Al buscar un poco mas sobre cocina, siempre aparecía en imágenes una copa o botella de vino, lo cual aportaba una aire de misticismo a ese mundo suntuoso del buen comer. Comprendí por ende, la palabra sibarita, que mas adelante varios amigos utilizarían al referirse a un servidor, un honor que no merezco.
Los cursos, catas, notas y todo lo asociado al vino era elegante. Aromas a frutos rojos (como bien me dijo entre risas uno de los mejores enólogos del Valle de Guadalupe: TODOS los vinos tintos tienen aromas a frutos rojos!) notas de madera, canela, vainilla….y que decir de los maridajes: mas que atraerme, estos me asustaban. Estaba ‘maridando’ bien? Cumplía con las llamadas normas?
Dos eventos en mi vida cambiaron este paradigma para siempre. El primero, en un pequeño restaurante de autor en Costa Rica, cenando solo por trabajo, mariscos era una idea lógica al estar rodeado de mar. Ceviche. Pensé en cerveza, mas el chef, quien personalmente servía los platillos, me recomendó un vino blanco. En mi mente, la ‘norma’ me decía que la acidez del platillo tendría un choque de frente con el vino…el insistió en un Viogner…siguiendo mi espíritu de aventura culinaria, acepté el reto, esperando el desastre inminente. Que mal estaba. Aquella compañía de Viogner con ceviche era una explosión de sabores que intensificaba las características de la bebida y el platillo.
El segundo, tuve la oportunidad de conocer a un entusiasta del vino mexicano, que lo llevó a crear su propia marca -hoy líder en el mundo- a quien tomé como mentor y años después, como un gran amigo a quien quiero y respeto (gracias, Humberto!). Sus catas eran ortodoxas, no eran estudios de vino, no descripciones elaboradas…sino experiencias sensoriales que me llevaban a territorios poco usuales. Aprendí a jugar con el vino, especialmente el mexicano, y explorar. Primero, entender el vino con conceptos sencillos: es fuerte? Medio? Suave? -olvidemos por un momento el blanco o tinto- y con ello, probar con platillos diversos. Y volver a probar. Y probar de nuevo. Se ahora que un vino corpulento detona con creces las salsas picantes, pero estas últimas saben a mil maravillas con un vino de cuerpo medio, balanceado.
Estas pruebas y pruebas empezaron en platillos preparados en casa, seguido por restaurantes y recientemente, de cocina tradicional. Tacos de barbacoa, papadzules, carnitas, ostiones preparados…al encontrar una pareja ideal en el vino, los sabores de ambas partes adquieren una nueva dimensión, algo que hasta hace poco tiempo hubiera considerado algo fuera de ‘norma’. Probablemente así lo sea, mas puedo asegurar, con una sonrisa en la cara y una copa medio vacía en mi mano, que hoy disfruto plenamente de esta bebida que, en el caso de nuestro país, me sigue sorprendiendo con la calidad de año con año caracterizan a los vinos mexicanos. Mariatino, Vinisterra, Pijoan, Mogor, Viñas de Garza…imposible nombrarlos a todos, mas reconozco su gran participación al llevar el nombre de México muy en alto.
Te invito a de-mitificar el vino. A realmente disfrutarlo. A llevarlo contigo a reuniones. A aprovechar los establecimientos que te permiten llevar tu botella. A jugar con él. Deja un momento los términos complejos y elaborados. Prueba y vuelve a probar, e invita a otros a probar contigo. La diversidad de paladares aportan ideas frescas siempre. Espero algún día coincidamos y podamos probar, comentando junto a una botella de vino…o varias.