Vivo de bote en bote y a la carrera ¡y así me va! No se puede ir por la vida corriendo y en tacones.
Todo empezó con el #asaltablogs de este mes de octubre. Se me antojó comer perdices en chocolate, porque sí, porque yo lo valgo, soy antojadiza y da igual porque no me da tiempo para hacer una segunda revisión de las recetas de mis asaltadas, El mito del sofrito.
Eran perdices en chocolate, no? Pues a correr.
Y eso, corriendo corriendo de pronto se me iluminan las ideas, veo la luz y me doy cuenta de que perdices y codornices son bichos distintos, y se me ocurre pensar que lo mismo mi pollero [que siempre tiene una bandeja con codornices, esa que me vino a la mente cuando escogí la receta] no trae estos pajaritos, y los tendré que encargar. Como tengo la cabeza llena y no me da para pensar dos cosas a la vez no se me ocurrió que lo mismo los pajaritos me salían caros. Total que voy, y entre una reunión y el gimnasio me doy un salto a la pollería, me cuelo y los encargo. Perdices salvajes, me dice, a 10 euros. Y mira que como no me cabían más cosas en la cabeza, pensé que 10 euros el kilo tampoco era para tanto.
No reparé en la tierna historia del cazador que las trae cada miércoles de una finca de Extremadura y bla bla bla…
El susto viene cuando el Soñador va a recogerlas, porque a mí no me da la vida, y me dice que ha pagado por ellas la módica cantidad de 20â?¬. Pío, pío. A diez euros el pajarito.
Y llego yo y las congelo, claro que sí, porque son para el domingo que antes no puedo cocinarlas y no voy a arriesgarme a que se estropeen en la nevera. Que con 20 euros yo me compro un bolso, y si son rebajas hasta un foulard a juego, y no dos pajaritos escuchimizados y huesuditos. [Nota mental: los huesitos se rebañan y se repasan tres veces y se dejan... niquelaos]
Y no pienso nada más porque voy corriendo a todas partes. Que mi economía será proletaria, pero mi agenda parece la de un Borbón.
Total que llega el domingo, por fin. Y me olvido de descongelar las perdices, porque he llegado tarde y cansada [de fiestuki] y esas cosas que nos pasan a veces.
Microondas, ven a mí y descongélame estos pajaritos. Y justo entonces, descubro que no tengo tomates. San comerciodominguero que abre, y ya que hemos salido, cañita para amortizar el paseo, que hace sol y apetece.
De vuelta a casa, y ya después de comer porque total hemos llegado a las cuatro que no son horas, decidimos dejarlos para la cena, pero cocinarlos ya. Que con la suerte que tienen estos bichos, mejor prevenir.
Agarro el hilo de bramante para atarlos bien atados, no vayan a salir volando. Y… ¡sorpresa! Tengo que limpiarlos… ejem. Vísceras semicongeladas y un ¡no entres en la cocina! cuando mi compañera de piso [vegana] abre la puerta.
Tras descubrir que la gata pone la misma cara de asco que yo ante las vísceras pajariles, las desecho y sigo con la ardua tarea de atar aquellos bichos con dignidad y sin que parezca bondage. Casi lo consigo.
Y por fin, perdices atadas, olla lista, manos a la obra. Pero no todo iba a ser tan fácil. La primera en la frente: un minuto más y las achicharro. Bien por la piel, que lo impidió.
Salvado ese obstáculo, ya la cosa se solventó con dos horas de echar ingredientes a la cazuela, batir la salsa y añadir… aquel chocolate que me regalaron y que era tan fuerte como mil demonios. Mal. Muy mal. 3 cucharaditas de azúcar más tarde, la cosa empieza a ser bien, o al menos, regular.
Termino de cocinar los 20 euros de pajaritos [equivalentes a un bolso que ya no me compraré] y al plato. No iba a ser tan fácil, verdad?
Aquel chutney de higos que iba a acompañarle no pudo ser porque: a) he empezado a cocinar a las cinco y b) no quedan higos+el chino de abajo no tiene fruta+estoy hasta el moño. Me arreglo con un poco de cous cous y punto.
