Hay quienes no concebirían un desayuno sin la presencia inestimable del café. El café, además de proporcionarnos la energía suficiente para afrontar la mañana, tiene un cariz litúrgico, prácticamente santo.
Son muchos los que configuran su día en torno a él, empleándolo como herramienta de sociabilización en el trabajo y el mundo de los negocios. Reunirse en una cafetería es algo frecuente en muchos ámbitos de nuestra vida, desde la esfera más íntima y personal hasta la más pública y profesional.
Por si solo, sus calorías tienden a cero, aunque estas se incrementan rápidamente cuando lo mezclamos con leche y le añadimos azúcar, no obstante, en contra de lo que se ha venido publicitando históricamente, es una bebida que tomada con mesura, resulta beneficiosa.
La repostería no ha escapado al influjo mágico del café, dejándose seducir por su particular perfume y sabor.
Estos vienen definidos por su origen y variedad, desplegando más de 3.000 compuestos volátiles que dejan patente su sofisticación y complejidad.
El flan es un postre antiquísimo que goza de una renovada popularidad, gracias a su sencillez e inconfundible textura.
El conocido gastrónomo Marco Gavio Apicio, del que he hablado en alguna otra ocasión, ya divulgaba acerca de una receta denominada como tyropatina, precursora del flan que nosotros conocemos.
Siglos después, en la Edad Media, el flado, presidía las mesas de la alta nobleza, pues los huevos, ingredientes principal e imprescindible para su preparación, resultaban escasos.
Cómo hacer un flan de café
Existen infinidad de maneras de cocinar un flan, siendo el flan de café una de las más apreciadas. Podemos preparar al flan de café con la variedad que prefiramos, cafeinado o descafeinado.Eso sí, resulta conveniente que este tenga una mínima calidad, o de lo contrario el resultado podría no ser el esperado.
A modo de recomendación personal, recomiendo que optéis por elaborar un espresso 100 % arábica, como el de Illycaffè Illy Classico, un café que personalmente consigue enamorarme con su sutileza y perfecto equilibrio.
Ingredientes:
Huevos M 4 unidades
Café espresso reposado 200 ml.
Leche entera 300 ml.
Azúcar 100 g.
Azúcar blanquilla (caramelo) 100 g.
Agua mineral (caramelo) 25 ml.
Elaboración:
Como siempre que realizamos un flan, lo primero es hacer el caramelo. En los lineales de los supermercados destinados a la repostería, encontramos caramelo líquido listo para ser usado, aunque siempre podemos prepararlo en casa, que resultará mucho más económico. Tan sencillo como colocar una sartén antiadherente al fuego, a potencia media - baja, y volcar el azúcar seguida del agua.
Con ayuda de una cuchara, iremos removiendo sin parar hasta que los cristales de azúcar comiencen a disolverse. Seguiremos removiendo insistentemente en círculos, hasta que el caramelo comience a tornar en un color ámbar. A partir de aquí, y con el objetivo de que no cristalice, seguiremos meneándolo, pero esta vez, efectuando un movimiento de muñeca.
Pasados unos segundos, observaremos como el color se va oscureciendo, momento en el que lo retiraremos del fuego. Rápidamente, dispondremos las flaneras o flanera, en función de si vamos a cocinar un flan grande o 6 raciones individuales, y verteremos el caramelo en el fondo, balanceando y girando levemente el molde mientras vamos repartiendo el caramelo también por las paredes.
En un bol, dispondremos todos los ingredientes en el siguiente orden: los huevos, el azúcar, la leche y el café, como anticipaba, mejor si se trata de un espresso, ya que conseguiremos un sabor intenso muy concentrado. Batiremos enérgicamente con unas varillas manuales, o mejor aún, con unas varillas eléctricas, hasta blanquear la mezcla, logrando esas burbujas y espuma en la superficie.
Precalentaremos el horno a 200 °C, con calor arriba y abajo. Llenaremos una fuente refractaria con agua, dado que vamos a cocerlos al baño María. Introduciremos la mezcla en las flaneras, vigilando que no rebose, dejando al menos centímetro entre la mezcla y el borde del recipiente, teniendo presente que el flan crecerá algo en el horno. Al mismo tiempo, los colocaremos dentro de la fuente.
Obviamente, el agua tampoco debe rebasar el borde del molde. Taparemos los moldes con papel de aluminio, lo que impedirá que la base se reseque en exceso o llegue a tostarse demasiado. Cuando el horno esté listo, meteremos la fuente sobre una rejilla, a altura media, y cocinaremos durante 45 o 50 minutos, echándole un vistazo cuando estén a punto de terminar.
Transcurrido el tiempo, y habiendo comprobado previamente que, efectivamente, están correctamente cocidos, los sacaremos y dejaremos atemperar unos minutos, tras lo cual, los refrigeraremos antes de servir. Deben permanecet como poco dos horas en el frigorífico. Como sugerencia de presentación, os propongo desmoldar el flan y acompañarlo con una quenelle de helado.
¡Qué aproveche!
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