Otro dulce muy presente en Galicia son las rosquillas, aunque suelen acompañar el café de la tardes durante todo el año, son en ésta época y hasta pasada la Cuaresma donde adquieren un mayor protagonismo.
Debo reconocer, que he probado muchos tipos de rosquillas pero mis preferidas son éstas de tipo blanditas, un poco abizcochadas y aromatizadas con anís o como en éste caso, de orujo casero que me regaló un amigo.
A pesar de haber visto montones de veces hacer rosquillas tanto a mi madre como a mis amigas, hasta ahora no me había decidido a hacerlas, quizás porque inconscientemente tenía en mente esas mas jugositas, y no acababan de convencerme del todo las que probaba.
Hace unos días paseando por distintos blogs, me topé con esta receta en el blog de Maria de El bazar de los sabores, y me llamó tanto la atención que decidí estrenarme con ella en este infinito mundo de las rosquillas, y la verdad es que no podía haber tenido mejor estreno, buenísimo el resultado. Si sois fans de este dulce tan típico nuestro, desde aquí os invito a prepararlas.
Ingredientes:
2 Huevos
125 ml. Leche
200 g. Azúcar
75 ml. Aceite de oliva
500 g. Harina de repostería, aunque posteriormente admitirá por lo menos entre 200 y 300 g. más.
4 Cucharadas de orujo o anís.
Ralladura de 1/2 limón
2 Papelillos de gaseosa (uno de cada color)
1 cucharada generosa de levadura
Aceite de girasol para freír.
Para el almíbar:
500 ml Agua
100 g. Azúcar
1 Cucharita de canela.
Azúcar para rebozar
Elaboración:
Mezclamos en un bol la harina junto a los sobrecitos gasificantes y la levadura. Por otro lado, batimos unos segundos los huevos con la leche, el azúcar, el aceite de oliva, el orujo o anís y la ralladura de limón.
Añadimos la mezcla de harina a la de los huevos y amasamos con las varillas hasta integrar bien y añadimos poco a poco la harina que admita hasta que notemos que la masa se desprende de las paredes del bol y no se pega a las manos. Tapamos y dejamos reposar una hora.
Pasada la hora, sacamos y amasamos ligeramente para sacar un poco el aire. Con las manos aceitadas, cogemos porciones de unos 40 g., damos forma de bola.
Ponemos una sartén honda al fuego con aceite de girasol y cuando comience a calentar vamos friendo las rosquillas, para ello cogemos las bolas, y con el dedo hacemos un agujero, estiramos bien la masa, según hacéis esto la veréis que la apariencia es como la de una anilla de calamar, pero sino lo hacéis así, al esponjar y crecer se cerraran.
Freímos a fuego suave, para que las rosquillas se doren por fuera y se hagan bien por dentro. Escurrimos y sacamos a una bandeja con papel de cocina para que absorban el exceso de aceite. Una vez frito todas, preparamos el almíbar.
Ponemos al fuego un cazo con 500 ml de agua y el azúcar mezclada con la canela, en el momento que rompa a hervir, apartamos y retiramos.
Introducimos una a una las rosquillas un par de segundo en el almíbar caliente y depositamos en una bandeja. Dejamos secar dos horas, las rebozamos en azúcar.