Tiempo aproximado: 1 h
4 raciones
Kebab. Gloriosa metonimia. Paradigma de la saciedad resacosa. Oda al colesterol alternativo. Cuántos recuerdos evoca tu mente solo pronunciando la palabra kebab, o sus derivados... durum y lahmacun. Cuántas noches de borrachera rematadas al calor de uno de esos tornos de masa cárnica plastificada a las cuatro y media de la mañana. Cuántas cenas que nunca hiciste porque después de una tarde entera haciéndote pajas mentales entre elaboradas recetas de internet decidiste llamar a los moros de la esquina porque no te apetecía una mierda cocinar. Cuántas mañanas remordiéndote la conciencia y prometiéndote a ti mismo aquello de: "no vuelvo a comer esta asquerosidad en mi puta vida".
Me acuerdo perfectamente de la primera vez que entré en un Kebab. Bajé a Madrid a pasar el finde, aprovechando que el Sporting jugaba El Calderón, un domingo a las 12 por Canal+, en los tiempos en los que los colchoneros arrastraban sus penas por la segunda (por cierto, ganamos 0-1... golazo de David Pirri, sacando una falta directa en el minuto 89).
Subiendo por la calle que une la plaza de Lavapiés con la que va a dar a Tirso de Molina, a la derecha... allí vi el garito. Comida kurda, ponía en el letrero. "¡Toma ya! ¡Comida kurda y la hostia! Vengo a Lavapiés, la cuna del cosmopolitismo mundial, y me encuentro un restaurante kurdo. No no... ni hindú, ni marroquí, ni chino... kurdo... Hay que entrar a comer aquí por cojones". Y allí entré, orgulloso de mi internacionalismo gastronómico, pensando en comer y en presumir a mi regreso a las lejanas, frías y agrestes tierras de Invernalia. No pedí Lahmacún. De hecho, no recuerdo si lo tenían. Pedí Kebab con patatas fritas y me flipó de lo bueno que estaba.
Dos años después lo único que les quedaba a los kebabs de internacionalistas, étnicos y multiculturales era el arapahoe que hablaban los tipos que lo estaban haciendo al otro lado de la barra. En cuatro días se extendieron por toda la península como una metástasis. Kebab, durum, lamahcun... Quién nos iba a decir que aquellos chamizos grasientos gestionados por sarracenos de afable y petrificada sonrisa iban acabar haciéndole la competencia al McDonalds, al Burger King y a aquella puta mierda que se llamaba Pans&company
-"¡Eh tío! Tengo fame... ¿Vamos al mierdonals?".
-"Paso. Estoy en contra del imperialismo yanki. Vamos al kebab".
¿Que te ralla dar pasta a uno turco porque putean a los kurdos? Pues al día siguiente vas a un kurdo. ¿Que no te hace mucha gracia consumir en un paquistaní porque recelas del sistema pseudodemocrático de aquel país? Pues al día siguiente buscas uno de la Cachemira, que seguro que los hay, porque los cachemires quieren separarse de Paquistán para unirse a La India. ¿O era al revés? ¡Qué más da!
Total... a ti qué cojones te importa. Si son todos iguales. Los mismos olores envolventes, los mismos pegotes de carne, los mismos mejunjes, los mismos trozos de queso y tomate en los mismos cajones detrás del mismo cristal roñoso, el mismo tipo con la misma maquinilla rrrrrrrrrrrr... cortando trozos de plastilina con la mirada perdida después de tirarse 14 horas al día haciendo lo mismo a 30 grados centígrados.
Y un día te pasaste. Uno de esos días en que sales tarde de currar y buscas cualquier excusa absurda para ponerte como un cerdo (es tarde y mañana madrugas/ no te da tiempo a cocinar/ te queda de camino y así ya llegas cenado y vas a la cama directo/ esta semana comiste muy sano todo, no pasa nada por permitirte un homenaje/ hoy corriste 20 kilómetros y bajaste 8.000 kilocalorías, no pasa nada por comer uno... cualquier gilipollez del estilo...). Y te metiste un lahmacun con patatas fritas y una cerveza de lata, casi sin masticar, igual que la draga del Puerto de El Musel. Y de repente va tu cuerpo dice ¡BASTA! ¡NO COMAS MÁS, HIJO PUTA, QUE REVIENTO!
