Es el origen de mi receta de hoy.
Hace unos cuantos años participaba muy activamente en un foro sobre libros.
La lectura siempre ha sido mi gran pasión y en aquel foro me encontré rápidamente como pez en el agua.
Un lugar lleno de gente con la que compartir opiniones, con la que hacer clubes de lectura a distancia, con la que descubrir cientos de miles de libros que engrosaban cada vez más mi eterna lista de lecturas pendientes...
Un paraíso en el que me sentía como en casa y donde conocí un montón de gente con la que establecí lazos de amistad que aún a día de hoy perduran.
También había algunos hilos para el desbarre y tratar de temas ajenos a la lectura y fue ahí donde llegó a mi mano la receta del bizcocho de leche condensada.
Un jueves llega una forera diciendo que una compañera del trabajo le ha pasado la receta del bizcocho de leche condensada y en cuestión de minutos si veinte personas no habíamos manifestado nuestra necesidad imperiosa de tenerla no lo había hecho nadie.
Menudo revuelo se armó por un bizcocho que nadie había probado ni nadie sabía si aquella supuesta receta espetacular salía o no bien, pero antes del fin de semana todas la teníamos y yo que por aquel entonces ya era miembro honorífico del club #CVCQ estaba el sábado por la mañana manos a la masa en mi cocina.
Y ahí estaba mi marido que le soltó a la masa media bolsa de chips de chocolate (en aquel entonces aún dejaba que metiera mano en mis recetas) sin pasarlas por harina ni nada.
El resultado fue un bizcocho muy bueno pero con un dedo de chocolate en el fondo que lo pegó al molde ¡lógico!
Lo repetimos varios fines de semana seguidos, la mayor parte de ellos quitando los chips de chocolate, y no sé cuántas veces pasé la receta (por aquel entonces fotocopiada)
Lo curioso es que a mí la leche condensada no me gustaba y sigue sin gustarme. Demasiado dulce, demasiado empalagosa y con demasiado olor a leche. Sinceramente, soy incapaz de tomármela sola, ni en el café (para mí es un sacrilegio ponerle nada al café, pero ese tema se queda para otro momento), ni con fruta, ni con creps (que tampoco me gustan y estoy pensando que voy a quedar como la más rara del mundo), ni untada en el pan...
A mí me abandonáis en una isla con un cargamento de leche condensada y muero de hambre seguramente porque sola me da hasta un pelín de asco.
En los postres, si no se nota, no tengo problema con ella, pero no seré yo la que mete el dedo en la lata para apurarla.
Nos dio fuerte con el bizcocho pero igual que vino se fue y tardé años en volver a hacerla y volver a recaer en la misma relación de intensidad y repetición.
Y volvió a caer en el olvido. Y el año pasado, por estas fechas más o menos volví a recordarla. No encontré mi papel impreso pero tiré de internet.
Supongo que es la receta que aparece impresa (o aparecía) en las latas de cierta marca comercial en la que todos pensamos al hablar de leche condensada.
¿Qué pasa? que el tiempo ha pasado y mis inquietudes reposteras han evolucionado así que tampoco seguí la receta al pie de la letra (prometo que un día la haré tal cual, porque me parece un clásico digno de compartir en mi cocina virtual) y le añadí unas fresas que tenía en el frigorífico, un resto de coco rallado que estaba borracha de ver en el armario de la cocina y además estrené este precioso molde que me di el caprichazo de comprar unos meses antes por mi cumpleaños o como auto regalo navideño, no recuerdo.
Ya sabéis que soy de tarjeta fácil y caigo rendida ante estos moldes tan bonitos (y tan rematadamente caros) que me permito muy de vez en cuando, porque también soy voluble en cuanto a lo que horneo.
Hay épocas en las que sólo hago tartas de queso por ejemplo, o bundts o muffins y de repente paso a otro tipo (o tipos de receta) y caigo en la cuenta un año después de que hace mil que no preparo tal o cual postre y vuelta la ruleta a girar.
Y cuando aparto la época de los bundts da mucha pena ver los moldes ahí esperando y ocupando un lugar precioso en el armario.
Confesaré que este sólo lo he usado en una ocasión y es una pena hacer esta inversión para tan poco uso, así que debería irme poniendo las pilas en lo que a bundts y bizcochos se refiere y hornear como loca para amortizar la inversión.
Otra alternativa es dejárselos en herencia a mis niñas, pero prefiero sacarles partido yo, la verdad.
El problema es que muchas veces voy a lo cómodo y a los moldes que tengo más a mano.
