He de confesaros que, junto con el calabacín, es mi verdura preferida y estaría comiéndolas a diario y de mil maneras diferentes. Pero en casa no caen tan bien como a mi y no puedo abusar de ellas. Una de las formas en las que no protestan y que parece que les gusta bastante es esta receta de hoy.
Como os decía al principio hay platos que son válidos para cualquier cosa. Entendamos esto como que lo mismo te lo comes de primero, como que lo utilizas de acompañamiento de un plato de carne,o incluso en una tosta como aperitivo. Un plato polifacético.
¿Sabéis lo mejor? Lo podéis preparar con antelación y congelar. Se conserva perfectamente. Yo cuando las preparo siempre hago el doble y así tengo siempre guardado para cualquier emergencia. Y no es complicado de preparar, todo lo contrario. Nivel principiante, en serio. Solo se necesitan dos ingredientes (3 si contamos el aceite) así que más fácil no puede ser...
Ingredientes
2 berenjenas grandes
Aceite de oliva
Miel
Lavamos bien las berenjenas y las cortamos en cubitos pequeños. Las echamos en un bol con un poco de sal y las dejamos un rato para que suelten el posible amargor. Pasado el tiempo las volcamos sobre papel absorbente y secamos bien.
En una cazuela echamos un chorretón de aceite de oliva y rehogamos unos minutos, a fuego medio, las berenjenas, removiendo de vez en cuando para evitar que se peguen.
Añadimos la miel. Un par de cucharadas o tres, según sean de grandes las berenjenas.
Dejamos cocinar a fuego lento, sin tapar la cazuela, para que se evapore el agua que van soltando las berenjenas. Removemos cada poco para que no se nos peguen al fondo. Cuando la berenjena esté blanda y con un bonito color dorado, retiramos del fuego.