Estamos en tiempos de Cuaresma y se refleja en nuestras cocinas físicas y virtuales.
Los tiempos cambian y mi apreciación personal es que hay costumbres que pierden intensidad y algunas se llegan a perder.
En mis recuerdos de la infancia la Cuaresma y la Semana Santa eran épocas de más recogimiento del que vivimos ahora.
Actualmente estos días son sinónimo de vacaciones, relax, esparcimiento... pero cuando era pequeña las recuerdo como un tiempo solemne, casi serio, con muchas restricciones.
Además yo estudié en un colegio de monjas y nos pasábamos las dos semanas previas a las vacaciones de Semana Santa viendo películas de la vida de Jesús de Nazareth.
Incluso recuerdo la televisión con dos únicos canales y que aquellos días además de las noticias sólo emitían películas basadas en la Biblia (que me resultaban y me siguen resultando tremendamente aburridas y eternas)
Sin haber sido criada en una familia muy religiosa recuerdo que mis abuelos cumplían a rajatabla el tema de la vigilia los viernes de Cuaresma y todos los días desde el domingo de Ramos al lunes de Pascua, así como ciertos días de ayuno que no alcanzo a recordar cuántos eran.
Con los niños las cosas eran un poco más flexibles pero recuerdo los primeros Viernes Santos que salía con mis amigas del colegio y cenábamos en la única hamburguesería que teníamos en el pueblo que todas estábamos muy preocupadas a ver qué podíamos pedir para no comer carne, que era pecado.
Con 12 o 13 años y ya tan temerosas de todo.
La vida ha dado muchas vueltas y el tema de la vigilia es a estas alturas algo anecdótico para mí de lo que me acuerdo más por lo que leo en la blogosfera que por lo que vivo en mi entorno.
Respeto a quién la sigue guardando. A cambio sólo pido que a mí no me impongan nada. Es el más claro ejemplo del vive y deja vivir.
Allá cada cual con sus creencias y tradiciones siempre y cuando a mí no me las quieran meter con calzador. Por otro lado allá yo con mi derecho a no creer en nada siempre y cuando no quiera obligar a los demás a no hacerlo. Que parece que últimamente se nos olvida que tenemos libertad de religión lo que implica tanto tenerla como no.
Me encauzo que me meto en terreno pantanoso. De este tiempo yo me quedo con lo que me gusta, que es la gastronomía de Cuaresma y su repostería.
Todos tenemos una receta, llamémosla estrella, de esta época que sí o sí llevamos a nuestra mesa en estos días.
Eso no quita que podamos darle un toque de vanguardia a estas recetas de toda la vida cambiando ingredientes o formas de elaboración como ocurre con estas torrijas.
No es la primera variante de este postre semanasantero que traigo a mi cocina virtual (como muestra estas de chocolate hechas al vapor y al horno) por no hablar de otras que están esperando en los borradores.
Y están buenas. Si no lo estuvieran no estarían aquí.
Pero si me hacéis escoger, me quedo con las de mi madre, las de toda la vida, con su pan asentado, su elaboración en sartén y su rebozado generoso en azúcar.
Ligeras no son, pero están tan ricas que rayan en lo obsceno.
Todos los años mi marido pide torrijas. En cantidades industriales. Y se empeña en comprar pan especial para torrijas que a mí no me acaba de gustar.
El año pasado se lo prohibí.
Y cuando tuve mi pan asentado caí en la tentación de estas torrijas de naranja.
Es la vida de toda bloguera que se precie. Renovarse o morir, y quien dice morir dice repetir recetas en casa que no alimentan el blog.
Y la pasada Semana Santa, con mi reducción de jornada por el confinamiento me pasaba tarde sí y tarde casi también haciendo postres típicos de la época, todos fritos y acabé pescando dos kilazos que me siguen acompañando.
Como para preparar también torrijas "de las de toda la vida"
Vaya por delante que no prohíbo a nadie (y quien dice nadie dice "mi marido") que se meta en la cocina y prepare lo que le venga en gana.
La cuestión está en que no sabe hacer torrijas, ni tiene ganas de pringarse ni de tener que limpiar después. Por no hablar de que yo creo que el aceite llegaría a casa de la vecina pero no entraremos en estas lides.
Está muy bonito pedir por esa boquita y tener el postre en la mesa al día siguiente.
También comprendo que es muy frustrante que no te den el postre que pides, pero cuando es otro el que se mete en la cocina hay que asumir esta realidad.
Sea como fuere y a pesar de que estas no eran las torrijas que mi costillo quería recuerdo que se las comía a pares, así que tan mal no podían estar.
Como os he dicho, si las comparamos con las de toda la vida para mi gusto ganan las tradicionales. Eso no quita que estás estén buenas, que lo están, y bien merece innovar de vez en cuando un poco en la cocina, que por el momento es una de las pocas diversiones que no nos están quitando.
El almíbar de zumo de naranja y miel que las baña es toda una delicia y os puedo asegurar que durarán bien poco, sobre todo si tenéis golosos que las atacan por pares como pasó en mi casa.
Así que si os pica la curiosidad ¡no lo dudéis! que estas torrijas de naranja bien merece la pena prepararlas una vez para salir de dudas.
¿Alguien se apunta a compartir una?
Ingredientes:
* 500 ml de leche
* 100 ml de zumo de naranja
* 2 huevos
* 2 cucharadas soperas de azúcar
* 1/2 cucharadita de canela en polvo
* Pan asentado (al menos del día anterior)
* Aceite para freir (del que uséis en casa)
Para el almíbar
* 200 ml de zumo de naranja
* 85 gramos de azúcar
* 40 gramos de miel
Elaboración:
1. Exprimimos el zumo de naranja y lo ponemos en un bol junto con la leche. Dejamos reposar unos cinco minutos.
2. Partimos el pan en rebanadas de aproximadamente un centímetro y medio de grosor y reservamos.
3. Batimos los huevos en un plato o bol donde quepan las rebanadas de pan.
4. Removemos la leche con el zumo de naranja y añadimos el azúcar y la canela y volvemos a remover para disolverla.
5. En una sartén ponemos aceite y la llevamos al fuego. Mientras preparamos una bandeja con papel de cocina para absorver el exceso de aceite de las torrijas fritas.
6. Vamos mojando las rebanadas de pan en la mezcla de leche y zumo y a continuación las pasamos por el huevo batido.
7. Las ponemos en la sartén cuando tenga el aceite caliente y freímos por ambas caras, sacamos al papel de cocina y después pasamos a una fuente.
8. Repetimos hasta tener todo el pan frito.
9. Para preparar el almíbar ponemos el zumo de naranja junto con el azúcar y la miel al fuego y vamos removiendo hasta que espese ligeramente.
10. Cuando esté tibio lo vertemos sobre las torrijas y dejamos que se empapen bien.
No difiere especialmente de la receta tradicional en lo que a elaboración se refiere, pero el resultado es diferente y os invito a probarlas si os pica la curiosidad después de visitar mi cocina esta semana.
Me despido con una entrada más breve que de costumbre, pero estoy un poco saturada de trabajo (para variar) con múltiples inspecciones de la AEAT que tengo que dejar listas antes del viernes. De ahí mi ausencia de vuestras cocinas en los últimos días que espero sepáis perdonar.
Nos leemos la semana próxima ¡sed felices y manteneos libres del dichoso virus! que la lucha no ha terminado y tanta relajación de medidas traerá una nueva ola después de Semana Santa ¡si es que no aprendemos!
Manos a la masa y ¡bon appétit!