Otros años he traído algún dulce típico de mi tierra como esta torta de AOVE y azúcar y para este año quería preparar algo del estilo pero la vida a veces se da un giro en el momento menos pensado y decide cambiarte el compás.
Tranquilo todo el mundo que no ha pasado nada grave. O al menos irreparable. Mi señor costillo "decidió" el jueves pasado accidentarse en el trabajo y romperse una falange del dedo índice de la mano derecha. Como a estas alturas de juego tengo pocas obligaciones ¡una carga más!
Y ahí lo tengo postrado con una férula y una venda que parece que vaya a morir de un momento a otro.
Que no, que yo no sé lo que duele un dedo roto. Ni un hueso, ni nada por suerte.
Pero sé lo que duele un parto, y un desgarro y los cientos de puntos que me dieron cuando nació Lara. Y sé que cuando llegué a casa tuve que tirar con mis obligaciones y una bebé que no paraba de llorar como si no tuviese nada.
Y considero que mi carga era ya lo suficientemente grande como para además tener metido en casa un marido todo el santo día, sin nada que hacer (ni ganas porque dice que con la mano así no puede) de mal café porque por lo visto "lo suyo" duele muchísimo y sin hacer siquiera un esfuerzo por entretener y vigilar a las niñas para que al menos yo pueda seguir tirando del carro.
Porque además está todo el día cansado y durmiendo porque por lo visto por la noche duerme mal (cualquiera lo diría cuando escucha sus ronquidos) y el ibuprofeno le da sueño (que igual es posible pero yo no lo sé porque no lo he tomado más que un par de veces y a raíz de los partos para que no se inflamaran los puntos)
Así que regalo marido. Tiene un dedo roto. Por lo demás está perfecto. Disponibilidad inmediata para salir por la puerta. Si alguien lo quiere sólo tiene que decirlo que lo entrego sin cargas familiares, que las niñas ya me las quedo yo.
Como podréis imaginar con este panorama lo que menos pude el pasado fin de semana fue meterme en faena para hacer ninguna receta "especial" para el día de hoy, así que revisando mis pendientes decidí publicar estas deliciosas magdalenas de vino dulce y naranja.
No es que las magdalenas sean típicas de aquí, ni dejen de serlo, pero para mí sí que es un dulce tradicional y típico de cualquier pueblo allá donde los haya.
No hay pueblo, por pequeño que sea, que no tenga una panadería u obrador en el que te vendan magdalenas "típicas" de allí y no hay lugar que visite en el que no las pruebe.
A mí las magdalenas me recuerdan a mi abuela y no sólo porque compartieran el nombre, sino porque en su casa siempre había unas cuantas guardadas en la alacena. No sé si alguna vez os lo he contado, pero en el salón de su casa había una alacena donde guardaba el dulcerío y donde yo, golosa, siempre echaba un vistazo furtivo a ver qué me encontraba.
En las puertas inferiores tenía unas ollas de porcelana esmaltadas en marrón por fuera y azules por dentro (que de esas sí que os he hablado en alguna ocasión) que solían estar llenas con los pestiños y los borrachuelos que hacía. Bien tapados se conservaban estupendamente durante mucho tiempo. Pero ahí no estaba el objeto de mi deseo.
Yo era de mirar en las puertas superiores, donde había dos baldas (y por tanto tres huecos) en los que había chocolate (que era muy malo, para hacerlo a la taza, pero que me comía a bocado puro igual) magdalenas de cualquier tipo (redondas, cuadradas, alargadas, cortes de bizcocho con la base de chocolate...) roscos... Todo bollería tradicional, pero por aquel entonces lo más sofisticado que conocíamos era un Bollycao o un Phoskitos que no siempre había en la tienda habida cuenta de que vivíamos en un pueblo con tiendas de barrio y por aquel entonces sin ningún supermercado grande.
Y si una tarde para merendar había una tarrina de Tulicrem de tres sabores (o al menos tres colores, chocolate, vainilla y fresa) eras el rey del barrio. A estas alturas ni siquiera me acuerdo del sabor de esta crema pero sí de esos tres bonitos colores de cada tarrina que por aquel entonces me parecía de lo más sofisticado del mundo.
A lo que iba que me voy por las ramas. Las magdalenas estoy segura de que han formado parte del desayuno y la merienda de muchos de nosotros, es algo muy nuestro y me ha parecido una receta apropiada para el día de hoy.
Además con ese toque de vino dulce y de naranja, que tenemos de muy buena calidad, las hago un poquito más nuestras (y acabo con un resto de una botella que llevaba abierta no sé ni cuánto tiempo y que ha dado para más de un postre)
Han quedado unas magdalenas riquísimas, tiernas, esponjosas y que se acaban en un abrir y cerrar de ojos. El vino deja un cierto sabor dulzón que contrasta muy bien con la naranja, sin llegar a ser excesivo y son ideales para dar salida a los restos de frutas confitadas que quedan muchas veces después de navidad.
Si no tenéis vino dulce siempre lo podéis sustituir por zumo de naranja que estoy segura de que el resultado va a ser maravilloso igualmente y aprovecháis las naranjas que siguen estando en su mejor época y nada mejor que los productos de temporada para la repostería.
