles en los que tenía hasta más de media docena de recetas a la cola, pendientes de publicar. Y me encanta. Adoro esta sensación, de verdad. Lo he dicho en alguna que otra ocasión: haber retomado el blog es una de las mejores cosas que he podido hacer después, claro está, de haber abierto la pastelería, que ese es el PROYECTAZO con mayúsculas de mi vida.
Prometo que para hoy tenía pensado publicar una elaboración salada, pero es que ésta es tan sumamente excelente, que me producía malestar pensar que no la pudierais hacer en vuestras casas desde ya mismo. Ahora que el verano se ha ido a tomar por saco (yujuuuuuuu!!!!), el otoño está llamando a la puerta y en breve rozaremos las navidades con la yema de los dedos, no tenemos excusa para no encender el horno y poder saborear dulces pecaminosos, como este. De verdad, es de las mejores tartas de queso que he comido. Es suave, cremosa, tierna y esa piña cocida en vainilla y anís es uno de los mejores acompañamientos que puede tener una cheesecake. Me arrepiento infinito de no haberlo descubierto mucho antes. Qué delicia la fruta así.
La tarta de queso fue en parte un invento propio, a partir de la receta que venía en el bote de leche condensada. No es coña. Tras elaborar el famoso bizcocho de leche condensada (receta también de la lata de La Lechera, por si aún queda alguien que no lo haya capiscado ^_^), me encontré con medio bote de leche condensada muerto de risa en el frigo. Antes de que, poco a poco, cucharada a cucharada, día a día, fuera cayendo en mi estómago para alojarse para los restos en mi culo, decidí darle un mejor uso en beneficio de la humanidad. Así fue como gracias a esos cuatrocientos gramos salió de mi horno una de las cheesecakes más deliciosas que he catado jamás (y ya son unas cuantas...). Tenéis que probarla sin remedio.
Y, por último, por eso de que no quedara tan sosina y pasar de largo de la trilladísima capa de confitura de arándanos, fresa o frambuesas, decidí aprovechar parte de una piña que había comprado recientemente para decorar una tarta. Tras rebuscar entre las distintas opciones que me dio Mr. Google, finalmente me quedé con la idea de la piña cocida en anís estrellado y vainilla de Martha Stewart. Modestia aparte, ejem, no pude elegir mejor acompañamiento.
Un éxito rotundo. Un postre de 11/10. ¡¡Probadlo, por favor, y me daréis la razón!!
Cheesecake de leche condensada y piña:
INGREDIENTES (para un molde de 20cm)
400g de leche condensada
3 huevos M
400g de queso crema, ligeramente batido
2 cucharadas de harina
- Para la piña:
400g de piña, pesada con cáscara y tronco
100g de azúcar
250mL de agua
1/2 cucharadita de vainilla en pasta
1 estrella de anís
PREPARACIÓN
Agregamos la leche condensada dentro de un cuenco amplio, batimos dentro los huevos, de uno en uno. Incorporamos el queso crema, y batimos hasta que no queden grumitos. Por último, añadimos la harina, y mezclamos.
Vertemos la mezcla dentro de un molde redondo desmontable, engrasado y con la base forrada con papel vegetal y horneamos 40-45 minutos a 165ºC. Pasado este tiempo, apagamos el horno, y dejamos dentro nuestra cheesecake 10 minutos más. Retiramos del horno, dejamos enfriar por completo sobre una rejilla, tapamos con film, y la llevamos a la nevera 12 horas mínimo. Al día siguiente, la desmoldamos.
Mientras la tarta se hornea, elaboraremos la piña. Para ello, pelamos y troceamos la piña. En un cazo, calentamos el azúcar con el agua, la vainilla y el anís a fuego medio hasta que entre en ebullición. Cuando esté hirviendo, añadimos la fruta y dejamos que el almíbar reduzca a fuego medio durante 10-12 minutos. Dejamos enfriar y la reservamos en la nevera dentro de un táper.
Cuando la tarta esté bien fría, la desmoldamos y la servimos con la piña por encima y le rociamos parte del almíbar. Queda absolutamente deliciosa.