Por cierto, es un postre tan sencillo, con tan pocos ingredientes, tan agradecido y tan delicioso, que estoy segura que más de uno/a se animará a prepararlo y ya no volverá a comprar las natillas del “super” jamás, porque no tienen ni punto de comparación! :D
Tomad nota de los ingredientes, con las cantidades que os voy a dar salen unos ocho o diez vasitos de natillas. Si no necesitáis tantos, sólo tenéis que reducir proporcionalmente estas cantidades:
1,8 l. de leche
8 yemas de huevo
4 cucharadas de maicena
4 cucharadas de azúcar
1/2 cucharadita de café de vainilla en polvo
Separamos medio vaso de la leche que vamos a utilizar y ponemos el resto a hervir. Cuando esté bien caliente añadimos la vainilla y mantenemos un hervor suave durante unos minutos para que infusione.
Mientras tanto batimos las yemas con el azúcar en un cuenco aparte.
En un vaso desleímos la maicena en la leche fría que habíamos reservado, procurando que no queden grumos, la añadimos a las yemas y seguimos batiendo.
Mezclamos las yemas con la leche y volvemos a mantener el hervor suave durante unos minutos hasta que notamos que va espesando. Apagamos el fuego y continuamos removiendo hasta que las natillas templen. Las natillas espesarán más cuando se enfríen.
Repartimos las natillas en cuencos o vasitos y dejamos que se enfríen a temperatura ambiente. Colocamos encima de cada cuenco de natillas una galleta de nuestro gusto, yo pongo unas galletitas de nata (crema de leche), cacao y mantequilla, llamadas “galeguiñas mantecadas” de la confitería Tábora, de Silleda (Pontevedra), que aprovecho para recomendaros. Se trata de una confitería tradicional que elabora una pastelería de buenísima calidad. Tienen tienda on-line.
Las conservamos tapadas en el frigorífico hasta el momento de servir. Probadlas y ya me contaréis ;)