Incorporamos a nuestro vocabulario un nuevo término ¡Desescalada! que está llena de fases, que nadie entiende muy bien, pero lo que la mayoría ha comprendido es que ya puede salir a la calle y algunos de los comercios van abriendo las puertas sin saber muy bien cómo hacerlo pero toca ir recuperando (yo diría más bien creando) normalidad y rutina.
Yo me atrevería a señalar que no estamos entendiendo muy bien (o a estas alturas no queremos entender) que aquí no ha terminado todo. Más bien no ha terminado nada. Que salir a la calle y reencontrarse con familiares, amigos, vecinos y conocidos no es buena idea.
Todos tenemos ganas de reencontrarnos con la gente, hacer cosas que antes eran cotidianas como entrar en una tienda a comprarnos unas sandalias, planificar nuestras vacaciones de verano, llevar a nuestros hijos o nietos al colegio, ir a la peluquería a ponernos un tinte, tomarnos un café o quedar para echar unas cervezas. Pero no es el momento aún.
Llevamos un largo recorrido. Casi dos meses encerrados en casa que pueden quedar en (casi) nada si no ponemos más cordura a nuestros actos de la que están poniendo nuestros políticos.
Yo no voy a entrar a criticar ni defender lo que se está haciendo. Se están tomando una serie de decisiones, unas malas y otras peores, porque en una situación como esta estoy convencida de que nadie, absolutamente nadie hubiera hecho una buena gestión. Esta pandemia iba a estallarle en las manos al que hubiera en el gobierno fuera cual fuese su color político.
A toro pasado se nos ocurre que se podían haber prohibído ciertos actos públicos, cerrado antes las fronteras o los colegios, haber dotado de mejores medios a los hospitales... podemos hablar, decir, opinar que para eso gozamos de libertad de expresión pero digamos lo que digamos la triste realidad es que nada va a devolver a sus casas a los más de 25.000 fallecidos que tenemos sobre la mesa.
También debemos ser más humildes, porque los casos de contagios siguen subiendo semana tras semana y no todos son personal sanitario, empleados de supermercados o miembros de las fuerzas del estado. Se siguen contagiando españolitos de a pie y esto sólo tiene una explicación ¡no hacemos caso de las indicaciones!
A principios de marzo el tema del COVID-19 era algo similar al cuento de Pedro y el lobo. Veíamos los contagiados y los muertos en China o en Italia y creíamos que a nosotros no nos iba a llegar. Salíamos, entrábamos y viajábamos como si nada.
El miedo llegó cuando decretaron el estado de alarma y nos confinaron en casa. Y en las noticias el número de contagios y de fallecidos diarios subía como la espuma.
La realidad nos golpeó en la cara con toda su crudeza y empezamos a ver caer a gente de nuestro alrededor. Y sentimos miedo. Por nosotros y nuestro entorno. Y llegaron los miles de "¿y si?" y queríamos que el tiempo corriera muy rápido para ver si pasaban los malditos primeros quince días.
Y han pasado muchos días y muchas semanas. Cada cual sabemos las historias que hemos vivido y aunque las cifras dan menos miedo no debemos dejarnos engañar porque jugamos con nuestras vidas o con las de nuestros seres queridos.
Saco una cosa en claro de esta vivencia. La primera es que no sabemos (casi) nada de este maldito virus. Y la segunda es que en lugar de preocuparnos por cuándo vuelve el fútbol o cuándo se celebrarán los Juegos Olímpicos deberíamos comprender que nuestro futuro pasa sí o sí por destinar fondos a la investigación sanitaria.
Mucho aplaudir a quienes corren tras un balón, no digo que no tengan su mérito, que todo lo que se haga bien en esta vida debe ser reconocido, pero no me parece justo que esta gente gane millones de euros al año mientras aquellos que pueden salvar nuestras vidas tienen unos recursos miserables para tal menester.
Hay una frase que repito bastante a menudo estos días con un amigo y me permito traer a mi cocina "Poco nos pasa para lo que nos merecemos"
Ahí lo dejo y paso a la receta.
Mayo nos ha traído calor y buen tiempo.
En principio es fugaz y pronto tendremos lluvias y temperaturas bajas pero tanto sol nos invita a pensar en recetas que sepan a verano a pesar de haber vivido sin vivir la primavera.
Esta vez no he tenido que pensar mucho la receta que iba a publicar. Estos días de calor han traído a mi memoria rápidamente este brownie de limón y coco que preparé la primavera pasada durante mi baja maternal.
No recuerdo de dónde saqué la idea. Muy mal por mi parte ya que me gusta citar las fuentes de mi inspiración aunque la receta que os traiga se parezca a la original tanto como un huevo a una castaña pero en esta ocasión mi memoria no juega a mi favor.
