Me niego a volver la vista atrás.
Si cometo tal imprudencia, por un despiste o una debilidad de la añoranza, me veo a mí misma con un top ultracorto, shorts abotonados, zapatos de plataforma [aquellos que se llamaban zapatones por glamourosa aclamación popular] y el flequillo tan cardado que podría haberme guardado los apuntes de clase dentro en lugar de llevar mochila.
Sí. Puede ser peor. Puede ser invierno y entonces me veo con un vestido largo y entallado con las hombreras de locomía o con uno de aquellos abrigos de tactel de colores.
Menos mal que no siempre fui así.
Cuando era más pequeña y las hormonas no nublaban mi sentido común, pasaba de lo que se lleva y de lo que no, me vestía de negro casi uniformado, y por lo general mi atuendo consistía en leggins negros [en aquel entonces, mallas]+camiseta de algodón [aprendí a pintar tela para hacerme camisetas de Héroes del Silencio caseras, que no veáis lo que costaba estirar la paga semanal], o en vaqueros apretaos de mala malota, cinturones de tachuelas y botas militares. Además llevaba el pelo al dos. Digna de ver. Sobre todo cuando el pelo me empezaba a crecer en la zona de la nuca y entonces parecía una kaleborroka de manual.
Mi padre nunca aprobó estas pintas que llevaba su niña, y hasta conseguí esconderle unas zapatillas negras con remaches de calaveras y cadenas que mi madre me dejó comprar con una paga de cumpleaños, que usé durante un par de años y de las que nunca supo. Las guardaba con las muñequeras de pinchos y una cadena de perro que usaba como collar.
Luego con los 15 me dio la tontunería de ir como las demás y tuve mi momento SuperPop, y mi madre hubiera preferido las botas militares y las bomber al desfile de flequillos-fuente, hombreras y zapatones. Pero se aguantó y asumió que tenía una adolecente enfebrecida en casa. Y empezó a escuchar a los New Kids donde antes sonaba Leño.
Dejé de frecuentar los bares más tiraos y más rockeros de mi ciudad y me pasé a las discotecas. No voy a decir que fuera una buena decisión, son cosas de la adolescencia cuando a una se le ponen las hormonas patas arriba y decide seguir al rebaño para no quedarse fuera.
Mis amigas de la adolescencia me duraron poco, porque con la mayoría de edad me fui a vivir a otra ciudad, cosas de la universidad, que mi pueblo no tiene. Y pasados un par de años de discotecas y bares de copas, volví poco a poco a mi ser de rock y de garitos punk. Seguía cargando conmigo todas aquellas cintas de las bandas punk pueblerinas de mi infancia,y aquellos vinilos de Kortatu, Eskorbuto y Reincidentes que aún conservo como si fueran un tesoro que algún día me saque de pobre.
Y entonces me vine a Madrid. Desde Madrid ya no siento vergüenza de ver mis fotos viejunas Me he adaptado a amistades de todos los gustos, y no siempre he podido volver a mis baretos punkarras, sobre todo porque en Madrid no es lo mismo, al menos, para mí.
Y todavía a día de hoy, a pesar de que tengo un armario de dos cuerpos lleno de ropa absurda de oficinista pija [vestidos, botas, blusas de las que se planchan y hasta boinas] me pillas un sábado y me tienes que atar para que me maquille, y vivo permanentemente con dos vaqueros anchos de bolsillos de los años 90, y tres o cuatro camisetas complementadas día y noche por zapatillas de deporte y botas de montaña.
Sin contradicciones, sin pegas. Me disfrazo cuando toca, y me visto cuando me dejan. ¿Y sabéis lo mejor de todo? Que Herr Vikingo opina que estoy más guapa con la cara lavada y que a la mierda los tacones.
Receta participante en Cooking the Chef de marzo 2015. Autora: Samantha Vallejo-Nájera
INGREDIENTES
[4 PERSONAS]
Jamón fresco de cerdo, 1 kg en una pieza*
Bourbon, 20 ml [sirve cualquier otro whisky que tengas por casa]
Azúcar integral de caña, 120 g
Clavo de olor, 1 o 2 unidades
Sal gruesa molida
*Lo ideal es que el carnicero te rebusque un trozo de jamón con bastante grasa pegada a la carne. Esto es lo que de verdad le va a dar jugosidad. Toda la que se le puede dar a un jamón fresco de cerdo blanco… ejem.
