Día tras día paso a su lado, le veo a través de la valla metálica que rodea la parcela donde se encuentra, le dejaron solo, justo en el centro, en lo alto de un montículo de tierra, por la que se salen sus rotas y rajadas raíces. Allanaron las máquinas el terreno a su alrededor, arrasaron todos los árboles, pero llegaron a tiempo de salvarle, algún “alma” caritativa se apiadaría de él, un único, protegido y centenario árbol, al que consiguieron hacerle mucho daño.
Su gran porte y su frondosidad con el paso del tiempo se ha ido mermando, su longevidad (suelen vivir unos trescientos años) no ha sido la causa de su declive, la mano del hombre le hizo doblegar el tronco y las ramas del hermoso algarrobo.
Recuerdo el poema de Machad “A un olmo seco”: Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido….el olmo centenario en la colina… antes que te derribe….con su hacha el leñador…….. antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas, antes que el río hasta la mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera.
Al pasar hoy a su lado, me hubiera gustado hacerle una poesía, emulando a Machado; le he mirado una vez más, ya está casi partido en dos, una parte seca, ramas inertes, muertas….pero aún, resiste, se agarra fuerte a la tierra, le ayuda el frescor de las montañas tan cercanas, la brisa marina, las gotas de rocío de la mañana, las últimas lluvias primaverales; aún hay esperanza para el algarrobo.
A su alrededor crecen las margaritas silvestres, las flores azules, amarillas y las hiervas que renacen cada primavera; aún en su copa anidan los gorriones. Distingo a los jilgueros y chamarines cantando en sus verdes ramas, de donde milagrosamente cuelgan sus frutos: marrones y largas algarrobas.
Huele a primavera, a naturaleza, a mar, ha llegado los días luminosos, el sol llega anunciando la promesa de días largos, cielos más azules, noches estrelladas…la primavera en Málaga es muy corta, cortísima, entra rápido el calor, por lo que ya no apetece mucho encender el horno; es por ello que he dedicado a fuerza de ser repetitiva, cansina y quizás un tanto pesada, ésta semana a actualizar todos los “pastelitos” a base de hojaldre.
Espero sepan disculparme y deseo no haberles “empachado” de dulces, sí es así, les invito a que prueben éste relleno de crema.
¿Cómo lo hice?
Usé una plancha de hojaldre refrigerado (no congelado) de una gran superficie.
Cortar el hojaldre de forma redonda con un molde (puede servir un vaso) y hornear “aplástándolo” previamente, para que no suba (poner los discos entre papel de hornear y colocar algo que pese encima), hasta que esté dorado, con cuidado de que no se queme.
Sacar del horno y reservarlas.
Mientras preparar el relleno:
Poner a hervir en un cazo un vaso de leche, diluyendo previamente tres yemas de huevo, junto con la cáscara de un limón y 120 gramos de azúcar.
Añadir 30 gramos de mantequilla y una vez derretida, agregar 50 gramos de maizena disuelta previamente en un poquito de leche fria.
Remover hasta que espese un poco, retirar el limón y reservar.
PreparaR el glaseado:
En otra cacerolita hervir medio vaso de agua con un vaso de azúcar, remover y dejar templar.
Retirar del fuego y reservar.
Para montarlos:
En uno de los discos de hojaldre extender el relleno, colocar encima otro disco de hojaldre, poner media guinda en el centro y echar por encima el glaseado.
¡¡ Les deseo un dulce fin de semana !! Ya saben, “Mi cocina” virtual cierra por descanso de su autora, Sábados y Domingos.