Como no podía ser de otra forma, aquí usamos Pasta Garofalo para garantizarnos calidad. Que no se trata de desmerecer un producto tan fresco como el marisco que tenemos. He optado por Spaghetti, pero con esta salsa nos valdría cualquier tipo de pasta seca o fresca: farfalle, tagliatelle, casarecce, penne, rigatoni... Yo os doy la idea, vosotros la hacéis propia.
Para la ocasión le he pedido al gran Fellini que me preste su obra "La dolce vita" para realizar la comparación gastro-cinéfila. Ese toque picante y el protagonismo de nuestros dos mariscos simbolizan perfectamente una de las joyas del cine europeo y mundial. ¡Mandiles arriba!
Ingredientes (2 personas)
180 grs de spaghetti Garofalo
250 grs de langostinos crudos
250 grs de chirlas
20 tomatitos pera (o 2-3 tomates maduros)
Perejil fresco picado o albahaca fresca
2 dientes de ajo
Peperoncino (guindilla)
Caldo de pescado (cabezas, huesos, espinas...)
Sal, orégano, pimienta negra y Aceite de oliva
Tiempo
30 minutos
Película comparada
"La dolce vita" (Federico Fellini - 1960) ---- Tras receta
El caldo o fumet de pescado
Lo primero de todo es dar sabor a la pasta. Por supuesto que podemos cocerla con agua y sal (NADA DE ACEITE) pero en esta ocasión, al ser muy marítimo el plato vamos a potenciar su sabor aprovechando las cabezas de los langostinos, una cabeza de cabracho que deambulaba por el congelador, un poco de verdura y perejil.
Pelamos los langostinos y ponemos a sofreír en una olla las cabezas y las cáscaras con un poco de aceite. NOTA: Yo suelo añadir un chorrito de Brandy para flamearlo pero no es obligatorio.
Ponemos las chirlas en un bol con agua y sal para que suelten la tierra.
Añadimos las verduras (cebolla, puerro, apio, nabo... lo que tengáis) y unas hojas de perejil fresco. Echamos la cabeza de pescado (o los huesos de rape, por ejemplo) y cubrimos de agua. Salpimentamos y dejamos hervir suavemente durante 30 minutos. NOTA: Hay que ir desespumando para eliminar las impurezas que van saliendo a flote.
Colamos y reservamos. Esa será nuestra base para cocer la pasta.
La salsa
En una sartén con 2 cucharadas de aceite freímos ligeramente los dientes de ajo laminados. Enseguida añadimos los langostinos pelados, salteamos brevemente e incorporamos los tomates y un poco de agua, para ayudarles en la cocción.
Salpimentamos y añadimos un poco de orégano. Removemos con suavidad y dejamos reducir.
Colamos las chirlas y las incorporamos a la sartén. Tapamos y cocinamos a fuego suave hasta que se abran por completo.
Cocemos la pasta (este paso lo podemos hacer previamente, calculando el tiempo de cocción) en el caldo de pescado hasta que nos quede al dente.
Incorporamos la pasta a la sartén directamente desde la olla (todo el líquido que caiga será bien recibido para mejorar la cocción y que se empasten los aromas) y mezclamos con cuidado. Espolvoreamos perejil fresco picado y listo.
Emplatamos en platos hondos y regamos bien con la salsa. Opcionalmente podemos añadir un poco de peperoncino (o guindilla seca) por encima para catapultar aún más los sabores. Blandid el tenedor y a por ellos. ¡Que aproveche, hitchcookian@s!
Película ideal para degustar este plato
LA DOLCE VITA
("La dolce vita" de Federico Fellini - 1960)
Huele a Italia. Huele a las calles romanas. A esas noches de donde se entremezclan seres de lo más variopintos por las venas de la Ciudad Eterna. En esta ocasión me he dejado llevar por el puro sentimiento italiano del plato para hallar un reflejo cinematográfico a la altura. Enseguida me asaltaron varios nombres, varias obras, pero viendo el toque "picante" de la receta, su maraña de pasta y el protagonismo de dos ingredientes por encima del resto, mi mente turbada se fue a "La dolce vita" de Fellini.
Primera colaboración del tándem Fellini-Mastroianni (luego vendrían joyas como "Fellini 8 1/2", "Ginger y Fred" o "La ciudad de las mujeres") que supuso todo un éxito de taquilla, premios y público. Aunque vino cargada de una buena dosis de polémica social. En España no se estrenó hasta 1980, y todo dado por la sátira descomunal de la burguesía y a la aristocracia, por la banalidad del star-system, por la hipocresía reinante en la sociedad, por la obscenidad humana... Dardos demasiado envenenados para una época de censura y falsedad.