MODUS OPERANDI
Es tan extraordinariamente sencillo, que no hay que hacer prácticamente nada. La única dificultad será controlar el tiempo y la temperatura interior de la carne. Para esto vas a necesitar una sonda de cocina. Son 15 o 20 euros muy bien invertidos.
La carne de cerdo, jugosa lo que se dice jugosa… no es. Es tirando a seca, y como la pasemos de punto se convierte en una gustosa suela de zapato que sólo podremos masticar con un bote grande de salsa que ayude a pasarla. Por ello, he investigado sobre las mejores formas de cocer esta carne, y la ideal es la cocción en horno a baja temperatura.
Hay muchas formas de hacerlo, yo he escogido una que no es demasiado larga, aunque estoy segura de que los resultados mejoran conforme se baja la temperatura del horno y se alarga el tiempo.
Colocamos el cerdo en una sola pieza, con la grasa hacia arriba, en una fuente de horno. Con un cuchillo muy afilado hacemos unos cortes paralelos cada 1 o 2 centímetros a lo largo de la pieza de carne, la giramos y repetimos la operación en el sentido contrario, de modo que los cortes queden en forma de rombos. Deben ser algo profundos, como medio centímetro estará bien. Queremos un jamón entero, no te emociones o tendrás que buscarte una receta de ragoût.
Salamos la pieza generosamente, frotando bien con las manos para que la sal impregne la carne y entre en los cortes.
Preparamos el adobo mezclando el azúcar y el bourbon hasta tener una pasta más o menos consistente que se pueda quedar adherida al jamón, y lo embadurnamos bien con la misma. Colocamos los clavos de olor sobre la carne, en cualquier sitio estarán bien.
Encendemos el horno a 140º, y cuando haya alcanzado la temperatura metemos la fuente de la carne y la dejamos hasta que esté cocinada.
Claro que sí. ¿Que cuanto es esto? Es muy fácil, cuando la temperatura del interior de la pieza haya alcanzado 60º estará en su punto justo. Una pieza de un kilo la puedes ir revisando cada 30 minutos y según se acerque la temperatura cada menos, hasta que llegue. Y de la que revisas, puedes bañar la carne en la salsa que ha ido cayendo a la fuente, que siempre lo agradecerá.
Para pincharla tendrás que sacar la fuente del horno [salvo que puedas maniobrar dentro con comodidad] y metes la sonda en la parte más gruesa del jamón hasta más o menos la mitad de la pieza. Según la temperatura que te dé, la devuelves al horno o la das por cocinada.
Yo me despisté en la última revisión y cuando pinché la sonda estaba en 71º pero no quedó seca, quedó bastante bien. Tardé 90 minutos. Es decir, que igual con 75-80 minutos hubiera sido suficiente. Esto siempre siempre depende del tamaño de la pieza, que no del peso [de lo lejos que esté el centro del jamón de la superficie del mismo, para que nos entendamos].
En cualquier caso, el jamón no debe quedar crudo. La carne sonrosada es sólo la de ternera, nunca de cerdo o de pollo, estas deben ir bien cocinadas, interior blanco, cocinado del todo, sin sangre y sin rojeces. No hace una foto tan bonita, y lo sabemos, pero no te la juegues y no la dejes cruda.
Si por alguna razón tienes muchísimo tiempo y quieres que quede espectacular y tiernísima, puedes hacer la misma operación pero con el horno a 80º. Vas a necesitar entre 4 y 5 horas, si no son más, pero el resultado puede valer la pena, y además no le va a pasar nada si la tienes cocinada a las doce pero vas a comer a las dos: puedes dejarla en el horno y no se secará, porque la temperatura no da para que se pase.
Y si la pieza es más grande… podríamos estar hablando de entre 8 y 12 horas, siempre en función del grosor que tenga.