Se encuentra disponible en la mayoría de las cartas de bares y restaurantes que disponen de un menú del día.
Entusiasma tanto a niños como a mayores, gracias a la muy agradecida combinación del sutil avainillado de la crema con la galleta, y también, en parte, por los buenos recuerdos que a muchos nos evoca.
El origen de las natillas caseras es incierto, aunque existen algunas pistas que nos ayudarán a comprender mejor su dimensión.
Dada la sencillez de su elaboración, y la humildad de sus ingredientes, son muchos los que apuntan a que su origen se encuentra en los conventos europeos. De hecho, a menudo, a las natillas se las conoce como postre de las monjas.
Los franceses, que no dudan ni un segundo en arrogarse la autoría de cualquier receta, afirman tienen su origen en Francia durante la época del Renacimiento.
Lo cierto es que no hay nada claro, aunque sabemos que su popularización comienza en el siglo XVII.
El término natillas es más amplio de lo que comúnmente se cree, pero cuando se trata de este postre, que se caracteriza sobre todo por su cocción al baño maría, no encontramos referencias hasta el siglo XVII.
Esto es así probablemente porque hasta esa fecha resultaba bastante complicado controlar la cocción en un fuego abierto. A medida que los hornos se hicieron más sofisticados, estas meticulosas cocciones se hicieron más sencillas, al mismo tiempo que lograron impulsar una repostería más fina y elaborada.
Cómo hacer natillas caseras de la abuela
Estamos acostumbrados a en muchos casos recurrir a estos polvos mágicos de Flanín o Potax, que no son más que un preparado a base de almidón de maíz (Maicena) y aroma de vainilla, entre otros espesantes, edulcorantes y colorantes.Realmente, podemos prescindir totalmente de estos preparados, y optar por una versión más rica y saludable.
La receta de las natillas es bastante inflexible, aunque admite, como siempre sigo, diferentes aromas y consistencias, en función de los gustos del personal.
En La Receta de la Abuela siempre me gusta rescatar la más pura esencia de las recetas de antaño, haciendo uso de ingredientes frescos.
Para conseguir unas natillas con el sabor de siempre, elegiremos leche entera de primera, huevos frescos de corral, y vainilla en rama. La elaboración, no entraña dificultad alguna, y podremos tenerlas listas en un santiamén.
El colofón final vendrá dado por la típica Galleta María, tan sencilla y modesta, como rica.
Ingredientes:
Leche entera 500 ml.
Canela en rama 1 unidad
Vaina de vainilla 1 unidad
Piel de limón 1 unidad
Yemas de huevo 4 unidades
Azúcar blanquilla 100 g.
Maicena 1 cucharada - Comprar
Galletas María
Elaboración:
El primer paso consiste en aromatizar la leche mediante la técnica de infusionado. Las grasas son captores naturales del sabor y aroma de los alimentos, capturándolos y permitiendo que luego se expresen en el paladar. Cuanto más porcentaje de grasa tenga nuestra leche, tanto más concentrado estará el perfume del limón, la canela y la vainilla. En un cazo verteremos la leche, junto a la rama de canela, la vaina de vainilla con una incisión en el centro a lo largo de toda su vertical, y la piel del limón sin el albedo (lo blanco que amarga).
Calentaremos y llevaremos a ebullición, e inmediatamente después de que haya dado un hervor, lo apartaremos del fuego. Recomiendo supervisar este paso, pues como muchos sabrán, la leche al calentarse empieza a subir y corremos el riesgo de que se desborde. Taparemos el cazo con un trozo de papel film, para lograr capturar aún mejor toda la esencia. Lo dejaremos reposar al menos 20 minutos, o hasta que alcance la temperatura ambiente. Sintámonos libres de prescindir o añadir otros aromas.
Entretanto, cascaremos los huevos, separando claras y yemas. Dispondremos las yemas y el azúcar en un bol, y las batiremos enérgicamente con unas varillas eléctricas, o en su defecto, una manual. Mezclaremos hasta blanquear las yemas, proceso que sabremos ha finalizado, cuando empiecen a observarse unas pequeñas burbujas en su superficie. A decir verdad, el blanqueamiento no aporta demasiado a esta receta, por lo que si no tenemos varillas eléctricas, bastará con homogeneizar ambos ingredientes.
Seguidamente, añadiremos la maicena, batiendo bien, al mismo tiempo que poco a poco agregaremos la leche infusionada, a la que habremos retirado los sólidos. Mezclaremos nuevamente hasta obtener una mezcla homogénea. Pondremos a calentar un cazo con agua, que hará las veces de baño maría. Este tiene que tener un diámetro ligeramente superior al del cazo donde coceremos las natillas, dado que este tendrá que sumergirse en el primero. En ningún momento el agua tiene que llegar a hervir.
Removeremos con una varilla durante 10 minutos o así, manteniendo el fuego a una fuerza media - baja, insistimos, sin que el agua llegue a borbotear. Al final de la cocción, notaremos con las natillas van espesando, momento en el que corren el riesgo de quemarse. Aquí tendremos que prestar mucha atención y hacer hincapié en los bordes y el fondo, para evitar un desagradable sabor amargo. Cabe recordar, que una vez frías, tomarán más cuerpo, por lo que no debéis preocuparos si las veis un poco líquidas.
Transcurrido el tiempo, o cuando veamos que han espesado lo suficiente, las trasladaremos rápidamente a un recipiente. Para darles ese carácter de receta de la abuela, las verteremos en recipientes de barro individuales. Dejaremos que se templen, y finalmente coronaremos con una galleta María sobre su superficie. Mandaremos a la nevera con un papel film por encima, y las mantendremos ahí al menos 2 horas antes de su consumo. Recuerda que la galleta se humedecerá, por lo que es mejor consumirlas en el día.
¡Qué aproveche!
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