Salimos de nuestro albergue en Mercadoiro a las 7. Es totalmente de noche, cae una lluvia muy fina y la niebla es tan espesa que no nos deja ver más allá de 10 metros. Tomamos el lateral de la carretera y por lo visto nadie más se ha atrevido a salir en estas condiciones. Necesitamos las luces frontales para iluminar algo pero con la niebla y la lluvia hacen un efecto pantalla y sólo vemos una luz enfrente pero no el camino que debería estar iluminando. Mientras caminamos al borde de la carretera vamos tranquilos porque el suelo es firme y podemos seguir la forma de la carretera pero de repente vemos que las flechas amarillas indican que tenemos que tomar un sendero de tierra que baja y se mete dentro del bosque. No se ha hecho ni pizca de día, sigue lloviendo y la niebla no se ha dispersado y yo me niego a meterme en el bosque así. Decidimos pararnos al lado de la carretera a esperar que se haga algo de día y al menos veamos dónde nos pisamos. Pasa primero un coche y luego otro. Nosotros somos dos figuras quietas al borde de una carretera, cubiertos con dos chubasqueros en medio de una curva… la imagen que habrán tenido esos dos conductores tiene que haber sido inquietante. Aún es de noche y vemos dos luces que se acercan por donde hemos llegado nosotros. Creemos que es un coche pero van más lentas y se mueven cada una por su lado. A través de la niebla van llegando y, finalmente, como salidos de la película Encuentros en la tercera fase, aparecen dos figuras cada uno con su frontal y cubiertos con una capa hasta los pies. Dos peregrinos!! Llegan donde estamos nosotros, miran hacia dónde señala la flecha, y sin dudarlo se meten en el bosque. Nosotros dos nos miramos y casi sin pensarlo salimos corriendo detrás de ellos. Bajan por una pendiente empinada y resbaladiza pegando saltitos a una velocidad increíble. Desde este momento pasarán a llamarse los cabrillas, con todo el cariño del mundo.
El río Miño a su paso por Portomarin al amanecer
Cuando ya hemos atravesado el bosquecillo empieza a dejar de llover y a hacerse de día poco a poco. Caminamos entre campos y finalmente, tras un buen rato, llegamos a Portomarín cuando empieza a amanecer. Ha valido la pena caminar de noche, el amanecer pasando por encima del río Miño, aunque está prácticamente seco, es precioso.
Nos vamos a tomar algo caliente para desayunar y mientras estamos allí empiezan a aparecer turigrinos gritones alborotando el bar y pidiendo mil cosas a la pobre camarera. Nosotros nos vamos de allí en seguida para continuar.
La mañana nos pasa entre hordas de gente, a ratos caminando al lado de una carretera, a ratos entre el bosque, a ratos lloviendo, a ratos sin llover. Mucha gente que se adelantan los unos a los otros, y todos que nos adelantan a nosotros. También algunos sin mochila directamente, porque lo de cargar peso no está hecho para su tipo de Camino de Santiago. Lo máximo ha sido al parar a comer. El restaurante estaba llenito de gente, todos en la terraza tomando el sol y nosotros hemos ido a dentro, que se estaba más tranquilo. De repente se empieza a levantar viento y entran todos corriendo empujándose por encontrar una mesa. De pronto vemos que llega un taxi y dos “peregrinas” salen corriendo y riendo, se meten en el taxi y se van. Camino de Santiago sin mochilas y en taxi. Esta es la idea de algunos que se embarcan en esta ruta. En el restaurante la tele está encendida y en las mesas están más pendiente de ella que de hablar entre ellos, menos nosotros, que nos sentimos un poco extraterrestres.
Seguimos caminando un rato más y nos encontramos con dos peregrinas alemanas que llevamos viendo prácticamente desde el primer día, pero por algún motivo nunca habíamos hablado. Hoy caminamos un rato a su lado y nos cuentan que se alegran de ver “auténticos peregrinos”, que estos que habían empezado recientemente son rudos y siempre van gritando y corriendo. Sonrío por dentro porque me doy cuenta que no son imaginaciones mías, ellas lo están viviendo igual.
La tarde está siendo más tranquila y caminamos bastante descansados. Los caminos por los que pasamos están llenos de moras y frambuesas. A mi me da miedo cogerlas y comerlas porque no se si serán comestibles, pero sí veo otras personas que se lanzan a cogerlas y comérselas tal como están. Tanto fruto del bosque me recuerda una receta que vi un día y que pensé que algún día la prepararía. Es del libro de Ladurée Sucré y, como todo lo que sale en ese libro, es una delicatessen exquisita. Mi versión tiene los ingredientes algo cambiados.
Sopita de frutos del bosque con sirope de hierbabuena
Para el sirope de frutos rojos con hierbabuena:
300 ml de agua
150 grs de azúcar
100 grs de grosellas
100 grs de frambuesas
1 puñado de hojas de hierbabuena frescas
Frutas:
500 grs. de uva
125 grs de grosellas
250 grs de frambuesas
125 grs de moras
120 grs de arándanos
1. Para preparar el sirope lavamos bien la fruta y la hierbabuena y ponemos el agua a ebullición con el azúcar, las grosellas y las frambuesas. Retiramos del fuego y añadimos 15 hojas de hierbabuena. Lo tapamos y lo dejamos reposar 20 minutos
2. Lavamos las frutas y las cortamos. Cortamos y despepitamos las uvas.
3. Servimos poniendo un buen puñado de fruta cortada bien cubierta por el sirope colado, todo ello reposado en la nevera al menos dos horas.
Tras una larga tarde caminando, al final llegamos a Palas de Rei, que es más de lo previsto. Al comienzo del pueblo encontramos el Albergue San Marcos, que está muy nuevo, limpísimo y con unos lujos como secadoras de ropa que realmente secan la ropa! En la lavandería, sin embargo, me encuentro con una señora que se pone a hablar conmigo quejándose de que le queda la ropa húmeda. ¡Si supiera que yo me he estado poniendo los calcetines mucho más húmedos cada día desde que entramos en Galicia! Para mi poder tener una máquina que en pocos minutos te seca la ropa es una maravilla. Por la noche bajamos al comedor a prepararnos algo para cenar y nos encontramos a los brasileños. Parece que van más o menos al mismo ritmo que nosotros porque últimamente los vemos cada día. Cenamos y nos vamos a dormir en seguida. Hoy ha sido un día que ha empezado raro pero luego se ha vuelto tan anodino que seguramente podríamos sacarlo del recorrido y no pasaría nada. Fuera del albergue hay gente bebiendo y gritando pero estamos tan cansados que caemos redondos.