Durante mucho tiempo, en los caseríos, se hervía la leche de vaca recién ordeñada para pasteurizarla, evitando así la proliferación de patógenos dañinos para la salud.
En el trascurso de la cocción, se iba formando una capa de nata (crema de leche) en la superficie, que posteriormente se almacenaba hasta que se conseguía cantidad suficiente para armar un bizcocho con ella o unas deliciosas galletas, entre otras muchas elaboraciones.
El bizcocho de nata (crema de leche), por tanto, mama de la tradición de los caseríos y hogares donde se podía conseguir nata (crema de leche) fresca.
Evidentemente, en la actualidad, se antoja mucho más complicado hacernos con nata (crema de leche) de verdad, extraída exclusivamente del proceso de pasteurizado de la leche. Sin embargo, en el mercado podemos encontrar diferentes natas con proporciones elevadas de materia grasa.
Cómo hacer un bizcocho de nata (crema de leche) de la abuela
Existen infinidad receta de bizcochos pesados, es decir, aquellos que agregan algún porcentaje de grasa a su composición, pero ninguno tan rico, esponjoso y sabroso como el bizcocho de nata (crema de leche).
La elaboración es sumamente sencilla, requiriendo tan solo un puñado de ingredientes y pocos o ningunos conocimientos de repostería.
De forma ideal, emplearemos nata (crema de leche) fresca pasteurizada para el bizcocho, con un porcentaje de materia grasa que debe oscilar en el 35% y 38%.
Pese a que esta nata (crema de leche) ha sido lógicamente pasteurizada, no es posible esterilizarla por completo, y es por ello que tiene una fecha de vencimiento una vez abierta de 10 días como máximo. Gracias a su alto contenido graso, nos aportará una hidratación inigualable.
¡Manos a la masa!
Ingredientes:
Nata (crema de leche) fresca pasteurizada min 35% MG 125 ml.
Azúcar blanquilla 200 g.
Harina floja 225 g.
Levadura química Royal 16 g.
Huevos M 3 unidades
Cáscara de limón
Vaina de vainilla 1 unidad
Pizca de sal
Panela (opcional)
Elaboración:
Puesto que la elaboración es muy ágil, antes de nada, pondremos a precalentar el horno. Con calor arriba y abajo, sin ventilador, subiremos el termostato del horno hasta los 170 °C. Hornearemos sobre una rejilla en posición intermedia.
Antes de empezar a trabajar nuestra nata (crema de leche), vamos a aromatizarla. Las grasas son extraordinarios conductores de aromas y sabores, por lo que rápidamente tomará prestadas las cualidades aromáticas y de sabor de la nata (crema de leche) y la vainilla. Para ellos pondremos a calentar la nata (crema de leche) en un cazo, junto a la cáscara de limón y la vaina de vainilla cortada a la mitad.
Sin que llegue a hervir, la apartaremos del fuego y taparemos el cazo con papel film, cubriendo toda la boca. Observaremos que este se hincha fruto del vapor que emana la nata (crema de leche). Lo dejaremos infusionar ahí durante 1 hora, al mismo tiempo que se va atemperando para poder empezar a trabajar nuestro bizcocho. Esta es la mejor forma de impregnar de aroma y sabor nuestra nata (crema de leche).
Cuando esta esté por fin a temperatura ambiente, en un bol, la batiremos con el azúcar. Tampoco hay que excederse, bastará con que el azúcar quede integrado y disuelto en la mezcla, pudiendo usar para ello una batidora. Agregaremos la pizca de sal.
Iremos añadiendo los huevos uno a uno, mezclando bien y cerciorándonos de que han quedado integrados en la mezcla antes de añadir el siguiente. Podríamos llevar a cabo el laborioso proceso de separar yemas y claras, montándolas e integrándolas posteriormente con movimientos envolventes para darle más aire a nuestro bizcocho. En este caso el resultado no diferirá demasiado.
Sobre la mezcla anterior, tamizaremos la harina y la levadura, y entretanto, iremos moviendo enérgicamente para evitar que se formen grumos de harina. Nuevamente, en caso de que tener un túrmix a mano, podríamos darle un ligero batido para terminar de fusionar todos los ingredientes. En cualquier caso, un somero batido con una varilla manual sería más que suficiente.
Forraremos un molde circular de aproximadamente 25 centímetros de diámetro, y lo forraremos con papel sulfurizado. Si queremos lograr que este asiente mejor, sin formar pliegues, lo pegaremos a la superficie con un poco de mantequilla untada, o incluso en spray. Recortaremos un borde de ancho similar y otro trozo circular, o de la forma de nuestro molde, y lo asentaremos.
Verteremos la mezcla y la refrigeraremos unos 20 minutos. Este paso os lo podéis saltar si no queréis formar la costra de panela en su superficie. Trascurrido el tiempo, lo sacaremos de la nevera y espolvorearemos por la superficie una fina capa de panela. Al igual que con las magdalenas de plátano, conseguiremos formar un copete o costra que cubrirá todo el bizcocho.
Introduciremos el bizcocho en el horno y contaremos 25 minutos. Es importante que no abramos el horno para nada durante este tiempo. Cuando el temporizador nos avise, comprobaremos si está totalmente cocido. Como siempre, introduciremos la punta de un palillo o cuchillo, preferiblemente en el centro, y si sale limpio, significará que ya está listo.
En el caso de que nuestro horno se demore demasiado, a lo mejor es conveniente que tapemos la parte superior con un poco de papel aluminio, evitando así que se queme. Una vez estemos seguros de que está cocinado, dejaremos la puerta entreabierta del horno y lo dejaremos 5 minutos más. Pasados esos minutos de rigor, lo sacaremos y desmoldaremos sobre una rejilla.
Dejaremos enfriar hasta que su temperatura se iguale a la de la estancia. Es un bizcocho que aguanta tierno 2 o 3 días, especialmente si lo tratamos de evitar que esté expuesto al aire. Esto se consigue filmándolo bien al ras. Es un bocado delicioso, que puede acompañar tanto un desayuno como una merienda. Por supuesto, se puede mojar en leche, haciéndolo aún más tierno.
¡Corre, que vuela!
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