El color nace con uno, es instintivo, elegí el color para las flores y el paisaje, para mis barcos y mis cielos, para este riachuelo que prolonga mi vida hacia un río de cambiantes tonos. El color nunca muere, y yo entre colores seguiré viviendo, iré prendido a los colores hasta después de muerto. (Benito Quinquela Martin. Pintor)
Acudí a aquella presentación de un libro de recetas "paleñas" con la ilusión y esperanza de descubrir algún plato olvidado en el desván de mi memoria, con la confianza de reencontrarme con personas vinculadas al mundo de la gastronomía popular malagueña. Llegué temprano, como es habitual en mí y fui saludando a quienes conocía y reconocía en aquella sala de La Térmica preparada para tal evento.
Unas treinta personas más quienes habían hecho posible la publicación, los médicos y personal del Centro de Salud de El Palo quienes habían ido recopilando recetas de sus propios pacientes, permanecían de pié en el estrado junto a las personalidades que habían hecho posible con su patrocinio el recetario en cuestión.
Ocupé una silla en la cuarta o quinta fila, sentada, concentrada en cada palabra que los protagonistas de la mañana iban comentando según su grado de implicación en el proyecto y en el acto. Unas señoras, sentadas en primera fila no dejaban de hablar entre ellas volviendo la cabeza mirándome, señalándome y sonriéndome, sobre todo una de ellas.
Terminó el evento y ante mi sorpresa se me acercaron, aún ella, cuyo nombre no consigo recordar, se dirigió a mí nombrándome por mi nombre y apellidos. Tú eres Antoñita y vivías en Calle La Bara número 20 y nunca, nunca jamás te olvidaré.
Estábamos en el Colegio de La Estación (La Milagrosa), tendríamos cinco o seis años cuando tú me regalaste una caja de lápices de colores totalmente nueva cuando te dije que mis padres no podían comprarme lápices para pintar. Me distes tu caja de "Alpino" aún sin estrenar.
He de confesar que mis recuerdos a veces son intermitentes, otras olvidadizos aunque de vez en cuando van desdibujando mis vivencias, inclusive las de mi más tierna niñez.
Aquella mañana me hicieron entrar en el desván de mi memoria, de tal forma que me sentí totalmente embargada por una emoción, he de reconocer que me fue imposible contener el sentimiento que hicieron que las lágrimas corrieran por mis mejillas mientras la escuchaba.. ¿Cómo podía recordarme tras más de sesenta años? Le pregunté. Porque nunca se me olvidará que mi primer estuche de lápices, nuevo, sin estrenar, que te habían regalado fue para mí. ¡Toma, yo tengo más lápices, éstos son tuyos!
Busco entre mis viejas fotos de aquél colegio, intento reconocerla
(Soy quien está detrás del único niño de la foto, justo a la izquierda de la imagen. Mi profesora, vestida de negro a la izquierda de la foto)
Voy recordando aquellos días de mi infancia, aquel colegio, construido en una sola planta, con un estilo propiamente andaluz, que contaba con un patio rectangular en su entrada, con dos naranjos a cada lado que custodiaban las grandes y preciosas puertas de madera que abrían y cerraban ese universo escolar en el que aprendí a leer y a escribir con apenas cinco años.
Mi colegio estaba muy cerquita de la mar, los días de viento nos llegaba el rumor de las olas, el olor a salitre se fundía con el intenso perfume de las acacias que daban sombra a la calle; acacias de blancas flores que las niñas mordisqueábamos como si de una dulce golosina se tratase, a la salida del colegio.
Sin querer se ha ido de mi memoria el nombre de mi primera maestra, pero no su imagen; aún la veo: alta, espigada, de mediana edad, morena con el pelo recogido y vestida de negro riguroso, que contrastaba con el blanco impoluto de nuestros baberos, en cuyo cuello obligatoriamente teníamos que adornar con un gran lazo azul marino. Roto el uniforme por una banda celeste, señal de buena conducta o una medalla con lazada rosa distintivo de más aplicada o mejores notas de la clase (semanal o mensual) que raro era que yo no consiguiera en todo momento.
Sí que me acuerdo de la directora con total seguridad, Doña Concha, que siguió teniendo contactos y amistad con mis padres a lo largo de varios años, incluso cuando dejamos de vivir en El Palo, allá por el año 1965.
