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INGREDIENTES (4 personas)
2 berenjenas
4 bolas de mozzarella
1 bote de tomate triturado
Media cebolla
Orégano
1 diente de ajo
Mantequilla
Pan rallado
AOVE
Duración: 1 hora y pico...
Una vez más la cocina materna es la protagonista de mis fogones. Este plato ha sido siempre un referente en mi paladar y no he descansado hasta poder fabricarlo siguiendo todas y cada una de las instrucciones de la mia mamma. Es un pastel distinto, que lleva su tiempo (todo lo bueno lo lleva) pero que merece la pena. Ideal para dejarlo hecho el día anterior... si es que eres capaz de contener la gula.
Tres, dos, uno... Lo mas tostón de esta receta (y parte de su magia) son las berenjenas. Lo primero es cortarlas en rodajas y ponerlas enseguida en un colador con sal por encima para que suelten todo el agua. Hay que dejarlas más o menos unos 30 minutos.
Las secamos bien y se pueden hacer de tres formas: freírlas (pasándolas antes por harina), al horno o a la plancha con un pelín de aceite. Yo he optado por la tercera. Menos calórica y controlas un poco mejor el punto que quieres. Como tendréis un trillón de rodajas, hay que echarle paciencia a la cosa. Se van haciendo y sacando. Así hasta acabar las existencias.
Luego se prepara la salsa de tomate (se puede comprar tomate frito pero prefiero complicarme la vida) Se pocha el ajo y la cebolla unos minutos. Se añade el tomate triturado y se espolvorea orégano, y se deja cocer todo unos 10 minutos a fuego suave.
Se parte en rodajas las bolas de mozzarella y ya tenemos todas las piezas listas para ser ensambladas. Se precalienta el horno a unos 200 º.
Untamos bien de mantequilla un molde de horno y espolvoreamos pan rallado (para que no se nos pegue el asunto). Vamos haciendo capas: una de tomate, una de berenjena y otra con el queso. Vamos haciendo crecer nuestra torre de Babel hasta terminar con una última capa de mozzarella.
Ponemos el molde al baño maría (en otra bandeja con algo de agua) y lo metemos en el horno. Vamos vigilando pero en unos 35 minutos debería estar listo. Para asegurarnos introducimos una brocheta y si sale limpia es que nuestra misión ha terminado. Se saca. Se deja enfriar y se desmolda.
Para mí esta receta está mucho mejor al día siguiente porque cobra más consistencia. Para ello, una vez frío, lo metemos en la nevera cubierto con papel film y se devora cuando vuestras tripas así lo consideren oportuno. Buen apetito.
Película ideal para degustar este plato: "I SOLITI IGNOTI" (RUFUFÚ) de Mario Monicelli, 1958.
¿Por qué? La materia prima de esta receta forman parte de cualquier cocina italiana que se precie. Entre todos suponen una mezcolanza de personajes de los más variopintos que unen sus fuerzas para convertirse en un único elemento. De esa manera miramos en el espejo del cine italiano y nos topamos de bruces con la genial y divertidísima "Rufufú". Una comedia neo-realista en la que un grupo de desdichados ladrones de poca monta se alían para hacerse con un preciado botín. Los integrantes/ingredientes de este manojo de caraduras tienen que amoldarse para lograr el objetivo común. Tarea nada fácil porque cada uno tiene sus propios intereses o sabores, que harán que el plan o el cocinado sea especialmente rocambolesco. En cualquier caso, si uno piensa en los nombres que encabezan esta magistral comedia, conviene que el resultado será, cuando menos, digno de ser catado. Totó, Gassman (soberbia su presentación como ex pugil decadente), Mastronianni, Salvatori (el siciliano protector), Cardinale... en nuestras manos confunden con berenjena, mozzarella, salsa de tomate, ajo, orégano... Elementos típicamente italianos (tal vez de los más grandes), que hacen las delicias de cualquier paladar cinéfilo. Échale además una pizca de humor negro, un buen chorro de comedia absurda y espolvorea sonrisas a lo largo del metraje culinario y tendrás un plato perfecto. Un lingote de oro encerrado en la caja fuerte de tu horno... De ti depende que el robo funcione.