La elaboración es tremendamente fácil, no hacen falta electrodomésticos y puede hacerse a mano con un bol y unas varillas ¡y un buen brazo para mezclar! pero si tenéis una batidora con varillas (que las traen hasta las de 20 euros) ayuda y bastante.
Además me encanta el aroma que desprenden. Es una gozada estar en la cocina mientras se hornean y lo rico que huele el táper donde se conservan ¡pura tentación!
Espero que os animéis con ellas y si lo hacéis que me contéis qué os han parecido. Voy sirviendo el desayuno y mientras nos tomamos una os cuento cómo hacerlas en casa ¿os apuntáis?
Ingredientes:
* 135 gramos de azúcar blanca
* 3 huevos
* 150 ml de vino dulce
* 100 ml de aceite de oliva virgen extra (AOVE)
* La ralladura de una naranja
* 7 gramos de levadura química (impulsor)
* 1 cucharadita de canela en polvo
* 240 gramos de harina para repostería
* 100 gramos de naranja confitada
* Una cucharadita de harina para la naranja.
* Azúcar perlado para la superficie.
Elaboración:
1. En un bol ponemos el azúcar y los huevos y batimos hasta que la mezcla comience a blanquear.
2. Añadimos en hilo el vino a la mezcla sin dejar de batir y a continación el AOVE de la misma manera.
3. Rallamos la naranja e incorporamos la ralladura junto con la levadura química y la canela. Mezclamos
4. Añadimos la harina tamizada y batimos hasta integrar.
5. Tapamos el bol y llevamos al frigorífico. Mejor de un día para otro, o al menos dejándola reposar toda la noche. Si tenemos prisa podemos obviar este paso.
6. Antes de hornear ponemos en un bol la naranja confitada en daditos y añadimos una cucharadita de harina. Mezclamos bien para que todos los trocitos queden impregnados.
7. Sacamos la masa del frigorífico, añadimos la naranja enharinada y con ayuda de una espátula los repartimos bien.
8. Ponemos las cápsulas de papel en nuestra bandeja para muffins y con ayuda de una cuchara para helados repartimos la masa (yo suelo ponerla casi hasta el borde)
9. Espolvoreamos la superficie con azúcar perlado e introducimos en el horno precalentado a 210º C. Horneamos durante unos 20 minutos o hasta que veamos que los muffins están doraditos. Antes de apagar comprobamos el punto de cocción pinchando con una brocheta de madera.
10. Apagamos el horno y dejamos los muffins dentro con la puerta entreabierta durante unos diez minutos.
11. Pasado este tiempo los sacamos, los quitamos de la bandeja y los pasamos a una rejilla hasta que se enfríen por completo.
Receta fácil donde las haya ¡y muy resultona!
Ya sé que unas magdalenas no visten tanto como un cupcake o una tarta elaborada y llena de capas y cremas, pero entre nosotros, a mí esos postres no me gustan. Reconozco que a la vista son muy llamativos pero que soy incapaz de comerlos porque me empalagan. Por no hablar de las calorías que tienen que si me pongo a pensar en ello salgo corriendo.
Lo que está claro es que por lo general lo más sencillo es lo que triunfa. Que las modas van y vienen, que para eso son modas, pero que las recetas de toda la vida triunfan siempre por mucho tiempo que pase.
Para conservarlas las meto en un táper que cierra bien y aguantan perfectamente (siempre que se mantenga bien cerrado)
Las crónicas de Lara y Elena están llenas de percances esta semana.
Elena lo tiene todo. Diarrea desde el jueves de la semana pasada pero que por suerte remite desde principios de esta (probablemente de los dientes, de llevárselo todo a la boca o de un virus). Dos dientes a punto de romper (sin comentarios) Una tos idiota que sólo le da cuanto la acuesto hasta que la pobre acaba echando alguna bocanada, se despierta, llora, nos levantamos con ella, se vuelve a dormir y vuelta a empezar el juego hasta las dos o las tres de la madrugada. Una erupción en distintas zonas del cuerpo que comienzo a sospechar que sea el virus mano, boca, pie que a estas alturas, y estando en la guardería desde septiembre, es extraño que no haya pasado aún.
Lo curioso es que lo tiene todo y no tiene nada a la vez, porque el lunes la visitó la pediatra y dijo que sí que eran muchas cosas pero que no encontraba nada concreto, que podían ser los dientes o un virus, pero que en principio no veía nada.
Y Lara... pues es Lara. Ahora se despierta cada noche, se baja de la cama y se planta en la mía para que me acueste con ella. Y en nada que me muevo la niña abre los ojos y se levanta conmigo.
Así que tengo sueño atrasado desde hace no sé cuánto tiempo y temiéndole a este fin de semana largo que para mí es de tres días (porque mañana es festivo en Andalucía) pero que para las niñas es de cuatro porque el lunes no hay colegio ni guardería (y el miércoles próximo hay huelga, así que no os quiero ni contar)
Por esta semana me despido y espero veros de nuevo el jueves próximo. Sed felices y disfrutad de este buen tiempo que nos acompaña.
Manos a la masa y ¡bon appétit!