Aún me llega el olor que desprendía mi pequeña cartera de color marrón, de cartón duro, con asas y cierre de hojalata, donde la caja de madera con tapadera corredera guardaba mis lápices de colores y mi goma de borrar, una libreta y aquella cartilla de mi primeras letras, que aún no he podido volver a encontrar en las librerías antiguas, cuya portada era un muñeco vestido de marinerito.donde pude aprender a distinguir las vocales .
Al ser tan pequeña, me sentaban en la primera fila, frente a la negra pizarra; mi mesa era de madera, vieja, de un color oscuro desvaído, con tapa y asiento abatible, donde en la parte interior había un orificio para los tinteros, que lógicamente yo no podía usar.
Delante mía, sobre una desgastada tarima de madera, la mesa de mi maestra, cuya imagen me llega totalmente vestida de negro, de pie delante de la pizarra que siempre solía tener restos de tiza. Justo encima colgaba un cuadro acristalado con una foto del antiguo “caudillo” y un crucifijo; a la derecha un gran mapa de España, casi de color sepia.
Poco a poco nos enseñaban a componer frases con palabras, la ortografía y las cuatro reglas, que entonces se aprendían cantando todos a coro: "Cinco por una, cinco; cinco por dos, diez; cinco por tres, quince". Y así cada día, hasta que las memorizábamos.
Me llegan las risas de mis compañeras, las voces mezcladas en los recreos y a la salida del colegio con el murmullo del viento y del oleaje golpeando el rebalaje de la playa, mientras las hojas de los eucaliptos se desprendían de las ramas para ir a morir sobre las vías del tren.
Vuelvo a mirar las fotos en blanco y negro, las pinto de vivos colores que me rodeaban en mi niñez, imágenes grabadas como aguafuertes de tiempos remotos, aguafuertes de mi niñez, guardadas en cajas de llenas de fotos color sepia, aguafuertes de mi niñez y de mi hoy. En ésos aguafuertes están las caras de quienes fueron mis compañeras, mis profesores que yo pinto de colores en mi memorias y en mi corazón.
Y de colores, de vivos colores se llenan mis platos imitando los vivos y bellos colores de la primavera, como ésta ensalada, repleta de sabor, aroma y color.
ENSALADA DE GUISANTES LÁGRIMA CON FRESAS, QUISQUILLAS Y SUS HUEVAS.
¿CÓMO LA HICE?
INGREDIENTES (para un comensal):
50 grms. de guisantes lágrimas, dos fresas y algunos frutos rojos, 5 quisquillas (tamaño grande), sal, dos cucharadas soperas de vinagre, cuatro cucharadas soperas de aceite de oliva virgen extra, 4 hojas de rúcula, dos ramitas de hierbabuena, dos cucharadas pequeñas de esferas de yuzu, dos cucharadas pequeñas de esferas de algas wakame y sal
Nota.- Las esferas y el vinagre especial con pimiento del piquillo son de la empresa MALMURFUSIÓN SELECCIÓN GOURMET
LOS PASOS A SEGUIR:
Lavar bien las fresas, cortarlas en rodajas y las hojas baby de la hierbabuena y la rúcula. Reservar
Con una cucharita pequeña, con sumo cuidado retirar las huevas de las quisquillas. Reservarlas. Pelar las quisquillas despojándolas de la cabeza y la piel.
Hacer una vinagreta con el vinagre de vino, el aceite de oliva virgen extra y la sal, removiendo a fin de que se queden todos los ingredientes bien unidos.
En el plato donde se vaya a servir la ensalada colocar los trozos de fresa, a continuación los guisantes lágrimas, los pequeños frutos rojos, las hojas de rúcula y sobre ello las quisquillas.
A continuación incorporar la vinagreta y las hojas de rúcula
por último adornar con las ramitas de hierbabuena, las esferas de yuzu y alga y por último colocar sobre las quisquillas sus huevas.
Miro las viejas fotos, las veo de colores y recuerdo aquellas canciones canciones infantiles: De colores, de colores se visten las flores en la primavera, de colores, de colores se visten los campos en la primavera; de colores son los pajaritos en el mes de Abril..y por eso de grandes colores me gustán a mí.
En memoria de mi prima Toñi Rodriguez Sánchez que ayer nos dejó, ella con su dulzura, su sonrisa pintará el cielo de colores.