Mientras escribo esta entrada, mi teléfono está haciendo “clin-clin-clin”. Es el sonido de mi tarjeta de crédito, cargando mi última adquisición del día: un antivirus.
Menos mal que me avisa, cada vez que hay un cargo en mi cuenta el tintineo me lo chiva, y así la tengo controlada, que las cuentas son muy golfas y una nunca sabe lo que se andan gastando por ahí.
Os cuento todo esto porque hoy [cuando yo escribo esta entrada, no cuando tú la lees] es sábado por la tarde y estoy dispuesta a escribir mi último #asaltablogs del año. Ese que publico mañana. Como soy previsora, lo cociné y fotografié con tiempo, y hasta tenía mis fotos editadas, así que digamos que iba tranquila por la vida.
Hasta hace media hora. Justo el momento en que he encendido mi ordenador para descubrir que un virus se ha comido mi carpeta entera de recetas pendientes de publicar [asalto incluido] y varios programas, entre ellos el de recuperar archivos borrados de la tarjeta de la cámara [sí, es la segunda vez que lo uso, la primera fue un golpe accidental en la tecla Supr de mi teclado].
Así que después de entrar en pánico, y tratar por todos los medios de recuperar los archivos de la tarjeta de memoria, sin éxito, he decidido pasar por caja y comprarme un antivirus de pago. Snif. Me lo tomaré como mi auto regalo de Papá Noel. Aunque hubiera preferido una maleta nueva, que me hace más falta.
No es la primera vez que me pasa algo así, pero es que una cree que estas cosas no te pasan dos veces. La primera fue mucho más dramática: encendí el ordenador de casa y mis ojos atónitos vieron desaparecer carpeta tras carpeta del escritorio del ordenador. Sólo atiné a dar un grito de pánico y tirar del cable. El ordenador lo compartía con un profesor de Universidad, y en su memoria, además de los exámenes, estaban los expedientes académicos de todos sus alumnos. Glups.
No pasó nada, cuando encendimos el equipo en un entorno controlado, los expedientes no se habían movido, modificado ni copiado. Pero faltó poco. El profesor tuvo que pasar un informe a la Universidad, claro. Os podéis imaginar el trago.
Así que en vez de una entrada un poco más previsible poniendo en ridículo los estereotipos navideños o quejándome de que las cartas a los reyes de mi entorno familiar estén llenas de princesasdisney y no de juegos de lógica, os estoy contando que sí, que las fotos de este post son una caca, que no tienen definición y que son enanas. Pero es lo que he podido recuperar, no quiero dejar sin asaltar a La cocina violeta de Carol haciendo mi propia versión de sus albóndigas, y no me da tiempo a hacer otra receta porque tengo que salir dentro de una hora y ya no hay más que rascar.
Snif. Aquí las tenéis. Estaban buenas, si os sirve eso…
INGREDIENTES
[4 PERSONAS]
Carne picada de pollo, 400 g
Huevos, 2
Avena en copos, 50 g
Cebolla, 150 g
Ajo, 3 dientes
Almendras, 25 g
Vino blanco, 120 ml [medio vaso]
Agua, 120 ml [medio vaso]
Mostaza antigua, 25 g [dos cucharadas]
Pan integral de molde, 25 g [una rebanada]
Aceite, 1 cucharada
Aceite en spray [o un poco de aceite y una brocha de cocina]
Sal
Pimienta
MODUS OPERANDI
Lo primero de todo es formar las albóndigas. Mezclamos la carne picada, los huevos ligeramente batidos y la avena, lo salpimentamos, tapamos y lo dejamos reposar. La avena sirve para ligar la mezcla, ayuda a que no se desmorone la carne al formar las pelotillas, y la puedes sustituir por un poco de pan rallado si lo prefieres.
Al cabo de unos 30 minutos, que se hayan asentado, hacemos las bolitas y las ponemos en una bandeja de horno.
Las pincelamos con aceite [con un spray de aceite o con una brocha de cocina] y las horneamos hasta que estén hechas: 25 minutos a 180º dando vuelta a mitad de cocción, más o menos. Esto siempre dependerá del tamaño, mejor ir probando a partir de los 20 minutos, cada 5 minutos más abres una y ves como está por dentro.
Aparte, nos ponemos con la salsa. En una sartén pochamos el ajo cortado toscamente y la cebolla en juliana con una pizca de sal.
Cuando la cebolla esté lista, ponemos en la sartén las almendras y dejamos que se tuesten un poquito [poco, o se quemarán]. Añadimos entonces el pan ligeramente desmenuzado con las manos, la mostaza y al cabo de un minuto añadimos el vino blanco y el agua.
Lo dejamos cocer todo junto unos 10 minutos, retiramos del fuego y trituramos la salsa hasta dejarla a nuestro gusto [a mí me gustan las salsas gruesas y las trituro poco]. Devolvemos la salsa ya triturada a la olla.
A estas alturas las albóndigas estarán casi listas, cuando lo estén las sacamos del horno y las metemos en la olla con la salsa, lo cocinamos todo junto unos 5 minutos más.