El vocablo bizcocho proviene del latín bis coctus, que viene a significar "cocido dos veces", en alusión una especie de torta que, una vez horneada, se retiraba del molde y era devuelta al horno con el objeto de desecarla.
Esto permitía una mejor conservación durante más tiempo, sirviendo de sustento para largas travesías donde no existían otros métodos de conservación y preservación de los alimentos.
Poco o nada tiene que ver con los bizcochos actuales , como este bizcocho sin yogur, que destaca precisamente por su esponjosidad.
La historia del bizcocho probablemente se remonte a la Tebas del siglo X, concretamente en la tumba de Ramsés III, donde se encuentran algunos grabados que atestiguan la importancia de los panes y la repostería en aquella época.
Los bizcochos han estado históricamente presentes en las mesas de los aristócratas, y más tarde se extendieron a todos los estratos sociales, en multitud de formas; sirviendo de base a otras elaboraciones como tartas, pasteles, etc.
Existen tantas maneras de interpretar la misma pieza como países, reposteros o sensibilidades, todas especiales y únicas.
Cómo hacer bizcocho sin yogurt
Para darle un poco de rock and roll a nuestro bizcocho sin yogur, vamos a ponerle un toque de canela y limón, dos aromáticos clásicos y atemporales, pero que, sin embargo, elevarán varios enteros su sabor y perfume.
La receta es sencilla, rápida, rica y elaborada con ingredientes de andar por casa, por lo que no habrá excusa para dejar de preparar esté fantástico bizcocho.
Ingredientes:
Harina de trigo de repostería (floja) 250 g. - Comprar
Huevos XL 4 unidades
Limón 1 unidad
Leche entera 100 ml.
Azúcar blanquilla 150 g.
Mantequilla 100 g.
Levadura Royal 16 g. - Comprar
Canela en rama 1 unidad
Sal 2 g.
Elaboración:
Inicialmente, cogeremos los huevos y separaremos las yemas de las claras, yendo cada una de ellas a un bol diferente. Añadiremos una pizca de sal a las claras y empezaremos a batirlas enérgicamente, hasta montarlas.
Recordad ciertas pautas a la hora de montar las claras: tanto el bol como las varillas deben estar impecables, no debe haber tampoco ni rastro de las yemas en las claras, y preferiblemente, emplearemos un recipiente que habremos enfriado previamente en la nevera.
En el momento que estén semi montadas, agregaremos 75 g. de azúcar, e iremos batiendo y metiendo aire hasta lograr montarlas por completo, que será cuando alcancen consistencia suficiente como para sostener sobre la varilla sin que se escurran.
Volvemos al otro bol, donde teníamos las yemas. Verteremos los 75 g. de azúcar restantes, la ralladura de limón con la ayuda de un microplane o similar y tratando de no arañar la parte blanca, y batiremos con fuerza. Después de obtener una mezcla blanquecina, producto del batido constante; incorporaremos la mantequilla en pomada.
Existen muchas formas de poner en pomada la mantequilla. Hay quien confunde ablandar la mantequilla, como en este caso, con derretirla. En la primera, la mantequilla sigue perfectamente homogeneizada y uniforme, mientras que en la segunda los elementos se separan. Simplemente, atemperaremos la mantequilla, la envolveremos en film, y la manosearemos hasta hacerla maleable.
Seguiremos batiendo con la mantequilla en pomada ya incorporada, integrándola bien y vigilando que no queden grumos. Seguidamente, exprimiremos el limón al que anteriormente le habíamos rallado la piel, y lo sumaremos al bol de las yemas. En este punto también volcaremos la leche, pero no sin antes infusionarla con la canela.
Es importante que la leche sea entera, con cuanto más porcentaje de materia grasa mejor, ya que son precisamente estas las que capturarán el sabor y aroma de la canela. En un cazo a fuego medio pondremos la leche a calentar junto a la canela, y justo antes de que entre en ebullición, apagaremos el fuego y dejaremos reposar hasta que se temple.
Llega el turno de la harina. Con un chino, tamiz o colador, iremos metiendo la harina poco a poco, removiendo constantemente, y buscando una textura fina, perfectamente uniforme. Al mismo tiempo iremos tamizando también la levadura en polvo.
Habiendo obtenido una mezcla lisa, solo queda incorporar las claras a punto de nieve, que son las que darán cuerpo, volumen y aire a nuestro bizcocho, convirtiéndolo en una auténtica delicia. Para ello, como siempre, lo haremos con sumo cuidado. Valiéndonos de una lengua o espátula, realizaremos movimientos envolventes, como tratando de encapsular el aire. Ambas mezclas deben quedar perfectamente cohesionadas, formando una, percibiéndose aireada.
Entretanto, precalentaremos el horno a 180 °C con calor arriba y abajo el tiempo necesario. En un molde, que habremos forrado convenientemente con papel de hornear, colocaremos nuestra masa. Para que dicho papel de hornear no se revele, pintaremos directamente sobre el molde con una brocha y un poco de mantequilla derretida, o con mantequilla en spray. Las proporciones de esta receta dan como para llenar un molde 24 cm de diámetro.
Introduciremos el molde en el horno, y pasados 25 minutos, echaremos un vistazo. Si vemos que la parte de arriba ha empezado a tostarse demasiado, la cubriremos con un trozo de papel de aluminio. Abriremos el horno y comprobaremos si está bien cocido introduciendo un palillo justo en el centro, si este sale limpio, está listo para salir. Si aún sale un poco húmedo, le daremos 5 minutos más.
Antes de sacarlo definitivamente, apagaremos el horno y dejaremos la puerta entreabierta 10 minutos. Esto se hace para evitar el choque término. Desmoldaremos y colocaremos sobre una rejilla para que enfríe. Se realiza de esta forma para que exista una corriente de aire tanto por arriba como por abajo. Para conservarlo pondremos papel film al ras, envolviéndolo bien.
Como sugerencia de presentación os propongo que simplemente espolvoreéis un poco de azúcar glas. Este bizcocho resulta idea para meriendas o desayuno, sirviendo de acompañamiento a un tazón de Colacao, chocolate o café.
¡Bon profit!
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