Por suerte, los viejunos y noventeros aperitivos encabezados por el tan mítico cóctel de gambas han pasado a mejor vida. La verdad es que sólo pensar en la colocación de todo ello en una copa ‘vintage’ de helado con una base de lechuga iceberg y salsa rosa por un tubo, no es el mejor de los manjares gastronómicos.
Sin embargo, la Navidad es capaz de hacernos borrar esas manías y zamparnos langostinos, gambas o lo que nos echen sin pensar. Sobre todo cuando vas a casa de la tía Mari y te conformas con las tradiciones y la buena compañía.
En Navidad, antes de los años sesenta, se tenía que permanecer en ayuno hasta la Misa del Gallo, por eso la noche del 24 de diciembre se permitía el resopón. En las casa de mayor poder adquisitivo se comía pescado y marisco, en especial, en las zonas de costa. En el centro de la Península, se degustaba pescado de río. Sin embargo, por su alto precio, se empezó a comer capón y pularda (gallo y gallina castrados), entre otras aves como el pavo. Si queréis saber más sobre las tradiciones navideñas de antaño, leed el post completo de El Comidista mientras nosotros nos ponemos manos a la obra para preparar nuestras gambas.
Las gambas con ajo y perejil son un clásico de Nochebuena y lo mejor es que lo importante es contar con un producto de primera calidad, los pasos son de lo más simples.
Lo primero es picar finamente el ajo. Después hacemos lo mismo con el perejil fresco y lo mezclamos en un mortero con aceite de oliva virgen extra y sal. Vertemos un poco sobre las gambas y las ponemos en una sartén caliente. Cocinamos por ambos lados un minuto más o menos y sacamos. Volver a repartir un poco de nuestra sabrosa mezcla y a ensuciarse las manos