Me da miedo el dentista.
Bueno, miedo. Quien dice miedo quiere decir: pánico.
Terror, canguelo, miedito, caquita.
Voy, porque mi boquita es una alegría tras otra, y cada vez que entro en un dentista me florecen 7 caries y 2 endodoncias y "son diez mil". O más.
De nada me sirve la disciplina de comer sin azúcar desde hace años, limpieza a fondo con enjuague caro de farmacia y una seda dental que tendré que incluir en los plazos de la hipoteca. Me salen caries. Se me desmadran.
Y voy con miedo. El dentista, que por suerte está buenorro [al menos no me mete las zarpas en la boca un cayo malayo, que oiga, todo se agradece] me teme cuando me ve. Y en lugar de las clásicas preguntas que te hacen los dentistas ¿Has notado molestias esta semana? ¿Has tomado algún antibiótico? Me mira con suavidad [y desde una distancia prudencial] y me pregunta ¿Cómo estás hoy? ¿Te encuentras más tranquila?
Porque sabe que en el momento que siento el tacto del
Porque para mí la acogedora y amable salita de dentista es un lugar inhóspito lleno de potenciales amenazas y armas afiladas que terminarán por sacar cosas de mi boca.
Y que nadie trate de convencerme de que no pasa nada. Pasa. Y mucho. Pasa que se rompe el dique de la endodoncia y me abraso la garganta y estoy tres días comiendo papilla. Pasa que me salen depósitos de calcio en las encías y una endodoncia en tres sesiones dura 8 horas. Pasa que la combinación ibuprofeno + nolotil + amoxicilina no me cura una infección que me tiene sin dormir tres noches. Pasa, y punto.
Pasa que con el bruxismo que acompaña mi cuadro clínico he reventado la corona de porcelana de una de mis cuatro endodoncias.
Así que no me preguntéis por qué me produce ansiedad el dentista. Me la produce, y punto. Y ni estando como un queso me parece un buen plan ir a verle.
Yo para ir al dentista, necesito sedación. O una botella de coñac, que vendría a ser lo mismo pero no me podría ir sola a casa después.
En algunas provincias lo permiten. En Cuenca, puedes pedir sedación en el dentista. En Cuenca los cobardes ven sus derechos recogidos, y pueden pedir ser tratados sin
Pero en Madrid no. Y como encuentre un dentista que trabaje los sábados en Cuenca con la consulta cerca de la estación de autobús, creo que voy a plantearme esa solución. Supongo que la sedación incluirá algunas horas en la clínica, pero cuando quiera ver Cuenca voy en mi tiempo libre.
De momento y como medida preventiva, sigo preparando en casa mis dulces diarios de desayuno, que son pan casero o dulces sin azúcar o con azúcar integral de caña no refinado y de origen ecológico. Que con todo eso yo creo que no hace caries. Y como tenía que asaltar a Gallecookies para esta edición del #asaltablogs, pues me he adaptado la receta a mis necesidades y a mis caries potenciales.
INGREDIENTES
[12 MUFFINS]
Aceite de oliva, 40 g
Puré de manzana, 60 g
Huevo, 2 uds [mejor si son de gallinas felices]
Harina integral, 100 g
Azúcar morena integral, 100 g
Levadura, 3/4 cucharadita
Bicarbonato, 1/2 cucharadita
Avena, 80 g
Sal, una pizca
Notas de la asaltadora
Me he concedido un par de licencias. Bueno, una ha sido consecuencia de la otra. Tengo por costumbre aligerar en la medida de mis posibilidades todas las recetas que caen en mis manos, y utilizo infinitas veces el truco de sustituir parte de la grasa de una receta de repostería por puré de manzana o compota.
Por norma, sustituyo 100 g de cualquier grasa por 60 g de puré de manzana y 40 g de aceite de oliva, y rara vez se nota en el resultado final, que sube igual, sabe igual y su aspecto exterior es el mismo.
Ojo, esto no se puede hacer siempre. A veces la parte grasa del asunto es la más importante y la que otorga el carácter a un dulce, por ejemplo no se me ocurriría sustituir la manteca de las perrunillas por este invento. Y para galletas en general no lo hago porque la grasa debe solidificar una vez fría para permitirnos trabajar la masa. Pero en todo tipo de bizcochos, muffins y similares, no me falla. Una vez hemos hecho esto, hay que añadir media cucharadita de bicarbonato junto con la levadura, porque será una masa algo más pesada y necesitará una ayudita extra para subir bien.
MODUS OPERANDI
Empezamos por preparar el puré o compota de manzana, si no lo tenemos ya hecho. Sólo tenemos que cortar muy menuda una manzana y ponerla a cocer con un poquitín de azúcar, para que caramelice ligeramente. Una vez esté cocida, la trituramos y podemos usar este puré una vez haya enfriado.
Precalentamos el horno a 225º [lo bajaremos, pero así se compensa la pérdida de calor al abrir la puerta y el frío de los moldes].
En un bol, ponemos el puré de manzana y el aceite, añadimos el azúcar y lo batimos con unas varillas hasta que esté muy bien integrado [Nota: en la foto del paso a paso veréis otro ingrediente a un lado, es un culillo de azúcar y canela que sobró de unos snikerdoodles y que añadí a la masa por aprovecharlo, una cucharada sopera más o menos] .
Con esta mezcla bien integrada [foto 3 del paso a paso] añadimos los huevos y lo volvemos a batir bien.
Sobre la mezcla de los líquidos, añadimos la harina bien tamizada [como es integral quedará el salvado en el tamizador, lo añadimos igualmente], la levadura, el bicarbonato y la avena, y lo mezclamos con una espátula hasta que quede bien integrado.
Es importante no batir de más las masas, porque endurecen en el horno, hay que mezclarlas siempre lo justo, sin pasarnos.
Ya solo nos queda rellenar las cápsulas más o menos hasta 2/3 de su altura, y meterlas en el horno que bajaremos a 180º unos 15 minutos.