Creo que antes éramos más galleteros en casa. O será que yo tenía más tiempo para prepararlas.
Tampoco es que se tarde tanto, pero a veces voy a cosas rápidas del tipo batir y mezclar, al molde, al horno y yo a otra cosa.
Y si hablamos de galletas de masa estirada y cortapastas ahí sí que no me acuerdo cuándo hice las últimas.
Quizá cuando las niñas sean de más ayuda que estorbo en la cocina será la receta más repetida del blog.
Sea como fuere hace bastante tiempo que las galletas no salen de mi horno, con alguna excepción, como las que os traigo hoy.
La verdad es que me había olvidado de estas galletas hasta que hace unos días topé con ellas revisando las recetas que tengo guardadas en borradores y decidí que había llegado el momento de que vieran la luz.
Desde hace unos meses estoy bastante descolocada en lo que a tiempo para el blog se refiere y la planificación y organización de las recetas a publicar brilla por su ausencia.
Intento al menos variar el tipo de postre para no publicar por ejemplo tres bizcochos y dos tartas de queso seguidas cayendo en la monotonía y la aburrición del personal (el término aburrición sólo se lo escuchaba a mi abuela Magdalena, y me acaba de salir espontáneo al redactar la entrada y me he acordado de ella) así como publicar recetas con productos de la temporada en cuestión porque no le veo sentido a publicar en mayo recetas con higos y en noviembre recetas con cerezas.
Necesito un poco de orden y de (mi) lógica.
Así que cada semana voy jugando un poco a la ruleta, revisando borradores (que hay que airear recetas antiguas de las que en ocasiones ni me acuerdo) y decidiendo sobre la marcha la receta del jueves.
El año pasado durante las semanas duras del confinamiento reposteé mucho en casa. Lo sé, soy una innovadora, hice lo que a nadie se le ocurrió. Entré en una sucesión tal de recetas que bastantes han caído en el olvido.
Lo de estas galletas fue amor a primera vista. Por no decir lo bien que me vinieron ya que tenía una caja de granola en casa, un poco aburrida, con la que no sabía qué hacer.
Así que el paso de la pantalla al horno fue más que inmediato. Y no anoté la fuente, que a mí me gusta reconocer el mérito de aquellos que me inspiran.
Pasó un poco como con el pudin de pestiños ¿no los quieres sólos? pues a otra receta y caen seguro.
Así las galletas cayeron una tras otra divinamente. Y quedó un hueco en el armario. Así que la felicidad fue doble para mí.
Ya sabéis. Si tenéis un resto de granola, de avena o de cereales ¡esta receta es ideal para darles salida!
La dificultad es nula, y el resultado más que satisfactorio.
No es la mejor receta del mundo, pero para el poco esfuerzo que supone merece bastante la pena.
Y pone un punto de alegría y sabor en desayunos y meriendas, así como en esos ataques furtivos a la cocina en los que el que más el que menos acabamos cayendo.
Espero que si os animáis os gusten. ¿Quién se apunta a una y a un buen café?
Ingredientes:
* 100 gramos de harina
* 100 gramos de mantequilla
* 1 huevo
* 10 gramos de cacao en polvo
* 3 gramos de levadura química (impulsor o polvos de hornear)
* 80 gramos de azúcar
* 20 gramos de miel
* 1 pellizco de sal
* 4 gramos de café soluble
* 225 gramos de granola con trozos de chocolate
Elaboración:
1. En un bol ponemos la mantequilla a temperatura ambiente, el huevo, la miel y el azúcar y batimos hasta obtener una mezcla cremosa y lisa.
2. Añadimos el cacao en polvo, la levadura y el café soluble junto con la harina y volvemos a mezclar.
3. Por último añadimos la granola y repartimos bien por toda la mezcla.
4. Ponemos un papel de hornear en nuestra bandeja del horno o una lámina de silicona y con ayuda de una cuchara hacemos montones.
A mí me han salido 12 galletas (tres filas de cuatro) que os aconsejo separar lo máximo posible porque al hornearse crecen y se pueden juntar.
5. Introducimos en el horno precalentado a 180ºC y horneamos de 12 a 15 minutos.
6. Apagamos el horno y abrimos la puerta. Pasados unos cinco minutos, con ayuda de una espátula y con mucho cuidado ya que son muy blanditas en caliente pasamos las galletas a una rejilla y esperamos a que se enfríen completamente.
7. Una vez frías guardamos en un táper o lata que cierre bien (si es que quedan)
Se conservan perfectamente en un táper o lata que cierre bien sin necesidad de estar en frío, cosa que se agradece cuando comienzan a subir las temperaturas.
Como ha sido una receta de aprovechamiento va al reto 1+/-100, desperdicio cero de mi amiga Marisa en el que como siempre os invito a participar
Disculpad la brevedad de la entrada y las visitas que aún deba a vuestros blogs.
Las niñas siguen bien, mis padres han completado la pauta de la vacuna y nosotros estamos esperando nuestro turno.
Espero que todos sigáis sanos y bien, que el panorama está muy revuelto.
Gracias de nuevo por seguir visitando mi cocina virtual cada semana y por todo el cariño recibido. Nos leemos el jueves próximo.
Manos a la masa y ¡bon appétit!