INGREDIENTES (2 personas)
1 lomo de atún rojo
Semillas de sésamo (de la variedad que guste, yo usé ajonjoli y negro)
Aceite de oliva
Para el macerado:
1 vaso de salsa de soja
1/2 vaso de vinagre de arroz
2 cucharadas de azúcar
Jengibre fresco
Salsa sambaizu:
1/2 vaso de salsa de soja
1/4 de vinagre de arroz
2 cucharaditas de azúcar
Jengibre rallado
Puerro o cebolleta troceada
Pasta de wasabi (opcional)
Duración: 20 minutos + 2 horas de macerado
Hoy toca viajar al imperio del sol. Soy amante de la cocina nipona y del atún, así que el destino de la receta no dejaba mucho lugar a la duda.
Cogemos el lomo de atún bien y limpiamos bien por si quedase alguna escama o espina. En una bandeja ponemos las semillas de sésamo (yo usé dos variantes: negra y tostada) y vamos impregnando bien el atún con ellas. Hay que cubrir bien todos los lados del lomo.
En una sartén o plancha echamos unas gotitas de aceite de oliva y calentamos. Sellamos el lomo de atún bien por todas las caras. Sacamos y reservamos.
Usamos una bandeja o un bol grande para el macerado. Echamos la salsa de soja, el vinagre de arroz, el azúcar y unas cuantas tiras de jengibre fresco troceado. Incorporamos el lomo de atún y dejamos que repose en la nevera unas dos horas. A la hora del proceso le damos la vuelta para que vaya cogiendo por todas partes los aromas.
Pasado ese tiempo sacamos y podemos ir haciendo lonchas con un cuchillo bien afilado. Maravilloso ese color rosado del centro, ¿eh? Toca el turno de la salsa. Tan sencilla como mezclar todos los ingredientes y si os va el picante, se puede añadir un toque de wasabi.
El acompañamiento ya es cosa de cada uno, yo opté por unos ramilletes de brócoli cocidos y ligeramente salteados en aceite aromatizado con ajo. El resultado es un plato delicioso, muy visual y que desata una furia de sabores en la boca. Coged los palillos y sin tregua. ¡Que aproveche!
Película ideal para degustar este plato
???? SHICHINI NO SAMURAI
("Los siete samurais" de Akira Kurosawa, 1954)
Cuando uno catapulta su cocina a territorio nipón, intenta que su receta tenga cierta coherencia con su cultura visual. Su cine es rico en plasticidad, colorido, iluminación, paisajes y fotografía natural, así que lo que se ponga en la mesa debería respetar, como mínimo, algunos de esos códigos. Y ya puestos a fijarnos en el ariete maestro del cine japonés, resulta imposible que tu mente no se clave directamente en Akira Kurosawa y en su descomunal y archiconocida "Los siete samuráis". Esta fábula de Kurosawa (en cuya saca se cuentan monumentos del celuloide como "Rashomon", "Ran" o "Yojimbo") nos presenta una aldea asediada y vilipendiada por un grupo de bandidos. Necesitados de ayuda guerrera acuden a la ciudad en busca de un elenco de samurais que les proteja de las continuas agresiones. Una vez planteada la base, Kurosawa tira de galones y ejecuta una dirección precisa y tranquila, casi lírica, para presentarnos a conciencia todos los ingredientes (personajes) que confluyen en el visor de su cámara. De algún modo nuestro lomo de atún (imponente, colorista, un bloque impenetrable) se nos antoja como el grupo de samuráis que, poco a poco, va uniéndose a la noble causa común. Un metraje largo (más de 3 horas) sirve al bienllamado John Ford japonés (no hay más que fijarse en la batalla final para entender este apodo), para componer y comprender las motivaciones de aldeanos, forajidos y combatientes. Nuestra receta también emplea un macerado prolongado con el fin de hacer que todos los sabores humildes (como el jengibre, la soja o el vinagre arroz) se entremezclen con el todopoderoso núcleo de guerreros en nuestra aldea a modo de molde. Mientras el tiempo y la película avanza vamos siendo testigos de ese proceso de unión, honor y amistad. Una vez conformada esa alianza extraemos las lonchas-samuráis para mostrar la verdadera esencia del luchador: a nuestros ojos poseen una coraza exterior (sésamo) que les hace temibles y difíciles de vencer... pero por dentro albergan la crudeza interior, la debilidad, el amor, la pasión, el ánimo de superación, la aceptación... Todos ellos virtudes y defectos del ser humano (o del atún). Finalmente, la visión de Kurosawa por engrandecer en cada plano ese Japón feudal, nos lleva a una obra pictórica tremendamente rica en texturas y cromatismo. Hace alarde del "toque nipón" por el colorido visual. Hemos intentado que nuestra receta aúne un poco de ese espíritu: jugamos con dos colores de sésamo, el rojo vivo del interior del pescado, el toque "verde naturaleza" del brócoli... Todo por aproximarnos culinariamente a una de las grandes epopeyas del séptimo arte. Una obra perfecta, magnética, ejemplar. Desenvaina tu espada-palillo. Tú eres el octavo samurái...