Los años no corren en balde... tampoco para tu estómago ni para tu intestino. Sí, ya se te pasará piensas, mientras sientes la revoltura al día siguiente, mientras te atacan las arcadas al pasar por delante de otro Kebab y el mismo aroma que ayer te encandilaba hoy te da asco.
Pero esta vez no se acaba. Esta vez algo se ha removido en tu interior. Esta vez parece que vas en serio, que no vuelves a comer esa asquerosidad en tu vida. Y pasan los días, las semanas, los meses... pasa un año... pasan dos... y no vuelves a entrar en uno de estos tugurios porque tu aparato digestivo ha dictado orden de alejamiento indefinida.
Hasta que un buen día entras en el blog de Anadielemargaundulce y te encuentras la receta de lahmacun para Thermomix, ilustrada con unas fotos cojonudas. Y te crees William Munny en Sin Perdón, tentado por volver a los viejos tiempos.
Y al final te decides. Nada que ver con lo que te ponen por ahí. Dicen que si los comes en Turquía saben mucho mejor. No lo sé, pero no hace falta ir a Turquía. Prueba a hacértelo en casa con esta receta. Fácil, rápida y muy buena. Descubrirás que, al igual que el calimocho, el lahmacún también merece justicia. El primero necesita un buen vino, y el segundo una buena carne, una buena masa y unas buenas especias.
Como en casa no se come en ningún sitio. En los kebabs tampoco.
INGREDIENTES
Para la masa
250 g de agua
30 g de aceite de oliva
1 cucharadita de café azúcar
1 sobre de levadura seca de panadería
450 g de harina de fuerza
Harina de maíz precocida para estirar la masa
1 cucharadita de té de sal
1 cucharadita de té de comino molidoPara el relleno
250 g de carne picada de ternera
1 y 1/2 cucharadita de té de pimientón picante
1 y 1/2 cucharadita de té de pimienta
1 cucharadita de té de comino molido
1 cucharadita de té de sal
250 g de cebolla
1 diente de ajo
75 g de pimiento verde
30 g de aceite de oliva
2 cucharadas de concentrado de tomate
150 g de tomate
Perejil frescoELABORACIÓN
Poner en el vaso el agua, el aceite, el azúcar, la sal, el comino, la harina y el sobre de levadura y programamos 2 minutos, velocidad espiga.
Colocar la masa en un bol y formamos una bola (si la masa queda pegajosa, podemos añadir un poco más de harina).
Cubrir con un paño de cocina y dejar reposar durante media hora.
Mientras tanto, mezclar la carne picada con el pimentón, la pimienta, el comino y la sal y reservar.
Poner 30 g de aceite en el vaso, la cebolla cortada en cuartos, el ajo y el pimiento verde troceado, programamos 3 segundos, velocidad 5.
Con ayuda de una espátula, bajar los ingredientes de las paredes.
Después, programar 5 minutos, temperatura Varoma, velocidad cuchara.
Luego, añadir la carne y programar 3 minutos, temperatura Varoma, velocidad cuchara.
Cuando termine, echar el tomate concentrado y el tomate troceado. Programar 5 minutos, temperatura Varoma, velocidad cuchara, quitando el cubilete (para que no salpique podéis poner el cestillo).
Precalentar el horno a 250º.
Tomar la masa y dividirla en dos, formando dos bolas.
Espolvorear la encimera con harina de maíz y extender la masa con la ayuda de un rodillo dándole forma ovalada, dejándo un grosor de 5 milímetros aproximadamente.
Colocar la masa sobre un papel de horno en la bandeja que vayamos a hornearla.
Repartir sobre la superficie de la masa la mitad de la carne, dejando aproximadamente dos dedos alrededor libres.
Doblar los bordes sobre si mismos.
Hornear durante 15 minutos.
Cuando esté lista, espolvorear con el perejil picado y servir.
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