Parece ser una receta bastante antigua, los ingredientes son básicos y los pasos sencillos, el secreto está en que la salsa no salga grumosa y tenga el espesor deseado.
Ingredientes:
3 huevos.
2 ajos.
1 hoja de laurel.
2 cucharadas rasas de harina.
1 cucharadita de cominos.
1 cucharadita de pimentón dulce.
aceite de oliva, vinagre y sal.
Empezamos cociendo los huevos introduciéndolos en la cazuela con el agua aún fría. Ya sabéis para que no os queden demasiado pasados, contad 9 minutos desde que el agua empiece a hervir. Los introducimos en agua fría y, cuando estén tibios, les quitamos la cáscara y los reservamos.
En una sartén sin nada de grasa ponemos a tostar las 2 cucharadas de harina. A fuego medio y removiendo de vez en cuando, esperaremos a que la harina tome ese color beis de tostado y la reservamos también.
Ponemos en el mortero los ajos, los cominos y una pizca de sal y machacamos todo muy bien. Cuando esté molido a nuestro gusto le añadimos un buen chorro de vinagre y removemos con el mazo hasta que todos los ingredientes estén bien mezclados. Añadimos agua hasta el borde del mortero.
En una sartén ponemos dos cucharadas de aceite, añadimos la harina tostada que teníamos reservada y le damos unas vueltas. Agregamos después el pimentón, el contenido del mortero, algo de sal, la hoja de laurel y seguimos dando vueltas y mezclando bien con una cuchara de madera. Probamos la sazón y rectificamos de sal si fuera necesario. La salsa debe quedar gordita pero lisa y sin grumos. Si os parece que está quedando demasiado gruesa podéis añadir agua caliente, poco a poco, hasta que esté perfecta.
Repartimos la salsa en platos de barro y colocamos encima los huevos cortados en cuartos.
Se come bien caliente y con cuchara, cogiendo siempre huevo y salsa pero, no olvidéis poner algo de pan porque es inevitable recoger la salsita que se queda en los platos, ¡está riquísima!