Las torrijas son algo que siempre me recuerda a casa. Eran el dulce preferido de mi abuela y también lo son de mi madre. Para ambas, tener un poco de pan duro era y sigue siendo la excusa perfecta para hacer torrijas, no es necesario esperar a Semana Santa o Carnaval (en Galicia se comen más en esta fiesta) para prepararlas. Yo no las hago tan a menudo pero cada vez que me pongo a ello me traen solo buenos recuerdos.
Para este dulce cada maestrillo tiene su librillo, yo he seguido la receta familiar. Espero que os guste.
¿Qué necesito? (para unas 20 torrijas)
1 barra de pan duro (de 2 días es perfecto)
1/2 litro de leche
1 copa de anís
1 rama de canela
3 cucharadas de azúcar
1 cucharadita de colorante alimenticio (opcional)
2 huevos
Aceite de oliva suave
Un poco de azúcar para espolvorear por encima
¿Cómo lo hago?
Como la mayor parte de los dulces tradicionales, las torrijas son facilísimas de hacer.
Empezamos cortando el pan en rodajas (a mí me gustan gorditas así que las hago de unos dos centímetros de ancho).
Después calentamos la leche hasta que esté templada. La vertemos en un plato hondo y añadimos el azúcar, el anís, la canela y el colorante (este ingrediente no le dará sabor a las torrijas pero sí un color amarillito muy apetecible). Revolvemos todo bien.
Por otro lado, en un plato batimos los dos huevos y ponemos una sartén al fuego con aceite abundante.
Vamos mojando las rodajas de pan dejándolas en la leche hasta que estén bien empapadas.
Una vez blanditas, las rebozamos en el huevo y de ahí directamente a la sartén. El aceite tiene que estar bastante caliente para que no se empape el pan. Las doramos por ambos lados y cuando estén listas las pasamos a un plato con papel de cocina para que absorba el aceite sobrante.
Por último, espolvoreamos un poco de azúcar por encima.
Esperamos a que enfríen y ¡a la mesa!