Pero el cous cous… es marrón. Igual que la salsa. Mal, mal, las fotos necesitan color, pero ya no importa. Hojita de menta y andando.
Y llega por fin… el momento de cenarrrrrr… nuestro preciado botín… y descubrir que está bueno, muy bueno, solo que ligerísimamente amargo fruto del chocolate del demonio que usé para este fin.
Pero se nos quedó una duda existencial en el aire, y pensamos que la salsa quedaría mucho mejor a base de caldo en lugar de tomate. Así que decidí que iba a repetirla [sólo la salsa, que los pajaritos ya han cumplido] pero que la usaría con un poco de pollo, mucho más proletario y adecuado para mi casa.
Y la verdad, me convenció más. No suelo hacer esto, pero no podía repetir la receta para hacer fotos nuevas, y en todo caso la única modificación fue sustituir el tomate triturado por caldo de ave, y usar un chocolate normal del super y no las semillas de cacao del infierno de la primera vez [con lo cual, no necesitó azúcar]. La receta es fiel, la salsa está probada sobre unos soberanos contramuslos de pollo, y os garantizo que no va a fallaros, que la podéis hacer con total tranquilidad sin variar un ápice la receta. Incluso la textura es la misma, solo que el sabor es más sutil, menos ácido [resultado del tomate] y más equilibrado. Para mi gusto, ojo.
En fin… que no os aburro más. Dejo las perdices, con la salsa a base de caldo y a base de tomate, para elegir, y qué más… ah sí, sed felices!
POST DATA. Los pajaritos clamaban justa venganza. La gata decidió que las vísceras no, pero los huesitos sí, y los rebuscó en la basura armando un escándalo de huesos pequeños por toda la cocina que nuestra pobre compañera de piso se encontró al levantarse y tuvo que limpiar, convirtiéndose así en inesperado daño colateral de la maldad pajaril.
INGREDIENTES
[PARA DOS PERSONAS]
Perdices salvajes, 2 unidades [800 g]
Caldo de ave, 200 ml [en la original, 200 g de tomate triturado o de tomates cortados]
Cebolla, 1 grande [200 g]
Ajo, 2 dientes
Aceite de oliva, 3 cucharadas [45 ml]
Vinagre de vino blanco, 40 ml [en su defecto, puede servir de manzana]
Vino de Jerez seco, 75 ml [en su defecto, usa vino blanco, pero nunca un Jerez dulce]
Clavos de olor, 2 unidades
Nuez moscada
Sal, pimienta
Chocolate negro, 25 g
Guarnición: Cous cous integral salteado con pasas, piñones y una pizca de canela
MODUS OPERANDI
Antes de empezar, limpiamos bien las perdices de cualquier resto de plumas, y las abrimos en canal para sacar las vísceras. Si te da asquito puedes pedir al pollero que lo haga por ti.
Atamos las perdices con una cuerda de bramante, sujetándolas con firmeza para que no se abran al cocinarlas. Las salamos, las embadurnamos de aceite y reservamos.
Picamos muy menudos la cebolla y los ajos. Ponemos aceite en una olla pequeña donde las perdices vayan a ir justitas [para evitar que se vayan abriendo según se cocinen y el bramante se afloje] y metemos los pajaritos. Los doramos por todos los lados, y cuando estén ligeramente tostados [solo un poco] añadimos a la olla, así de golpe y todo junto, cebolla, ajo, caldo [o tomate], vinagre, sal, pimienta, clavos y nuez moscada. A fuego más bien bajo, dejamos que se cocine todo junto durante una hora y media aproximadamente, dando vuelta cada 20 o 30 minutos. Si se queda corto de líquido se puede añadir un poquito de agua, pero no va a hacer falta.
Al cabo de este tiempo sacamos las perdices de la olla, y pasamos la salsa por un pasapurés o un robot de cocina. Una vez bien pasada y homogénea, la devolvemos a la olla y añadimos el chocolate rallado y el vino. Lo dejamos que se mezcle bien, y que evapore el vino al menos 5 minutos, volvemos a meter las perdices y dejamos que se cocine junto unos 10 minutos más.