INGREDIENTES (4 personas)
10-12 alitas de pollo partidas
3 cdas de harina
1 cda de pimentón dulce
Orégano seco
Sal, pimienta y aceite de oliva
Para la salsa Buffalo
50 grs de mantequilla
150 grs de salsa picante
1 cucharadita de ajo en polvo
1 cucharadita de cebolla en polvo
1 cucharadita de pimentón (mejor dulce)
1 cucharada de Salsa Perrins
1 cucharadita de azúcar
Sal al gusto y pimienta negra
Hoy es 4 de Julio. Para la mayoría de mortales es sólo un viernes más, que no es poco. Pero cruzando el gran azul oceánico nos topamos con la festividad por excelencia de Estados Unidos: el día de la independencia. Es una ocasión perfecta para dejarnos llevar por su popular gastronomía y deleitarnos con unas alitas bien picantes. La salsa Buffalo es de esos condimentos que desafían a tu paladar, que ponen a prueba su resistencia. Yo amo el picante. De ahí que esta receta haya sido un grato descubrimiento para mi alocado gusto...
Está claro que podéis hacer la salsa más o menos picante, tampoco se trata de arruinar la comida a nadie, pero para los amantes del fuego, os diré que seáis generosos, que busquéis el límite... Eso sí, recordad que el ardor no se quita con agua, se quita con leche. Lo digo para evitar incendios inesperados. Silencio... se cocina.
Lo primero de todo es dejar el rebozado listo de las alitas. Para ello limpiaremos bien el pollo de posibles plumas o huesecillos que no nos convengan. En un bol colocamos la harina, el pimentón, el orégano, la sal y la pimienta. Lo mezclamos bien.
Rebozado en preparación...Disponemos las alitas (ya partidas por nuestro gentil pollero) en el bol y removemos bien con las manos. Que se impregnen de la mezcla por todas partes. Dejamos reposar en la nevera por lo menos 1 hora.
Pollo bien cubierto con nuestro rebozado.
Como tenemos tiempo de sobra, podemos ir dejando lista la salsa Bufalo. Podéis comprar una salsa picante ya preparada y con la graduación que más os plazca. Pero si queréis algo más suave podéis mezclar 100-125 grs de agua con un poco de harissa (salsa picante árabe) o tabasco. Así medís vosotros el punto de picor.
En cualquier caso, el procedimiento sería el siguiente. En un cazo echamos la mantequilla y esperamos a que se derrita (a fuego medio). Luego añadimos la salsa picante, la Salsa Perrins, el ajo, la cebolla molida, el pimentón, el azúcar, la pimienta y la sal. Removemos con suavidad y dejamos que se cocine a fuego bajo durante 10 minutos más o menos.
Una vez terminada, apartamos del fuego y dejamos enfriar.
Volvemos a las alitas. En una sartén o freidora con abundante aceite caliente, vamos friendo nuestras alitas por tandas. Quitamos el exceso de harina si hiciera falta.
En plena faena...
Las vamos sacando a un plato con papel absorbente para eliminar el exceso de aceite. Las vamos pintando con la salsa Buffalo. Veréis que con el calor la salsa se va fundiendo sobre la carne y la piel, dejando la alita con un bonito glaseado.
Hay muchas recetas que vierten más cantidad de salsa (directamente las bañan) pero yo peco de finura y me basta con un ligero maquillaje, que las hace brillar y parecer más elegantes. Pero como siempre, vuestro gusto en la cocina es el único líder al que debéis seguir. ¡Que aproveche, hitchcookianos!
The end
Película ideal para degustar este plato
FULL METAL JACKET
("La chaqueta metálica" de Stanley Kubrick - 1987)
Pocas cosas hay más americanas como el 4 de Julio. Tal vez los rodeos, la Declaración de los Derechos Humanos, el himno nacional, la Estatua de la libertad, la comida rápida y, desde luego, la guerra de Vietnam. Un conflicto llevado hasta la saturación por el séptimo arte, que encontró en la cruel contienda, un escenario idílico para la crítica al poder, la protesta social, la sublevación generacional y el cambio ideológico en la mentalidad de su encorsetada sociedad. Hay infinidad de ejemplos (y algunos sublimes) sobre esta batalla. Pero como a mí me pierde Kubrick y su devastador ojo cinematográfico, no me he podido resistir a comparar esta receta "Made in U.S.A" con su polémica y descorazonadora pieza La chaqueta metálica.
El maestro Kubrick (sumo hacedor de obras del calibre de Senderos de gloria, La naranja mecánica, Atraco perfecto o Barry Lyndon) llevaba 7 años en el dique seco desde El resplandor. Su talento y había tocado todos los géneros y necesitaba una reinvención. Un punto de giro. Su interés se centra en la guerra de Vietnam y en cómo un grupo de chavales inocentones acaba transformándose en una manada de robots teledirigidos por cuyas venas sólo corre la destrucción. Y como es Kubrick focaliza esa "mutación" en dos partes: el entrenamiento atroz a cargo de un implacable sargento y la batalla en sí misma. Donde la inocencia muere con cada silbido de bala...
Kubrick ya había coqueteado con el antimilitarismo en la grandiosa Senderos de gloria, pero en La chaqueta metálica va más allá y le suma un antibelicismo feroz. Sus soldados son máquinas, seres despojados de su ideal y lanzados contra el enemigo sin ningún miramiento. La reflexión de Kubrick sobre el ser humano no puede ser más desoladora. Y pese a todo hace prevalecer esa dualidad existencial que queda perfectamente reflejada en los dos códigos que decoran el casco: Born to Kill (Nacido para matar) y el símbolo de la paz. Puro simbolismo. Pura contradicción. Puro Kubrick.
Nuestra receta se sostiene inicialmente en el elemento meramente americano: la guerra de Vietnam. Una contienda que suscitó grandes detractores y activistas contra los intereses políticos y militares de la sociedad americana en los años sesenta y setenta.
Pero seamos Kubrick. La primera parte de La chaqueta metálica se asienta en el duro entrenamiento al que son sometidos los futuros marines. Nuestras alitas de pollo llegan a nuestro campamento (o cocina) en un estado crudo, inmaculado. A fuerza de pruebas, castigos y novatadas (rebozados, macerados y frituras) van recubriendo su coraza con la fuerza del aceite caliente y una buena salsa picante. Su transformación se vuelve total. Un grupo de alitas que ya no volverán a ser lo que eran, que se mantienen unidas en nuestro plato-barracón.
En la segunda parte, Kubrick lanza a sus personajes (las alitas) al foco de la batalla: Vientam. Allí su aprendizaje bélico es cuando se pone de verdad a prueba. Nuestras alitas permanecen como una patrulla que camina por lo desconocido del plato. Y que de pronto se ven asediadas por un francotirador fantasma. Surge entonces la guerra contra el invisible enemigo. La sangre se hace esta vez real. Es su sangre la que brota, como una brillante salsa Buffalo, y nada de lo aprendido puede hacerles superar el horror. La tragedia. El desolador impacto de la guerra en sus propias carnes (de pollo)
De ese modo convenimos que nuestra receta surge como un batallón de soldados que han mutado de inocentes chicos a letales guerrilleros. El entrenamiento entre sartenes al que les hemos sometido es el destino que nosotros hemos causado. No hay vuelta atrás. Nosotros mandamos, porque para eso somos los sargentos de nuestra cocina...