En la mano de las damas a veces estoy metido: unas veces estirado y otras veces encogido.
Sí, lo han adivinado: es el abanico. ¿Saben? Los abanicos me fascinan, me encantan, no sé si porque siempre mi madre solía tener uno en sus manos bien para refrescarse, bien para darse sombra, pero era un complemento que solía acompañarla y acompañarme desde que tengo uso de razón.
El abanico está presente en mi vida al igual que está presente en la cultura andaluza.
Complemente imprescindible desde hace siglos, llegó a convertirse en un apéndice natural de la mujer, convirtiéndose y considerándose el complemento de coquetería de la mujer romántica española.
Theòphile Gautier cuando visita nuestro país, afirma no haber visto mujer desprovista de ventilador, y lamenta que sólo las españolas sepan manejarlo: El manejo del abanico es un arte completamente desconocido en Francia. Las españolas lo realizan a la perfección; el abanico se abre, se cierra, se revuelve entre sus dedos con tal viveza y tan ligeramente, que un prestidigitador no lo podría hacer mejor.
A De Latour, una andaluza sin abanico le recordaba un alma en pena, un soldado desposeído de su arma.
Los materiales habituales de los abanicos que se fabricaban en nuestro pais solían ser de nácar, hueso, carey, marfil, sándalo, incluso de oro y plata.
Curiosamente conservo en mi poder uno, como si de un tesoro se tratase, herencia familiar, quizás de finales de 1.800 o principios de 1.900 y sinceramente no sé si es de hueso o marfil…nunca lo supe.
Desde los más conocidos hechos con madera y tela, pintados a mano, los antiguos pai-pai, los llamados chinos que se abrían y cerraban de seda pintada, los más costosos hechos de encajes al más puro estilo rococó o los más sencillos abanicos de caña y papel que pregonaban los vendedores ambulantes, llevando pendiente del brazo izquierdo un canasto repleto de ellos" (...) "¡Abanicos!, ¡abanicos de calaña, que se rompe el papel y queda la caña! ¡A perra chica!"
Ya dejó constancia, también de la venta de los ábanicos, en su cuadro costumbrista John Bagnold Burgess ,The fan seller (El vendedor de abanicos), pintado durante sus viaje por España en la segunda mitad del siglo XIX.
Los había para los lutos, pintados en blanco, negro y gris; de satén para las bodas; para usar en el salón o el jardín. También se encontraban los impregnados en perfume que al abanicarse desprendían su fragancia y servían para los largos paseos del verano. Llegaron también a fabricarse con pequeñas ventanitas o espejitos incrustados que permitían observar sin ser observados.
Si miramos hacia atrás, podemos averiguar que se tiene constancia de la existencia de los abanicos ya entre las civilizaciones egipcia, babilónica, romanos y griegos, pero parece ser que el verdadero abanico, tal y como lo usamos hoy en día, tiene su origen en China, donde la tradición remonta su aparición al año 2697 aC.
Existe una bonita leyenda que explica que la bella hija de un poderoso mandarín asistía a la gran fiesta de las linternas y, debido al insoportable calor, tuvo que quitarse el antifaz que le cubría el rosto (según la etiqueta de la época, las mujeres tenían prohibido exponer sus rostros en público), con la finalidad de poder agitarlo frente al rostro y darse aire. Esta manera de romper el protocolo, fue lo que dio pie a que empezaran a imitarla, y que la costumbre se extendiese hacia La India y Persia, y de ahí hacia el norte de África y Europa.
Y aunque en principio el abanico fue y es un instrumento que, agitándolo, se utiliza para mover el aire y refrescarse, hay más o mejor dicho hubo más. Era un medio de todo un lenguaje digno de ser conocido y por qué no, también practicado; se puso de moda en el siglo XVI y era usado por las damas como comunicación no verbal, sensual, femenina, de seducción y galanteo, en gran medida llena de picardía e ingenio.
Les invito a leer en ESTE ENLACE su lenguaje tan curioso y especial.
Aunque en su larguisima historia, el abanico también fue cosa de hombres, de hecho en las tertulias de la Generación del 27, Lorca, Alberti, Cernuda... todos usaban abanico, por lo que este objeto se convirtió en un símbolo de intelectualidad.
Todavía hoy, algunas nostálgicas no pisamos la calle sin un abanico en el bolso…..lo reconozco, me gusta usar y llevar ése artilugio, tan andaluz, tan arraigado a nuestra propia cultura, que nos llegó de Oriente.
Una vez más, me reafirmo….Orient-e forma parte de mi, de mis gustos personales. Y como no podía ser menos, de su cultura: su gastronomía.
Hoy comparto con Vds. todo un clásico: pollo con almendras y no del restaurante chino de al lado de sus casas, de su entorno, sino de Mi cocina.
¿Cómo prepararlo?
Ingredientes para dos personas:
300 grms. de pechuga de pollo (deshuesada, sin piel, fileteadas y cortadas en tiras), tres cucharadas soperas de harina de maíz (Maicena), una cucharada sopera de aceite de sésamo (en venta en supermercados y tiendas especializadas), tres cucharadas soperas de salsa hoisin (igualmente se puede encontrar en tiendas orientales y supermercados), una cucharada de salsa de soja, 3 dientes de ajo, 2 cucharadas soperas de aceite de girasol, media cebolla blanca dulce (tipo cebolleta), un vaso de caldo de pollo (se puede hacer con las carcasas del pollo) y 75 grms. de almendras.
Los pasos a seguir:
Quitar la grasa de los filetes de pechuga de pollo y cortarlos en trozos pequeños (que sean de un tamaño para un bocado).
En un cuenco echar los trozos de pollo y esparcir por encima una cucharada sopera de maicena, removiendo bien a fin de rebozar los trozos de carne.
En un recipiente mezclar el aceite de sésamo con una cucharada de la salsa hoisin, la soja y un diente de ajo machacado.
Echar ésta mezcla sobre el pollo, remover bien para que quede bien recubierto, dejándolo macerar una media hora.
Cortar la cebolla en juliana (trozos alargados) y reservar.
En otro cuenco mezclar dos cucharadas de harina de maíz (maicena) con dos cucharadas de salsa hoisin y el caldo de pollo, removiendo bien de forma que estén bien integradas. Reservar igualmente.
Preparar mientras las almendras, para ello, introducir las almendras en una cacerolita con agua y darles un hervor.
Apartar del fuego, dejarlas enfriar y pelarlas.
Poner en una sartén o wok al fuego, echar la mitad del aceite vegetal y freir las almendras, con cuidado que no se quemen; para ello habrá que ir removiendo continuamente.
Sacarlas de y dejarlas en un recipiente con papel absorbente y salar al gusto dejándolas enfriar a fin de que se endurezcan.
En el mismo aceite saltear la cebolla, removiendo durante dos o tres minutos, sacarla con una espumadera y reservarla.
Echar el resto del aceite, dejarlo calentar mientras con la espumadera sacar del adobo los trozos de pollo e incorporarlos a la sartén, salteándolos sin dejar de remover con una paleta de madera durante tres o cuatro minutos a fuego fuerte.
Volver a incorporar la cebolla a la sartén junto con el pollo, añadir el resto del caldo (suponiendo que quede algo) de la maceración y el preparado con el caldo de pollo, removiendo hasta que la salsa esté espesa al gusto.
Emplatar y echar las almendras fritas por encima.
Servir acompañado de arroz blanco.