Para tu bolsillo: (24/persona entrantes, segundos, postres, cafés y chupitos ¿os parecerá poco?).
Lo mejor: El lugar, el ambiente, la materia prima de la tierra, el buen rollismo general y la relación calidad-precio es incomparable.
Lo menos bueno: Nada en absoluto. Todo casero y sin pretensiones en el que disfrutas sin más de tu plato.
No te olvides: La carne a la brasa es su top, aunque volveremos a por su arroz de montaña que vimos pasar unos cuantos y se nos caía la baba.
Dirección: Os dejo el enlace a Google Maps que no tiene una dirección muy descriptible.
Horario: De lunes a miércoles cerrado. De jueves a sábado de 8:30 a 23h y domingo de 8:30 a 20h.
El domingo fue un día de excursión, de huir de la ciudad y los agobios del cemento para sumergirnos en el Pantà de Sau para desconectar y conectar con nosotros mismos y acto seguido llegar hasta Ca l’Ermità por un camino de tierra y desde donde las vistas son impresionantes.
Llamamos el día anterior para reservar (¡menos mal!) quedaba en la terraza que, aunque hacía ya un poco de fresco, como íbamos con Jack (nuestro perrete) nos venía genial estar fuera. Cuando daba el sol era una gozada y ver a los niños jugar con un cerdo que había en un rincón con animales, era muy divertido.
Pues bien, empezamos con unos entrantes en Ca l’Ermità. Salmón con tomate seco y olivada; ensalada tricolor con aguacate, tomate y mozarella; y tostadas con sardinas de l’Escala.
Seguimos con los segundos: carnes a la brasa con madera de encina. Entrecot de potro de la Vall del Gres y otro de ternera de Collsacabra. Una pasada. Poco hecho, con mucho sabor y escamas de sal por encima. Poco más se puede pedir cuando la carne es buena y a tan buen precio (16,50/entrecot de 500 a 600gr). El resto fueron medio conejo (8,50), cordero de Niubó (11) y brochetas de 5 butifarras: de xorizo, de cebolla, bona, negra y parracs (8,10).
Por si no hubiésemos tenido suficiente, lo acompañamos de cervezas artesanas de Vic: IPA, negra y pilsner.
Además, terminamos con ronda de postres y cafés. Pastel de queso de Masgrau. Una delicia en el paladar, suave y con potencia de sabor. Brownie casero con helado de coco, coulán de chocolate y tarta de Santiago. ¡Ah! Y con ronda de chupitos, como no. Un ambiente muy bueno con un servicio cercano y agradable.
Da gusto que comer en un restaurante sin las pretensiones de ciudad donde la comida es la que es y la materia prima habla por si misma. Donde te enamoras del paisaje, de la tranquilidad y de comer sin prisas ni agobios. Donde la sobremesa puede durar tanto como quieras y en la que los postres caseros te llevan a casa con una sonrisa de oreja a oreja.
Por cierto, si hay moteros por aquí (yo la primera) es un gran lugar para un desayuno/comida post-ruta. ¿Os animáis?