INGREDIENTES
4-5 huevos medianos
3 patatas medianas
1 berenjena (no muy grande)
1 calabacín mediano
Aceite de Oliva (de calidad)
Sal y pimienta
Tiempo: 1 hora
Película comparada (abajo): PLÁCIDO (Luis García Berlanga, 1961)
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La tortilla de patata... Esa delicia culinaria nuestra que ha navegado de generación en generación satisfaciendo estómagos. Es casi como la primera lección a aprender en cocina y, sin embargo, sigue siendo un misterio. Todos tenemos los trucos heredados de madres y demás, que la hacen única, irrepetible, incomparable...
Lo único cierto es que sólo podemos rendirnos ante sus encantos y probar a mejorarla cada vez. En esta ocasión mis suegros me trajeron una berenjena y un calabacín de Candeleda (Ávila) que estaban llamadas a la gran pantalla. Debían estrenarse por todo lo alto, y qué mejor manera que formar parte de este titán culinario.
Una buena ensalada de tomate (del de verdad, digo) con un poquito de sal y aceite terminan por redondear este plato tan añejo como nuevo, que nunca dejará de hacernos salivar.
Sssssh, silencio... se cocina.
Guión: creando los personajesLo primero de todo es dejar listos los ingredientes para empezar a trabajar con ellos. Por un lado cortamos en daditos la berenjena y la ponemos en un colador. Espolvoreamos bastante sal y dejamos que sude a su ritmo durante media hora.
Hacemos lo mismo con el calabacín. Así logramos que suden y eliminen gran parte del agua que contienen. Mientras hacemos este proceso nos ponemos con las patatas.
Pelamos las patatas y las lavamos bien. Secamos (importante). Vamos sacando láminas de un 1-2 cms de espesor. Aquí ya al gusto, podéis pegar la tajada que más os plazca o la que haya sido herencia familiar y las colocamos en un bol y echamos un poco de sal.
Dirección: empieza el rodaje
Sacamos dos sartenes a escena. En una vamos a freír las patatas. Para ello echamos bastante aceite de oliva de buena calidad (que luego se nota en el resultado final, creedme) Añadimos las patatas saladas y dejamos que se vayan cocinando a fuego bajo. Esto llevará unos 20 minutos.
En la otra sartén echamos un poco de aceite y vamos a pochar la berenjena y el calabacín. Al principio a fuego más bien fuerte y luego lo bajamos, tapamos la sartén u olla y dejamos cocinar otros 20 minutos. Iremos removiendo de vez en cuando para comprobar que se van cocinando pero no quemando, que no nos interesa nada.
Cuando la patata esté hecha la sacamos y la pasamos a la sartén de las verduras y removemos unos dos minutos para luego retirar del fuego.
Con todo ya bien pochado llega el momento de salpimentar 4 huevos y batirlos bien. Añadimos la patata, la berenjena y el calabacín y removemos para mezclarlo todo bien.
Hora de la verdad
En una sartén antiadherente echamos un poco de aceite de oliva y calentamos. Incorporamos la mezcla y cocinamos a fuego medio-alto durante 5-6 minutos. NOTA: Cuando agitemos la sartén y veamos que la tortilla empieza a bailar, separándose de los laterales, es el momento de darle la vuelta.
Con maña, fuerza y autoconfianza giramos la sartén sobre un plato. Añadimos otro poco de aceite a la sartén y echamos la (media) tortilla. Dejamos que se cocine otros 5-6 minutos.
NOTA: Dependiendo de si os gusta más o menos cuajada habrá que variar la cantidad de huevos y el tiempo de cocinado. Yo la hice cuajadita, que es como se estila por estos lares.¡Y lista! Ya sólo nos queda presentarla en un plato vistoso, coger un cuchillo y sacar cuartos, dados o lo que os venga en gana. Pensad que ya estaréis salivando, así que cuanto antes... mejor. ¡Que aproveche, hitchcookianos!