Creo que todos coincidiréis conmigo en que la combinación limón y coco sabe a verano y a vacaciones. Quién me iba a decir a mí hace unos años que iba a ser tan fan del coco y si no lo exploto más en mi cocina es porque siempre se cuela alguna fruta o verdura de temporada que requiere de toda mi atención para que ninguna pieza acabe en la basura.
Esta crema de limón y coco se ha convertido en una de mis favoritas y también de las vuestras ya que tiene bastantes visitas.
Espero que este brownie no vaya a la zaga porque está, si cabe, aún mejor. Bien es cierto que no son postres comparables, pero os digo que está para ponerle un piso ¡en la playa!
No es un brownie al uso, de esos chocolatosos, pero la textura y el sabor son increíbles. Yo que no soy amiga de los glaseados os digo que esta vez merece la pena el extra de azúcar porque intensifica el sabor.
Sé que estamos en época de aligerar calorías. Las básculas acechan y el verano está a la vuelta de la esquina, pero creedme cuando os digo que bien merece la pena el exceso de azúcar (que tampoco es tanto en realidad)
La textura es tierna y muy jugosa. El coco que usé era en copos (lo podéis ver en las fotos) pero valdrá cualquier coco rallado al uso. Yo lo tenía porque me tocó en un sorteo de Instagram y puedo decir que me ha gustado mucho porque se nota bastante en la textura.
Además se tarda un suspiro en prepararlo y si tenéis limones "buenos" de cosecha propia o de alguien conocido la diferencia será brutal.
Espero que os animéis a prepararlo. Un capricho, a estas alturas, siempre viene bien para el cuerpo, la mente y el alma, y si lo hacéis trozos pequeños la tentación será menos pecaminosa.
Como siempre os invito a un trocito mientras os cuento cómo prepararlo en vuestra cocina. ¿Me acompañáis?
Ingredientes:
* 3 huevos
* 100 gramos de mantequilla o margarina
* 120 gramos de azúcar
* Un limón
* Una cucharadita de bicarbonato
* 120 gramos de harina
* 45 gramos de coco rallado o en copos. El que yo he usado es de Vahiné
* 60 gramos de azúcar glas para el glaseado
Elaboración:
1. Rallamos la piel del limón y lo exprimimos. Reservamos dos cucharadas soperas para el glaseado. El resto del zumo lo usaremos más adelante.
2. En un bol batimos los huevos con el azúcar.
3. Derretimos mientras la mantequilla en el microondas o al baño maría y la añadimos al bol. Mezclamos hasta integrar.
4. Incorporamos la ralladura y el zumo del limón (salvo lo que reservamos para el glaseado) junto con el bicarbonato, removemos y veremos que la mezcla esponja.
5. Añadimos el coco rallado, integramos, y a continuación ponemos la harina y mezclamos hasta obtener una masa lisa.
6. Forramos un molde de 20x20 con papel de hornear y vertemos la mezcla.
7. Introducimos en el horno precalentado a 180 grados y horneamos durante 20-25 minutos.
8. Mientras preparamos el glaseado mezclando el azúcar glas con el zumo de limón reservado.
9. Una vez horneado dejamos unos minutos en el horno con la puerta abierta. Sacamos, desmoldamos tirando del papel de hornear y dejamos enfriar sobre una rejilla
10. Vertemos el glaseado por encima y esperamos (o no) a que se seque.
Sencillo y rápido de preparar no se puede pedir más.
Bueno sí, que no engorde, pero hay que ser realistas.
Para conservarlo lo mejor es ponerlo dentro de un táper o una lata que cierren muy bien y al frigorífico directo. Con el calor mejor no jugársela.
No sé a vosotros pero a mí los postres de limón siempre me apetecen. ¿Soy sólo yo? ¿tenéis algún otro sabor o ingrediente al que no os podéis resistir?
Las niñas siguen bien. El lunes vacuné a Elena (varicela que toca a los quince meses) y aunque he de confesar que estaba muy atacada por tener que llevarla al centro de salud reconozco que salí bastante tranquila.
Hemos de aprender a vivir con esta realidad y confiar en que pronto se encuentre un tratamiento medianamente eficaz con el que empezar a capear al virus y acabemos dando con una vacuna. Pero retomar lo cotidiano da miedo, sobre todo cuando tienes a gente vulnerable a tu alrededor.
En fin, seguiremos con nuestras vidas y os espero en esta cocina la semana próxima. Intento ponerme al dia con vuestras recetas lo más rápido posible, pero cada vez voy más de culo.
Manos a la masa y ¡bon appétit!