Sus hijos se rieron, ella se rió
Pero era un hombre de palabra
Los primeros días se dedicó a inspeccionar cada rincón de la cocina. Si quería hacer las cosas bien debía conocer cada cacharro que le pudiera ser útil y no quería estar preguntándole todo a ella. Se había hecho una promesa
Los días siguientes pasó a revisar la despensa: bien surtida de legumbres, patatas, condimentos de todo tipo, pasta de todos los tamaños y formas, cebollas... Perfecto
Después se sentó con un cuaderno y un bolígrafo dispuesto a recordar cada plato favorito de su mujer, cada comentario que ella hubiera echo hablando de comida: en casa, en restaurantes, en casa de sus hijos
La promesa no solo devolverle las horas que ella le había dedicado para cuidarlo sino hacerlo con lo que a ella más le pudiera gustar
Ya había pasado una semana y ella estaba expectante
Con una media sonrisa entre escéptica y de puro amor
Ya se cansaría
Mientras ella seguía dueña de su cocina, entrando y saliendo, cocinando como siempre lo había hecho
Él pasó al siguiente paso: recopilar recetas
Compraba libros y revista de cocina, hizo que sus hijos le enseñaran a navegar por internet, a guardarlo todo en archivos, a buscar por ingredientes, a seguir los blogs que más le gustaban
Descubrió todo un mundo nuevo para él. Ahora entendía porqué la gente se pasa horas y horas con el móvil en la mano, sin hablar entre ellos, distraídos
Pero eso no le hizo olvidar sus objetivos
Y por fin un día ocurrió
Ella había ido a llevar a sus nietos al colegio. A la vuelta, encontró a su marido en la cocina
Atrincherado en la cocina, mejor dicho
Ella empezó a renegar: pero que te ha dado, hombre. No ves que luego seré yo la que tenga que limpiar todo el desastre que formes. Este hombre no está bien de la cabeza. Menuda jubilación me espera
A partir de ese día la rutina de la casa cambió
Cambió como no había cambiado en cuarenta años
Bien temprano, iban juntos al mercado del barrio
Él escogía las verduras, las carnes o el pescado
Al volver a casa, él colocaba toda la compra en los armarios y se preparaba
Delantal puesto, trapo de cocina colgando de la cinturilla del delantal, cazuelas elegidas, todo cortado y pesado
No dejaba nada al azar
No podía hacer eso.
No lo podía hacer porque sabía que en el momento en que ella lo viera perdido, intervendría
Y él se había hecho una promesa
Mamá, no te preocupes, si se cansará enseguida. Decían los hijos
No sé yo, demasiado le está durando esta tontería, Decía ella
Los hijos cada vez escuchaban menos quejas de ellas. La veían sonreír
Cuando le sacaban el tema, ella se sonrojaba un poco y en voz baja para que su marido no la oyera desde la cocina decía: ayer me preparó un arroz....ay, hija, no te puedes imaginar lo rico que estaba y eso de comer a mesa puesta...
Ella ya no tenía nunca prisa
Ahora disfrutaba de la peluquería, del café con sus amigas, de las compras con sus hijos, del parque con sus nietos, sin pensar en la hora de la comida, en lo que prepararía, en que llegaba tarde a todos lados, siempre corriendo, siempre cargada con bolsas, sin saber qué hacer para comer al día siguiente
Ella era la auténtica jubilada
Él, el marido que se había hecho una promesa
INGREDIENTES
4 lomos de bacalao desalado
1 taza pequeña de miel (unos 100 ml)
100 g de harina
1 hoja de laurel
Agua
Aceite
perejil
ELABORACIÓN
En la cubeta poner agua a hervir con la hoja de laurel
Menú Cocina, Alta presión
Cuando esté hirviendo el agua
Cancelar menú
Sacar la cubeta de la olla
Introducir los lomos de bacalao 1 minuto
Retirar y reservar
En un bol, mezclar la harina, la miel y 1 un vaso de agua de cocción
Mezclar hasta conseguir una consistencia como de papilla
El agua añadirla poco a poco
Poner en la cubeta aceite
Menú Freír
Pasar los lomos de bacalao por la papilla
Cuando el aceite esté bien caliente, freír el bacalao 1 minuto por cada lado
Receta adaptada de Acibecheria