Película ideal para degustar este plato
PLÁCIDO
(Luis García Berlanga, 1961)
Estaba meridiano. En esta ocasión poca búsqueda en el disco duro mental he tenido que hacer. La ecuación era nítida: tortilla de patatas era igual a cine español. Y si hablamos del cine patrio, no hay otro nombre más grande que el de Luis García Berlanga. Como tenemos en cuenta que nuestra receta habla de uno de los más inmortales y genuinos platos de la cocina española, había que rendirle un culto a la altura. La filmografía es larga y maestra (en muchas ocasiones) pero el tono humilde, tan pegado a la calle y con aromas a neorrealismo me han llevado en motocarro hacia Plácido.
El listado o legado de Berlanga es de los grandes. Él fue uno de los artífices de expandir nuestro cine, abrirlo al mundo, desnudarlo y sortear con maestría a la condenada censura de antaño. Junto a él nombres como Rafael Azcona (su fiel pluma), Juan Antonio Bardem (Calle Mayor) o Marco Ferreri (El pisito), componen ese ariete artístico que buscaba reflejar la cruda realidad de la época a través del visor de su cámara al tiempo que hacían regates y requiebros a la mano implacable del Regímen. Y lo lograron, con una habilidad increíble, plausible. Dieron toda la cera que quisieron, criticaron, humillaron, condenaron, se rieron e ironizaron con todo lo que no era plato de su gusto. Y el censor... ni lo olió.
En el año 61 Berlanga estaba en la cima de su talento creativo. Tras el éxito de crítica y público de Bienvenido Mr. Marshall se sumaron piezas clave como Calabuch o Los jueves, milagro (ver receta) y comenzaba la década de los sesenta, asestando un golpe letal a la sociedad burguesa (como siempre) En esta ocasión, lanza una premisa tan cómica como diabólica: un grupo de señoronas adineradas deciden crear una campaña navideña como gesto de "bondad" en la cual deciden "sentar a un pobre en su mesa" con el fin de que comparta por un día las virtudes y comodidades de la clase alta.
Este dardo envenenado sirve de motor de arranque para una radiografía cruel y descarnada de una sociedad moribunda. Y lo ejemplifica en ese gran Cassen, un pobre diablo que va a participar en la cabalgata festiva montado en su motocarro, pero antes debe pagar la última letra. Un argumento tan simple, tan afilado, tan mordaz, tan inteligente... que os aseguro os clavará a la silla de principio a fin. Os hará reír, y os emocionará. Puro Berlanga.
Nuestra receta goza del aroma español por los cuatro costados. Es una receta berlanguiana en todo su potencial: humilde, sencilla en apariencia pero que alberga en su interior un sinfin de sentimientos, emociones, sensaciones y sabor. Digamos que hasta que uno no clava el tenedor (o la cámara) en las entrañas de esa obra de arte, no es capaz de valorarla.
Los ingredientes utilizados provienen además de un pueblo (Candeleda) que en ojos de un hitchcookiano bien pudiera parecer el telón de fondo de alguna obra del genial cineasta. Esa tierra trabajada por el hombre, donde las callejuelas encierran secretos de familias y toda la comunidad vive sabiendo la vida de los demás. Para bien y para mal. Que hacen piña para recibir al comité americano o se mofan de la pobreza humana, como en Plácido.
Berenjena, calabacín, patata, huevo... Ingredientes-personajes ocultos a nuestra vista puesto que han sido extraídos de la misma esencia de la naturaleza (como las creaciones de Berlanga), tan verdaderos y creíbles, tan sabrosos y tan poco parecidos a los de ciudad, que en cada bocado o visionado uno siente que entra en contacto con la realidad. Sin tapujos. Sin filtros. Sin falsedades. El sabor sin distorsiones. Como en Plácido, donde Berlanga y Azcona consiguen vapulear a una sociedad hipócrita y retorcida extrayéndonos una sonrisa. Y eso, sinceramente, no es nada fácil.
¡Viva la tortilla de patata! ¡Viva Plácido! ¡Y viva Berlanga, uno de los mejores cocineros de realidades de la historia del celuloide!