Estoy que todavía no me lo creo y para nada, mentalizado. Después de 38 meses de frustante ( y algo angustioso por ratos) sequía laboral, mañana lunes, inicio una nueva andadura profesional, afortunadamente relacionada con mi profesión de siempre y para más regocijo, en mi provincia, algo totalmente soñado y anhelado durante largos años de "exilio", por la idiosincrácia en sí de la profesión elegida, a la que nada achaco, el haberme tenido alejado de mi tierra y familia, sino todo lo contrario, el haberme dado la oportunidad de empaparme de la esencia pura de todos los lugares en los que he vivido, al principio con mi familia y ya con los niños mayores, en solitario, pero siempre disfrutando de cada nuevo lugar, de sus gentes y por supuesto, también de su gastronomía.
En este espacio de tres años, he tenido que amoldarme a la convivencia familiar del día a día, algo que antes solo podía realizar en vacaciones y fines de semana, y que me ha llenado enormemente.
Pero también he sabido sacarle partido a este paréntesis y disfrutar de otra gran afición como es el ciclismo de montaña, aunque esta actividad solo me ha traído caídas y más caídas y que a la tercera, creo que tiro la bimba. Pero sin duda, una de las tareas a la que considero de lo más gratificante y me ha ayudado a mantenerme todavía más activo, es el haber dado el paso y haber creado este blog de cocina que me ha servido a nivel personal para desarrollar una afición nacida en mí desde pequeño y que en este periodo me ha dejado aprender de otr@s compañeros y sin duda, acercarme de alguna manera, a un grupo gastronómico cercano a pesar de la distancia y disfrutar conjuntamente de recetas de lo más variopintas, pero todas con su toque tan personal.
Bueno, creo que después de esta larga introducción, de la que espero no os haya resultado tediosa, os dejo este regalo que he hecho para celebrar mi reincorporación al mundo laboral, al mundo de los madrugones, al mundo de "ya queda menos para el viernes", al mundo de "maldito lunes", SI, pero también al mundo de "¡¡ya he cobrado!!" ¿o no?. En fin, como os decía, la receta de hoy, de la que por cierto, hace la número 200 de este blog (impensable para mí hace meses), es una receta con orígenes sefardíes.
Los pasteles de naranja con almendra son un clásico de la tradición repostera sefardí. Cuentan con especial arraigo en el norte de África, pero con esos dos ingredientes no cuesta mucho imaginar una ascendencia española. Para los que les gusta enfervorecerse con el origen de los platos, diré que los descendientes de los judíos expulsados de la Península llevan haciendo este pastel durante siglos, lo que no significa que tengan la exclusiva mundial o que no pueda haber cakes similares en otras zonas, culturas o religiones de Tumbuctú a la Conchimbamba. Yo he sustituído las naranjas por unas espléndidas mandarinas y le he dado mayor protagonismo a los frutos secos, incorporando además de almendras también avellanas, todo coronado por unas rodajas de deliciosa naranja confitada y bañado por partida doble: primero emborrachado con una glasa de mandarina y luego decorado con un glaseado seco, el resultado os aseguro, está de escándalo, aunque esté feo que yo lo diga.
Masa
8 mandarinas
140 gr de almendras fritas
140 gr de avellana tostada
7 huevos medianos tipo "L"
280 gr de azúcar
150 gr de galletas
60 gr aproximadamente de harina
1 cucharada de agua de azahar
Glaseado de mandarina
2 mandarinas
180 gr de azúcar glass
Glaseado de azúcar
180 gr dea azúcar glass
3 cucharadas de zumo de limón
1 cdta de agua
Decoración
3 rodajas de naranja confitada
Almendras fileteadas
1 molde circular con orificio central de 26 cm de Ø y 10 cm de profundidad
Preparativos
Rallar fino la piel de 2 mandarinas y exprimir las 6 restantes.
Picar hasta grano medio-fino, las almendras y las avellanas.
Triturar las galletas.
Caramelizar las almendras laminadas
Engrasar el molde y espolvorear con pan rallado.
Precalentar el horno a 190ºC.
Separar las yemas de las claras.
Batir las yemas con la mitad del azúcar e incorporar poco a poco el zumo de las mandarinas y la ralladura de las mismas.
Batir las claras a punto de nieve con la otra mitad del azúcar.
Mezclarlas con las yemas y añadirles después las galletas trituradas, los frutos secos triturados y la harina, agregando algo más, si veís la masa demasiado líquida, hasta obtener una mezcla no demasiado espesa.
Vertemos la mezcla en el molde, dejando como 3 cm desde el borde superior sin rellenar, ya que esta masa sube bastante a pesar de no llevar levadura, pero si muchos huevos.
Hornear a 190º-200ºC durante 35 minutos y pasado este tiempo en el cuál en bizcocho aparecerá dorado en cubierta, bajamos la temperatura a 160ºC para que termine de cocerse en el interior.
Mientras tanto, preparamos la glasa de mandarinas con la que emborracharemos nuestro bizcocho. Para ello calentamos el zumo sin que llegue a hervir y le vamos añadiendo el azúcar glass hasta que se disuelva totalmente.
Una vez terminado el horneado, sacamos el bizcocho y volcamos en cuanto se temple un poco sobre una rejilla o el plato donde vayamos a servirlo y lo cubrimos, aún en caliente con la glasa antes preparada, extendiéndola con ayuda de una brocha de silicona y adornamos con las rodajas de naranja confitada y las almendras laminadas.
Dejamos enfriar y secar.
Preparamos ahora el glaseado de azúcar para decorar el bizcocho, añadiendo al azúcar glass, en zumo de limón y la cucharadita de agua. Debe quedar un glaseado bastante espeso, para que se endurezca al secarse.
Como suele ser habitual en este tipo de bizcochos, tanto el sabor como la textura ganan consistencia y se disfruta el doble, al día siguiente de su elaboración.