Si me tocara la lotería me iba a hacer una casa con una cocina que ríete tú de las de los restaurantes profesionales, para tenerlo todito a mano, con cero cosas apiladas y todo a la vista ¡no pido nada!
Dejando los sueños a un lado os diré que este bizcocho está tremendamente bueno, es muy sencillo de hacer, se tarda muy poco y luce bastante. Si además usas un molde resultón la salida por la puerta grande está asegurada.
Me encanta lo jugoso que es, y esa miga tierna y esponjosa que esconde en su interior.
Lo que me ha gustado menos es que aún pasando las fresas por la harina se han ido al fondo, así que el percance con las pepitas de chocolate de aquel primer bizcocho del que os he hablado hubiera pasado aún pasándolas por harina.
También podéis hacerlo sin las fresas y sin el coco, y entonces será el bizcocho de leche condensada sin más ni más.
A buen seguro la mayoría habéis oído hablar de este bizcocho y probablemente más de uno lo habréis hecho en casa o al menos lo habréis probado y me daréis la razón en que es una de esas recetas que hay que hacer aunque sea una vez en la vida.
Y los que aún no lo hayáis probado ¡no lo dudeis! si tenéis una lata de leche condensada en la cocina ¡es vuestra receta! Por no hablar de lo buenas que están aún las fresas ¡y muy baratas!
Así que os animo a que os pongáis con este bizcocho que seguro va a triunfar en casa pero antes de nada os cuento cómo hacerlo y os invito a un trozo ¿alguien se apunta?
Ingredientes:
* 1 lata pequeña de leche condensada (de 370 a 395 gramos según la marca)
* 4 huevos
* 60 gramos de mantequilla o margarina
* 8 gramos de levadura química (impulsor)
* 1 cucharadita de esencia o pasta de vainilla
* 150 gramos de harina
* 50 gramos de coco rallado
* 200 gramos de fresas
* 1 cucharada de harina para las fresas
* Mantequilla, margarina o spray desmoldante para el molde
Elaboración:
1. En un bol amplio ponemos la leche condensada a temperatura ambiente y vamos añadiendo los huevos de uno en uno mezclando en cada adicción. No añadimos el siguiente hasta que el anterior no esté integrado.
2. Derretimos la mantequilla o la margarina y la incorporamos junto con la esencia de vainilla. Mezclamos.
3. Añadimos la levadura química y la harina y batimos hasta obtener una masa sin grumos.
4. Por último añadimos el coco rallado. Mezclamos bien y reservamos.
5. Lavamos y secamos las fresas, les quitamos las hojas y las partimos. Añadimos una cucharada de harina, mezclamos bien para que queden todos los trozos impregnados y añadimos a la masa del bizcocho.
Repartimos bien con ayuda de una espátula.
6. Pintamos con mantequilla nuestro molde (o con spray, según gustos) y vertemos la masa en él. Damos un par de golpes secos sobre la encimera de la cocina (mejor si ponemos un paño debajo) para sacar las burbujas de aire que pueda haber en la masa e introducimos en el horno precalentado a 180º C durante unos 45-50 minutos o hasta que al pinchar con una brocheta de madera en el centro este salga limpio.
7. Apagamos el horno, dejamos dentro con la puerta entreabierta unos diez minutos y a continuación sacamos y dejamos enfriar sobre una rejilla antes de desmoldar y dejar enfriar por completo sobre una rejilla.
Mi molde, que es de Nordic Ware, pone que a los diez minutos se puede desmoldar. Hasta que no pasó media hora fue imposible. Tampoco quise precipitarme y acabar con el bizcocho roto ¡eso me frustra muchísimo!
Una vez frío por completo envolvemos en film transparente y lo guardamos en la nevera.
Aguanta perfectamente hasta el último bocado ¡aunque ya os aseguro que dura bien poquito porque está espectacular!
Continúo con muchísimo trabajo, de ahí mi ausencia de la blogosfera y de redes sociales (aunque esto viene arrastrado de lejos)
Reitero mi agradecimiento por contar con vosotros cada semana en mi cocina a pesar de que no siempre puedo corresponder las visitas y comentarios como os merecéis. Espero estar más libre para la semana próxima.
Las niñas siguen bien, y mañana vacunan a mi padre ¡no sabéis las ganas que tengo! En la entrada de la próxima semana espero poder contar más cosas.
Gracias por vuestro cariño ¡nos leemos la semana próxima! Mientras tanto sed felices y manteneos sanos.
Manos a la masa y ¡bon appétit!