He tenido la suerte de viajar y conocer prácticamente toda la geografía española, aunque mi paso por algunas ciudades, en la mayoría de las ocasiones era fugaz, lo justo para visitar a clientes y distribuidores, o las delegaciones de la empresa en la que trabajé durante más de treinta años.
La primera vez que visité el Pais Vasco tuvo lugar en el año 1983, fui a Bilbao, ciudad donde con el paso de los años abrimos nuestras propias oficinas en la Plaza de España o como tambien se la denomina, Plaza Circular; me alojé en el céntrico Hotel Ercilla, que a partir de entonces fue “mi casa” cada vez que tenía que volver a Euskadi.
Aunque los recuerdos profesionales no han quedado en mi memoria como momentos gratos y halagüeños, sí he de reconocer que guardo con cariño esos buenos recuerdos que son los que realmente perduran, los que quedan: los maravillosos paisajes, el verde de sus campos, de los bosques, sus preciosos pueblos marineros, el carácter abierto y educado de los bilbaínos y su gastronomía.
Cuando volver a Bilbao, en algunas ocasiones era profesionalmente casi un suplicio ya que si me desplazaba era siempre para solucionar problemas, personalmente era una delicia aunque tuviese poco tiempo para disfrutar de los atractivos de tan bonita zona, entre ellos su cocina.
No me podía quedar indiferente al comer unas cocochas, un buen bacalao al pil pil o un buen chuletón. Pero he de reconocer que en aquellos primeros años de los 80, lo que más me sorprendió gastronomicamente hablando fueron sus pintxos.
Bilbao, lugar de tapas por excelencia, fue una experiencia muy grata el andar por el Casco Viejo (también llamado las siete calles), llenos de bares, verdaderos paraisos de pintxos, donde pude degustar sus tipicos, variados y coloridos obras de arte en miniatura, hechas para conquistar el paladar.
El nombre de pincho, me imaginé que vendría ya que estaba sujetada la comida al pan con un palillo, expuestos en bandejas sobre la barra, degustándose de pie y cual fue mi sorpresa cuando observé que calculaban la cuenta a razón de los “palillos” de madera que dejábamos en el mostrador ¡ sorprendente !
Como sorprendente y riquísimo éste pintxo (en Euskera), tapa, aperitivo, montadito.......de chistorra (del vasco txistor que significa longaniza), que suelo preparar en “Mi cocina”, acompañandolos con un txikito (vaso de vino tinto).
¿Como lo hice?
En una cacerolita poner un chorreón de aceite de oliva virgen y dorar durante un minuto la chistorra cortada en trozos pequeños.
Echar medio vasito de vino blanco (lo ideal sería un txacoli, es un vino blanco que se produce en el Pais Vasco, pero usé un fino jerezano), dejar evaporar el alcohol, removiéndo unos minutos hasta que reduzca.
Mientras en otra sartén con aceite de oliva virgen freir los huevos de codorniz, salándolos al gusto.
Tostar las rebanadas de pan, regarlas con la salsa de las chistorras y colocar un trozo de chistorra y un huevo frito encima.
En ésta entrada a “Mi cocina”, les invito no solo a degustar un rico aperitivo, sino a disfrutar de uno de mis cuadros preferidos (aunque sólo he conseguido fotografiar una parte del mismo), es uno de los más bonitos que me ha pintado mi suegro (un gran artista): “Reflejo de luna llena en la mar”.
El mar, la mar siempre en mi vida.