"La dolce vita" se sitúa justo después de las obras más neorrealistas de Fellini como las mágicas y sublimes "La Strada" o "Las noches de Cabiria", y justo antes de piezas más simbolistas, visualmente arrolladoras y surrealistas como "Giulietta de los espíritus" o "Fellini 8 1/2". Ese punto medio en el que el autor de alma romana empieza a afilar su pluma y su cámara para desentrañar las miserias del hombre social. Para ahondar en esa falsa felicidad reinante, en ese escaparate de lujo que esconde auténticos despojos humanos. Su ojo clínico se cita en su ciudad, Roma, para embaucarnos en un viaje por sus entrañas más desconocidas. Esta película es el punto medio en la filmografía de Fellini y sirve para comprender su primera etapa, en la que se valía de la realidad para criticar aspectos deshonrosos de la sociedad y la burguesía italiana.
La película nos habla de Marcelo Rubin (el inconmensurable Mastroianni), un periodista de sociedad (aquí se acuña el término "paparazzi" - dado por el nombre del fotógrafo Paparazzo - y que hoy en día se asimila al reportero gráfico y entrometido del corazón) que se mueve sin ningún tapujo ni moralidad por la farándula de la nobleza nocturna cubriendo noticias mundanas y personalidades vacías, al tiempo que pasea su amor en relaciones esporádicas. Pero de pronto da con la gran primicia: la llegada a Roma de una popular estrella de cine (la voluminosa Anita Ekberg), a la que acompaña por diferentes fiestas y eventos de la alta sociedad, con el fin de obtener un poderoso artículo.
Nuestra receta, como decía al principio, huele a Italia, a Roma. A esas fiestas de Via Veneto, a esa maraña de spaghetti serpenteando por las ciudad del plato y copada de personajes variopintos. La película está troceada en episodios diferentes - sin un hilo de conexión sólido - que nos dan muestras de un nuevo lenguaje cinematográfico, basado en experiencias salteadas, en retales de un cuadro que sólo podrá ser admirado por completo al finalizar la ejecución o cocinado.
En ese mundo limitado por los bordes del plato o de la sartén, se dan cita numerosos seres de la aristocracia romana, que en nuestra alocada mente mutan en tomatitos cherry (o pommodorini). Personajes-ingredientes cortados por el mismo patrón, iguales a la vista, que se mueven por la olla entre bailes de sofrito y hervores veraniegos. Un grupo de elementos que representan por su intenso rojo la pasión, la ambición, la hipocresía, el envilecimiento... destacan por su tono y por estar bañados de ese punto intenso que les otorga el ajo.
Por entre sus jugos se entremezcla uno de los dos grandes protagonistas del plato-película: el langostino, para nosotros Marcelo. Ese reportero hastiado que poco a poco se va dejando cocinar por los saraos aristocráticos del tomate y que, a fuerza del calor del verano y de la sartén, se va creando una coraza. Como buen periodista del corazón no tiene escrúpulos, todo le resbala, se funde con la alta sociedad para extraerle las miserias, el horror de sus vacías existencias...
Pero de pronto topa con una diva, una joven tentación de sinuosas curvas, cubierta por una concha y que oculta el pecado dentro. Esa chirla simboliza la presencia de la voluminosa actriz Sylvia - mágica, sensual, inocente, que no se abre con facilidad - que atrapa al langostino Mastroianni. Juntos pasearán - o se cocinarán - por las calles de una Roma decadente, dominada por la lascividad - otorgado por el picante del peperoncino - de la sociedad que borbotea en la sartén. Poco a poco se irá abriendo y dejándose seducir por ese marisco galán, mientras la salsa la baña como si de una Fontana Di Trevi culinaria se tratara...
Esta obra felliniana es una joya narrativa, una radiografía sin tapujos y una descomunal sátira de la vida y el ser humano, que ha pasado a la memoria cinéfila por méritos propios. La mezcolanza de elementos - comedia, drama, documental...- le hace asemejarse a nuestro plato, donde confluyen variedad de ingredientes, aromas, texturas y matices. A lo largo del cocinado viajaremos por Roma, visitaremos sus rincones más ocultos, nos deslumbraremos con sus luces y seremos testigos de las miserias de la alta sociedad. En nuestra mano está dejarnos tentar por "la dolce vita" de la pasta...