Ayer me quedé con un palmo de narices cuando un conocido me enseñó que acababa de comprar una cajita con fresas. ¿Fresas en Noviembre en España? Y no es que se hubiera ido a algún sitio super exclusivo a pagar fresas a precio de caviar iraní. Las encontró en un hipermercado como cualquier otro.
Lo explico para avisar de que la receta que traigo hoy es con fruta que, hace años, sólo podíamos encontrar en verano pero que ahora en esta época sigue habiendo en las tiendas. Y tampoco están del todo mal. Los melocotones en verano están mejor, eso sí.
Es una receta sorprendente por los ingredientes que lleva. Mejor dicho, por los que no lleva.
No lleva mantequilla ni margarina, tampoco lleva azúcar ni edulcorantes y prácticamente no lleva nada de aceite. Vamos, que más ligero es casi imposible.
La consistencia y sabor son parecidos a un puding y con esta presentación individual quedan más coquetos.
Pastelitos ligeros de melocotón
Para 12 unidades:
1 cdta. de aceite de girasol
70 grs. de harina
1 huevo
250 ml. de leche semidesnatada
1 cdta. de esencia de vainilla
2 melocotones grandes o 3 pequeños
sirope de ágave para servir
Pelamos y deshuesamos los melocotones. Los cortamos en tiras finas (de cada melocotón saldrán aproximadamente 10-12 tiras)
Preparamos 12 moldes para madalenas. Podemos usar una bandeja metálica o moldes de silicona. Yo usé éstos y se desmoldan tan fácilmente sin que se pegue el contenido que ni me hizo falta engrasarlos
Mezclamos el aceite, la harina, la yema del huevo y la vainilla. Montamos las claras del huevo y las añadimos a la mezcla
Repartimos los trozos de melocotón en los moldes; entre 3 y 5 trozos por molde, que queden bastante llenos.
Acabamos de rellenar los moldes con la masa (que habrá quedado muy líquida) y los horneamos unos 25 minutos en el horno a 200ºC
Para servirlos los desmoldamos y les añadimos unas gotitas de sirope de ágave, no es necesario demasiado
No es un postre muy dulzón, lo suficiente que nos aporta la propia fruta. El toque de vainilla le sienta muy bien y, además, tampoco nos hace ningún daño acostumbrarnos a saborear la comida por su propio sabor, sin exceso de azúcares ni artificios